lunes, agosto 21, 2006

SOBRE ERRATAS Y ERRORES

Cuando Zalabardo tiene un libro entre las manos son dos las cuestiones a las que presta atención. Una es, naturalmente, su contenido, aquello que su autor pretende transmitirnos y la manera en que lo transmite. La otra es el libro como objeto, como producto físico en sí mismo. Hay libros que son una auténtica maravilla. No me refiero ya a los llamados libros de arte o a esas copias facsimilares cuasi originales de libros antiguos. Pienso en libros normales que podemos adquirir en librerías a su precio normal.
Son libros, aquellos de los que hablo, cuidados, hechos con cariño no solamente por su autor, sino también por los editores. Es bella, por ejemplo, la edición de 1914 de Platero y yo, con ilustraciones de Fernando Marco; agrada tener entre las manos, por ejemplo, Y véante mis ojos, de Raúl Rodríguez, editado en Málaga, en 2003, por MLK. Y es bella, por no seguir dando más ejemplos, la edición de Lumen de La misteriosa llama de la reina Loana, de Umberto Eco, de 2005. Y casi todos los libros de la editorial Siruela son ejemplares compuestos con mucho gusto.
Digo todo lo anterior porque a Zalabardo no hay nada que le moleste tanto como un libro con erratas o errores de diferente índole. Se le cae de las manos un ejemplar descuidado. Bien es verdad que hay erratas que pueden hacer más valioso el libro en que se encuentran, o que tienen un sentido especial. Me dice Zalabardo que en su época de estudiante un profesor les contó una anécdota que, de no ser cierta, merecería serlo; va referida a la editorial mejicana Fondo de Cultura Económica, que, según la anécdota se debería haber llamado Fondo de Cultura Ecuménica de no haber sido por una errata aparecida en su primer producto.
Todo lo dicho surge del hecho de que Zalabardo ha empezado a leer La piedra del destino, novela de Jesús Maeso de la Torre, editada por Edhasa. Pues bien, en solamente quince páginas, de la 149 a la 163, aparece un sinfín de equivocaciones. Algunas son simple gazapos tipográficos, como estauarias por estatuarias; otras son creaciones improcedentes de palabras, como excomulgaciones por excomuniones o armoniaba por armonizaba; otras son empleo inadecuado de algunos términos como fanal o bordón; o convertir el castillo de Sant' Angelo, de Roma, en Saint Angelo; por fin, hay auténticos errores ortográficos, como escribir berraco por verraco u óvolo por óbolo.
La verdad es que no hay forma de concluir la lectura de un libro así. Y eso es lo que ha hecho Zalabardo, abandonar su lectura.

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