domingo, septiembre 03, 2006

Y, POR FIN, TERMINAMOS CON SOBRE EL USO POLÍTICAMENTE CORRECTO DEL LENGUAJE (IV)

Dentro de algo más de una hora, la selección española de baloncesto, sin Gasol, disputará a la selección griega la medalla de oro del campeonato del mundo. Esperemos que todo vaya bien.

Pues bien, ahora hemos de volver al origen de estos comentarios. Decía hace unos días: ¿es que hay palabras humillantes y despectivas, o se trata tan solo del uso que queramos hacer de ellas? Veamos algunos ejemplos: en el diccionario leemos que ciego es un adjetivo que significa privado de la vista, tal como rubio es otro adjetivo que significa de color parecido al oro; pues bien, si una persona carece de visión por la caussa que sea, ¿la humillo si digo de ella que es ciega? O, por el contrario, ¿en qué modifico su condición o la consideración que ella pueda tener llamándola invidente o, lo que me parece peor, discapacitada visual?
Igual podría decirse respecto a manco, cojo, etc. Cervantes es conocido como el manco de Lepanto y él estaba orgulloso de su manquedad por como le había sobrevenido. Entre las figuras del cante flamenco siempre será recordada la ciega de La Puebla, de quien casi nadie sabe su nombre, Dolores Jiménez. Y en Sevilla siempre sonará el nombre del mejor maestro de baile que haya existido, Enrique el Cojo.
Sin embargo, hoy se tiende a disimular, a ocultar determinadas palabras o realidades; así, cuando se trata del problema de la llegada de cayucos a Canarias, no se habla de negros, sino de subsaharianos, se procura evitar decir de alguien que es gitano y se afirma, por contra, que pertenece a la etnia gitana, como si eso fuese algo diferente. En Suramérica, se propugna decir aborigen y no utilizar indio. Me acuerdo de la película Amanece, que no es poco, cuando un personaje le decía a otro, de raza negra: "Tú no eres negro, sino que perteneces a una etnia minoritaria". Y el aludido respondía: "Sí, soy de etnia minoritaria y más negro que un tizón".
Zalabardo me recuerda que hace unos años yo tuve una alumna ciega y era, ¿por qué no? de las que más destacaban en su grupo. Y, con mucho sentido del humor, cuando no entendía algo, decía con toda naturalidad: "Profe, yo eso no lo veo". En cambio, este curso pasado he tenido otra alumna, originaria de Guinea Conakry, que, cuando yo intentaba hacerle ver que no debía sentirse dolida por el color de su piel, me decía que lo que le dolía es que le dijeran negra porque ella, según me afirmaba: "no era negra, sino morena". No sé si estaré equivocado, pero pienso muchas veces que a esto nos lleva el uso políticamente correcto del lenguaje.
El lector de El País del que hablaba en el primer comentario aportaba en su favor las Normas uniformes sobre la igualdad de oportunidades para las personas con discapacidad aprobadas por las Naciones Unidas. Dichas normas propugnan el empleo de deficiencia, discapacidad y minusvalía en lugar de otros términos. Y él se quejaba de que el periódico utilizase las expresiones disminuido físico o psíquico en lugar de las propuestas. Como la defensa de Zapatero sobre el uso de discapacitado en lugar de disminuido. Para terminar, leo lo que dice el diccionario; disminuido es que ha perdido fuerzas o aptitudes, o las posee en grado menor a lo normal; discapacitado es que tiene impedida o entorpecida algunade las actividades cotidianas consideradas normales, por alteración de sus funciones intelectuales o físicas. Quisiera que alguien me explicara la diferencia. ¿Qué falla, el lenguaje o nosotros?

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