jueves, octubre 12, 2006

ERUDITOS A LA VIOLETA

Desde que comencé con estos comentarios me persigue una gran preocupación: que alguien pudiera ver en mí la actitud pedante y soberbia de quien siempre cree encontrarse en posesión de la verdad y considera errado al resto del mundo. Si eso fuese así, si diese la impresión de un rígido censor que solo está al acecho de los fallos que puedan cometer los otros, renunciaría inmediatamente a seguir con este cuaderno. Zalabardo me dice que a veces estoy cerca de parecerlo y yo le pido que me ayude y me llame la atención cuando esté en ese peligro.
Porque, me creáis o no, este blog es para mí una especie de terapia, una disciplina de quien no busca más que avanzar en el intento de conocer mejor y cuidar la lengua que utiliza. La base, el lema de mi proceder, es una frase que un día escuché a uno de mis profesores más recordados y respetados, Manuel Alvar, en la Facultad de Letras de Granada, cuando todavía estaba en la calle Puentezuelas: "Si no puedes enriquecer la lengua que has heredado, al menos no la transmitas empobrecida".
Por eso, en mi profesión, prefiero mejor convencer de lo que son los buenos usos antes que reprender por los usos desviados. No quiero ser como esos eruditos a la violeta que solamente tienen un conocimiento superficial de las cosas y que censuran acremente a quienes dicen andé o habemos seis (indudablemente formas proscritas por la norma culta, pero muy en la línea de la lógica del lenguaje y por tanto comprensibles en quienes no tienen más que un conocimiento intuitivo de la lenga) al tiempo que ellos no paran de decirmucho habían seis, mucho preveyó, mucho opino de que, mucho es una persona como muy simpática o van llamando protocolo a lo que no es más que un simple procedimiento u hoja de ruta a cualquier conjunto de acuerdos y actuaciones para solucionar un conflicto.
De eso es de lo que pretendo huir, porque creo ser conocedor de mis propios límites y porque sé que yo no estoy libre de cometer errores, que los cometo. Y en los que trabajamos con el lenguaje, periodistas, políticos, profesores..., el patinazo tiene menos disculpa.

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