jueves, noviembre 09, 2006

¡VIRGENCITA, QUE ME QUEDE COMO ESTOY!

Hace un momento he acabado de leer un artículo de opinión de Félix de Azúa que incluye hoy El País. Se titula ¿Quién teme al ciudadano feroz? Cuando hace unos días yo escribía Ciutadans! pensaba en todo eso, pero, está claro, Félix de Azúa es Félix de Azúa y yo soy yo. Sin más vueltas. En fin, que recomiendo su lectura.
Pero, dicho lo dicho, yo ya tenía pensado el tema sobre el que escribir hoy. Me lo inspiraron las informaciones acerca de las manifestaciones de profesores que salían a la calle en Barcelona para protestar por la violencia escolar. Pero para protestar, entiéndase bien, no contra la violencia que, aunque soterrada, de modo más o menos generalizado, se da en el entorno escolar, sino contra la que padecemos nosotros, los profesores. Hoy, la prensa sigue hablando de lo mismo; junto a la mera información se unen las opiniones de diferentes estamentos y los análisis particulares. Entre las opiniones, en una columna, El País titula que Se está creando una alarma injustificada; entre los análisis, el mismo diario incluye uno de Vicente Verdú sobre la cuestión que titula El desdén entre profesores y alumnos. Es posible que yo lo lea mal, pero de él parece desprenderse que existe una culpabilidad compartida.
Desgraciadamente esa es una creencia dominante. No hay para tanto, se exagera mucho, son casos aislados..., se dice con harta frecuencia, mientras se hace poco por poner remedio. Y lo peor es que quienes debieran estar a la cabeza de la defensa de los profesores (léase delegaciones, inspecciones, direcciones de centros) se alinean muchas veces junto a quienes más nos denigran. No hay más que preguntar a los profesores qué respuesta encuentran de sus superiores o de las familias cuando pretenden imponer disciplina o requerir un comportamiento adecuado por parte de los alumnos.
Dice Vicente Verdú en el artículo a que me refiero: ahora no se respeta la autoridad del maestro pero tampoco la de los padres, los jueces, la Iglesia, los médicos o la publicidad. Pues qué bien, mal de muchos, consuelo de tontos. Sin embargo, a quienes quieren resolver todo diciendo que parte de la culpa es nuestra les tengo que dar algo de razón si echo la vista atrás, hacia los muchos años que llevo en la docencia. Nosotros fuimos culpables, igual que muchos padres, de creer, durante una época, que a los hijos, a los alumnos, había que tratarlos de igual a igual. Cierto que ahora no vale decir eso de yo ya lo avisaba, pero recuerdo que siempre defendí que el padre debía ser padre en todas las ocasiones y el hijo, hijo; de igual modo, el profesor tenía que ser profesor y el alumno, alumno. Nada de colegas, porque ni los alumnos nos ven como sus colegas, ni nuestros hijos nos verán nunca como sus amigos.
Que nadie crea que con esto pretendo defender eso de que la letra con sangre entra, porque como decía (ya a principios del siglo XX) mi ilustre paisano el gran polígrafo y comentador del Quijote Francisco Rodríguez Marín comentando este refrán, pero si es con dulzura y amor, se enseña mejor. En aquella época, no se conocía nada de Summerhill ni de esas zarandajas. Y digo esto porque, cuando yo estaba en edad escolar, y pasaba igual con mis compañeros, a pesar de que cometiésemos barbaridades, algunas inimaginables (los niños siempre han sido y serán niños), había un círculo de actuación que difícilmente se rompía: a nuestros padres los respetábamos, a nuestros profesores los respetábamos; y los profesores nos enseñaban que debíamos respetar a nuestros padres tal como nuestros padres nos enseñaban que a los profesores había que respetarlos. Y, al menos yo, siempre me sentí respetado por mis profesores y por mis padres.
Ahora, en cambio, muchos sicólogos y pedagogos pierden el culo y se les cae la baba diciendo mobbing, bullying y otras palabras de la misma cuerda sin saber que hablan de algo que no entienden y, lo que es peor, no saben cómo resolver: violencia, acoso, matonismo, intimidación. Muchos de ellos, la mayoría, se encuentran encerrados en un despacho, lejos de la práctica diaria de las clases. ¿Que exagero? Ojalá no pasemos de como estamos.

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