lunes, diciembre 18, 2006

EL PUEBLO

Todos los años nos pasa igual cuando llegan estas fechas. La verdad es que ignoro de dónde sea Zalabardo, pues cuando lo conocí tanto él como yo éramos mayorcitos. Pero, sea de dónde sea, noto que, como yo, echa algo de menos. En mi caso es el pueblo, mi pueblo. En el suyo, ya digo, no lo sé; ni se lo quiero preguntar, pues creo que el sentimiento que no se echa fuera, mejor no preguntar por él. De todas formas, aún confío en que algún día me lo dirá.
Del pueblo falto hace ya no sé cuánto tiempo, mucho; ningún lazo familiar me ata a él, aunque sí recuerdo a los amigos. Durante gran parte del año a lo mejor permanecen ahí escondidos, en un recoveco de la memoria, casi en hibernación. Pero llegados estos días, el recuerdo eclosiona y sus nombres y suss caras se me hacen patentes con toda su fuerza. Y me acuerdo de Pepe Zamora, que anda por Zafra, de José Manuel Ramírez y Mari Pepa Márquez, que siguen viviendo en él. Y de Pepe Navarro y Mari Carmen Olid, cuyo paradero desconozco. Ninguno de ellos leerá esta agenda; pero me gustaría que lo hicieran para que supieran que no los olvido. Y aparte de los amigos, muchos nombres me saltan también a la memoria, algunos meras figuras que permanecerán unidas de manera indisoluble con la imagen del pueblo; no los menciono porque llenaría toda la página con ellos.
Pero el pueblo, para mí, es la recuperación de muchas palabras que trato de no olvidar. Palabras que en la ciudad parecen haber perdido casi todo su sentido porque apenas si en ella existe lo que tales palabras significaban. Por lo pronto, las casas tenían cámaras o paneras, donde se almacenaba el grano o donde se apilaban los trastos viejos que siempre daba pereza tirar. En ellas jugábamos los niños; en ellas fingíamos tener, por ejemplo, una emisora de radio o un teatro donde representábamos las comedias que nosotros mismos escribíamos. Y las casas tenían un zaguán, que servía para resguardarnos del frío en invierno o del calor en verano, mientras cambiábamos cromos o echábamos partidos de fútbol con chapas de cerveza. Ese zaguán quedaba separado de la calle por un escalón, que en otros lugares llaman tranco y en mi pueblo sardinel. Por mucho tiempo mantuve la ilusión de que sardinel fuese un nombre privativo de mi pueblo, hasta que me desengañó el hecho de saber que es un catalanismo, una palabra prestada.
Las azoteas permitían no solo dominar las alturas del pueblo, sino muchas otras cosas. Por ejemplo, desde la del casino era posible colarse, a través de las ventanas del gallinero, al cine que había en la misma calle. Las casas tenían, cada una, un patio con flores, no los feos patios de luces de los pisos de la ciudad, sino llenos de macetas y con una vela, toldo que servía para evitar el sol del verano. Y en muchos patios había un pozo medianero, que se compartía con la vivienda colindante y que permitía hablar, mientras uno se apoyaba en los brocales, con los vecinos, dando a las conversaciones no sé qué eco de misterio. Y, al fondo, casi siempre había un corral, donde se podían criar gallinas y conejos, y donde se abría una puerta falsa que daba a una calle secundaria, que servía para escaparnos cuando nuestras madres no nos dejaban salir.
Esas son, en fin, algunas de las palabras que guardo de mi niñez perdida. Me gustaría conocer las de Zalabardo y las de cada uno de los que lean esta hoja de su agenda.
Mi pueblo, como saben quienes me lean, es Osuna.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Al leer este artículo, también he recordado mi niñez. Es una suerte tener un pueblo: vivas donde vivas, emigres donde emigres, siempre estará ahí. Siempre puedes volver y recorrer las calles y plazas por donde jugabas de chico.
De pequeño oía cantidad de palabras a los "antiguos", que pensaba que no existían porque no estaban en el diccionario. Con el tiempo descubrí que dichas palabras eran todas correctas pero deformadas por una lengua andaluza cerrada; y que esas personas conocían un léxico que por extenso ya quisieran para ellos los estudiantes de hoy en día.
Algunas de esas palabras son: terrao también como sinónimo de cámara y damajuana. Es curioso como en mi pueblo (Pegalajar) se conoce como "quitar mamones" al hecho de arrancar las plantas que nacen alrededor del tallo del olivo y que le perjudican; en el pueblo de mi mujer (Huelma, a 30 Km) al mismo concepto se le conoce como "quitar chupones": al fin y al cabo es lo mismo.
En mi pueblo también conocí las arrobas, y entonces no había ordenadores.
J.A.G.