martes, mayo 22, 2007

CAER EN GRACIA



Qué verdad es esa que se contiene en el refrán que afirma que es mejor caer en gracia que ser gracioso, me dice Zalabardo, que, como sabéis, es muy dado a esa cosa de los refranes. A decir verdad, yo tampoco les hago ascos, aunque procuro no abusar de ellos, no sé si avisado ya por aquella reprensión que al propósito hacía don Quijote a Sancho, aunque este, ya hacia el final de la novela, se resarce respondiéndole a su señor que "es como lo que dicen: Dijo la sartén a la caldera: quítate allá, ojinegra. Estame reprehendiendo que no diga yo refranes, y ensártalos vuesa merced de dos en dos." . Sea lo que sea, tengo alguna afición a ellos y basta. Eso sí, alguno hay que es en verdad misterioso. Por ejemplo aquel que hace nacer la queja de Sancho: Castígame mi madre, y yo trómpogelas. Refrán en verdad misterioso que ya aparece recogido por el Marqués de Santillana y utilizado también por Valdés, con el que se quiere reprender a los advertidos de una falta en la que, sin embargo, reinciden de inmediato. Lo misterioso de ese refrán es el término trómpogelas, o trómposelas, que ya en aquella época era raro vocablo. Lo que no ha sido óbice para mantener su actualidad, según se ve en el hecho de aparecer en modernas colecciones de refranes, como la de Rodríguez Marín.
Pero la cosa hoy no va de refranes, aunque, como casi siempre, Zalabardo ha sabido, apenas sin querer, darme el pie para el comentario. Y es que le estaba contando yo que en ocasiones surgen casi de forma espontánea palabras que tienen éxito, que aciertan a definir con total claridad aquello a lo que se refieren y de inmediato triunfan y se extienden, al tiempo que otras nos hacen pensar por qué son así y no de otra manera sin que acertemos a explicarlo de manera satisfactoria. De las primeras, leía el otro día que, al parecer, la palabra mileurista, que tan bien define a una clase de personas sujetas a un tipo de trabajo y sueldo en la actualidad, se documenta por vez primera en una carta al director enviada en fecha precisa por una persona con nombre y apellido bien concretos. Y que a raíz de esa carta, El País publicó un reportaje bajo el mismo título, que ha hecho que la palabra se haya asentado firmemente en el léxico común.
Casualmente, leyendo la novela ganadora del último Nadal, Mercado de espejismos, de Felipe Benítez Reyes, me topo con la palabra ludomanía, para referirse a la desmedida afición al juego de uno de los personajes. Pues bien, resulta que lo que recoge el diccionario para ese significado es ludopatía. Y como me entró curiosidad, me puse a buscar. Las palabras con el sufijo -manía (-mano, para el adjetivo) significan 'locura, preocupación caprichosa, afecto o deseo desordenado', mientras que las que tienen el sufijo -patía significan 'sentimiento, afección o dolencia'; son significados que, en algún sentido, se superponen. Y, claro, surgen ciiertas dudas; por ejemplo, si quien siente una atracción enfermiza hacia el juego es un ludópata, ¿por qué quien siente esa misma atracción hacia el alcohol es un dipsómano y no un dipsópata? Y lo mismo podríamos decir de la preferencia del diccionario por las formas cocainómano, erotómano o pirómano, por no dar más ejemplos, en lugar de cacainópata, erotópata o pirópata. Lo dicho al principio por Zalabardo, que mejor resulta caer en gracia que no lo otro.

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