lunes, mayo 28, 2007

PALABRAS MAYORES

No es necesario insistir demasiado para que todos comprendamos que de las numerosísimas frases y dichos proverbiales que en nuestra lengua existen, la inmensa mayoría, casi el noventa por ciento si me apuran, tiene una explicación lógica y una historia fácilmente rastreable. Y que también es verdad que, en función de la antigüedad de su uso, no es de extrañar que muchas de ellas sufran algún tipo de cambio o contagio que pudiera afectar al significado que les damos.
Para explicar lo que digo podría servir la expresión ser algo palabras mayores. Todos los diccionarios académicos, desde el Usual de 1780 vienen definiendo las palabras mayores como las 'injuriosas y ofensivas', que es la definición que aún se mantiene. Ya Sebastián de Covarrubias, en su Tesoro de la lengua castellana o española, decía que 'palabras mayores son las injuriosas, como ladrón, cornudo, etc.' Pero resulta que aquel religioso y filólogo gaditano del siglo XIX, José Mª Sbarbi, que había fundado El Averiguador Universal en 1868, dijo que palabras mayores eran 'un modo que da a entender al que refiere alguna cosa que lo que acaba de decir entraña más gravedad o importancia de lo que parece'. Ahí tenemos, pues, una posible explicación de por qué hoy utilizamos la expresión con este último sentido, independientemente de que lo referido sea injurioso o no.
Eso me lleva a preguntarte, aprovecha Zalabardo la pausa que hago, qué hay de verdad en la frase proverbial con la iglesia hemos topado y su utilización en el Quijote. Y puede que no haya una frase más adecuada para ilustrar lo que estoy queriendo explicar. La que Zalabardo me propone pudiera ser una de las frases más tergiversadas y deturpadas de nuestra lengua, si tenemos en cuenta su origen y el hecho de que la utilizamos para indicar un enfrentamiento con cualquier tipo de autoridad, y en especial la eclesiástica, a la que pudiera resultar problemático contradecir.
Pero hete aquí, le digo a Zalabardo, que la dicha frase ha sido contaminada no solo en su forma sino también en su contenido. Expongamos la situación. En el capítulo IX de la segunda parte de la novela de Cervantes, don Quijote y Sancho entran en El Toboso llevados por el deseo que el caballero tiene de visitar los alcázares donde habita Dulcinea. Sancho, conocedor de la realidad, remolonea ante la petición que su señor le hace de que se dirija hacia allá y le pide que sea él quien vaya por delante. Leemos que entran en la aldea durante la noche, que está entreclara, es decir, levemente iluminada por la luna, y al cabo se encuentran con un bulto oscuro y grande que proyecta una sombra igualmente notable. Se acercan hasta que pueden reconocer lo que el alto edificio que pensaban alcázar es y don Quijote dice: "Con la iglesia hemos dado, Sancho." Y nada más; es decir: lo que me pareció palacio no es sino la iglesia. Con lo que: primero, observamos que dice hemos dado (hemos encontrado) y no hemos topado (hemos chocado); segundo, que con sus palabras, don Quijote no hace sino constatar una realidad que en la nocturnidad se ofrecía difuminada.
La crítica de varias épocas, en especial la del siglo XIX, quiso hacer de esta frase estandarte del anticlericalismo de Cervantes. Frente a esa crítica, Rodríguez Marín, uno de los más prestigiosos cervantistas, escribió en su edición de la novela: "¡Qué importancia dan a esta frase, que no dice más que lo que suena, los intérpretes esoteristas del Quijote!" Y otro comentarista posterior, Martín de Riquer, señaló: "Es posible que en algunos pasajes del Quijote haya intenciones recónditas, e incluso algo anticlericales, pero lo seguro es que aquí no la hay." Sin embargo, se sigue utilizando la frase y se sigue atribuyendo su paternidad al Manco de Lepanto.

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