jueves, mayo 10, 2007

SOBRE LA POLICÍA DE DIVERSIONES

Estos días, por razones que no hacen al caso, he tenido que releer la Memoria para el arreglo de la policía de los espectáculos y diversiones públicas y sobre su origen en España, compuesta en 1790 por Gaspar Melchor de Jovellanos. Es un escrito que refleja a la perfección el despotismo ilustrado del siglo XVIII y su enfoque sobre cómo encarar el ocio de los ciudadanos. Ese darlo todo para el pueblo, pero sin contar con el pueblo ha sido uno de los engañabobos más refinados de los que se ha podido valer un régimen político a lo largo de la historia.
Porque cuanto de razonable, instructivo, beneficioso y honesto pueda traslucir el término ilustrado queda desvalorizado por lo que sin disimulo supone el otro término, es decir, despotismo. Y es que tras la fachada que se pretende dar se escondía el más atroz de los absolutismos. Ya sabemos que todas las reformas emprendidas por aquel sistema, con ser muchas de ellas destacables, se pusieron en práctica sin contar para nada con aquellos a quienes se dirigían. Esa es la razón de que la burguesía de aquellos años, que en principio había apoyado el reformismo propuesto, más tarde, cuando tuvo la plena constancia de que lo más ansiado, la libertad, no se concedía, reiniciaran su lucha contra el absolutismo.
A lo que quería ir. Digo que al leer estos días a Jovellanos me he acordado de alguna que otra actitud observable en nuestros días. El polígrafo asturiano defendía que los gobiernos no han de divertir al pueblo, sino solo dejarlo que se divierta, ya que el pueblo se inventará sus entretenimientos; y basta con que se le dé libertad para ello. Claro que esta libertad tendrá que ir acompañada de protección y esas diversiones se procurará que sean útiles y honestas. Cuando salimos de los años oscuros, los del régimen franquista, parece como si una nueva especie de ilustración despótica comenzara a extenderse por nuestros lares. Iba sobre todo dirigida a la juventud, a la que se animaba a gozar de la nueva era. Uno de esos nuevos divertimientos ha derivado en lo que conocemos como botellón. En los inicios, todo fue una especie de laissez faire, una permisividad hasta cierto punto inconsciente que hoy, según algunos, resulta insostenible.
Por ello se ha impuesto la búsqueda de un arreglo para la policía de las diversiones, es decir,es decir, la búsqueda de un buen orden que guarde y conserve las ordenanzas para el mejor gobierno de las ciudades. Y como no se atreven a prohibir aquello que consideran inadecuado (podría pasar lo de hace unos días en Malasaña) no dejan de darle vueltas al magín y crear botellódromos y zonas restringidas que hagan pensar a los jóvenes que ejercen su libertad de divertirse y acalle las conciencias de los regidores con la creencia de que todo está bajo control y sometido a una buena policía. Como, por ejemplo, se ha hecho en Granada, que se prohíbe beber en las calles, aunque, al mismo tiempo, se le dice al personal en qué calles se podrá beber. Pero, como me dice Zalabardo, que hoy no ha querido intervenir, tal vez la situación no sea tan simple como yo la planteo.

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