sábado, junio 30, 2007

EL CANTAR MÁS BELLO

He empezado las vacaciones leyendo (¿cuántas veces ya?) el bíblico Cantar de los cantares, de Salomón. Mirando en los anaqueles de la librería Proteo hace unos días, mis ojos se toparon con una traducción realizada por Emilia Fernández Tejero. Tiene varios años ya, pero yo la desconocía. Siempre me había servido de la versión recogida en la clásica edición de la Biblia debida a Nácar y Colunga o, después, de la que realizó Fray Luis de León y que tan malas consecuencias tuvo para él. Esta de la que hablo es, según creo, la primera traslación del poema que lleva a cabo una mujer, al menos en lengua española.
No sé si el Cantar de los cantares es la más bella canción de amor escrita siempre; al menos a mí me lo parece. Supongo que no seré la única persona que se resiste a leerlo en su interpretación alegórica, cualquiera que esta sea. Me refiero a una de aquellas que mantienen que tal canción muestra las relaciones de Yavé con su pueblo, Israel, o de Cristo con la Iglesia, etc. Por contra, nunca he sido capaz de hacer una lectura diferente a la de su interpretación literal, es decir, que en él no he he visto más que la historia de una apasionada relación entre dos fervorosos amantes.
El arranque directo, valiente y sensual, de una mujer libre, que hay en el poema, Bésame con esos besos tuyos, / son mejores que el vino tus caricias, y que va subiendo de tono hasta llegar a lo que se podría considerar el clímax del poema, porque fuerte como la muerte es el amor, me produce ese entusiasmo que también me provoca la decimosegunda de las Veinte canciones de amor, de Neruda, Para mi corazón basta tu pecho, / para tu libertad bastan mis alas. / Desde mi boca llegará hasta el cielo / lo que estaba dormido sobre tu alma. Zalabardo, más clásico, dice que él lo compararía con aquel soneto de Quevedo que empieza Cerrar podrá mis ojos la postrera / sombra que llevare el blanco día, y que acaba declarándose, aun después de la muerte, polvo enamorado.
Pero no quería hablar de esto, sino de la relación entre el Cantar de Salomón con el fraile salmantino. Todos conocemos que Fray Luis estuvo sometido desde 1572 a un proceso por el tribunal de la Inquisición. Su delito: defender el texto hebreo del Antiguo Testamento frente a la versión latina, oficial, de la Vulgata. Haber realizado una traducción castellana del Cantar de los cantares, en contra de lo dispuesto en el concilio de Trento, no le ayudó mucho en aquel proceso, que supuso su encierro durante casi cinco largos años. Se cuenta que en uno de los interrogatorios, el dominico fray Vicente Hernández lo atacó diciendo que su traducción apenas si ofrecía diferencias con la poesía erótica de Ovidio; fray Luis se defendió diciendo que su acusador no entendería el texto bíblico en latín, ya que su traducción decía exactamente lo mismo que el texto original.
Si meditamos un poco acerca de lo que sucede día tras día en el ámbito en que cada uno nos movamos, me dice Zalabardo, nos será dado observar que quedan todavía muchos Vicente Hernández sueltos por ahí. Son aquellos que no ven más que por sus propios ojos, aunque un velo les vede presenciar lo que tienen delante , y que no oyen más que sus propias palabras. Son quienes solo se expresan en una especie de culta latiniparla tras la que ocultan sus torcidas intenciones y no pueden reprimir la rabia que les produce que pueda haber otras personas que, en castellano derecho, en el román paladino al que aspiraba Berceo, traten de deshacer lo que consideraban hábiles manejos. Le respondo que con ellos habrá también que lidiar.

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