martes, agosto 28, 2007


LA LETRA PEQUEÑA
Comento a Zalabardo que ayer, mientras leía el diario, atrajo mi atención un anuncio. Me puse a leerlo porque parecía que el producto publicitado se ofrecía en unas condiciones de venta sumamente ventajosas. Claro que un asterisco servía de aviso para que atendiésemos a los requisitos a los que había que ajustarse para hacerse con el producto, requisitos que aparecían explicados en letra pequeña. Pero era tan pequeña que fui incapaz de leer su contenido. Entonces decidí hacer la prueba: de cada cuatro anuncios, tres presentaban al final unas líneas en letra pequeña y, de estos, en dos la letra era tan diminuta que dificultosamente podía leerse.
Podríamos decir que esto de la letra menuda no se da exclusivamente en la publicidad; también en contratos de diversa naturaleza la hallamos. Y se hace así no por ahorrar papel, sino para forzarnos a que no la leamos, porque ¿quién es capaz de hacerlo? Algunas veces lo intentamos, pero siempre acabamos desistiendo. Y ahí está la trampa. La letra pequeña es un engañabobos, pues bobos somos cuando, sabiendo de qué va la cosa, firmamos o iniciamos el proceso de compra sin más. Más tarde, nos enteraremos de que nos hemos comprometido a no darnos de baja en el producto durante un tiempo determinado, aunque no sea de nuestro agrado; que el viaje solo es posible en fechas concretas y pagando de un determinado modo; que únicamente están a la venta unos modelos precisos, aquellos que pronto van a ser sustituidos, del automóvil que nos ha llamado la atención. Y así en todo.
Zalabardo se ríe en mi cara por la inocencia que demuestro planteando tal cuestión. Primero me explica que la letra liliputiense ha existido siempre y me pregunta si ya no recuerdo la época en que los libros de texto utilizaban una letra más reducida para los contenidos considerados secundarios. Entre los estudiantes corría la falsa creencia de que la letra pequeña no había que estudiarla; hasta que surgía un avieso profesor que, sin avisar, nos la exigía en un examen y nos pillaba a todos en bragas.
Por lo demás, me sigue diciendo, esto de la letra pequeña no es más que una parábola viva y fiel de nuestra propia existencia. Cuando somos arrojados al mundo, se nos abre un amplio abanico de perspectivas que difícilmente se cumplen, al menos en su totalidad. Mientras estamos vivos, solo atendemos a los trazos gruesos, como quien lee solo los titulares de gran tamaño en un periódico sin atender a cuanto se dice en letra más pequeña. Los poetas moralistas de la Edad Media y de los Siglos de Oro lo vieron muy claro y nos lo dejaron dicho. Para que nadie piense que es pedantería, atendamos solo a aquel capitán sevillano, Andrés Fernández de Andrada, autor de la Epístola moral a Fabio: ¿Qué es nuestra vida [...]? / ¿Qué más que el heno, a la mañana verde, / seco a la tarde? La vida nos da continuas muestras de estos avisos desatendidos porque, al estar en letra pequeña los despreciamos. Y si no me crees —continúa—, observa el caso del futbolista Puerta: joven, atlético, famoso. ¿Quién le hubiese dicho que le iba a pasar lo que le ha pasado? Sin embargo, ahí estaba escrito, en la letra pequeña que ni él ni ninguno de nosotros quiere leer.
Como veo que Zalabardo empieza a ponerse demasiado trascendente y está con ganas de filosofar, me doy media vuelta, lo dejo y me voy a leer el periódico de hoy. Ni siquiera ha notado que ya me he ido porque, en la lejanía, noto que sigue hablando solo. Allá él. En la página 7 de El País vienen unas ofertas de una agencia de viajes; a ver qué ofrecen.

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