miércoles, septiembre 12, 2007


EL SENTIDO DE LAS NORMAS
En alguna ocasión, me contó Zalabardo, recordando sus tiempos por las aulas universitarias que había tenido un amigo un tanto anarquistoide, y además nacido en un pueblo de Huelva, sin que una cosa tenga que ver con la otra, que gustaba de decir a quien lo quisiera oír que lo mejor de los reglamentos, las leyes y las normas es que se pueden infringir. En cada una de las ocasiones en que me ha sacado el tema, pues Zalabardo es reiterativo en la narración de anécdotas de su pasado, le he preguntado si él también comulga con esa idea. Y siempre, muy serio, me ha respondido que, sin ser perfecto, difícilmente contravendrá a propósito una norma o ley. Conociéndolo como lo conozco, tengo que decir que eso es verdad.
Pero no todo el mundo es igual. Y sin querer afirmar que sea de forma voluntaria, tengo la impresión de que hay muchas personas que las vulneran por pura desidia, por falta de la atención suficiente, lo que no sé si es peor. Es eso algo que pasa bastantes veces en el periodismo o, mejor, en la redacción de los textos periodísticos. Raro es hoy el diario o publicación que no tiene su propio Libro de estilo. ¿Creéis que sus contenidos se respetan de modo escrupuloso? Traigo hoy dos ejemplo para verlo. Son dos titulares, uno de una publicación digital y otro de una edición impresa.
El Libro de estilo de El País dice de los titulares: "Los titulares han de ser inequívocos, concretos, asequibles para todo tipo de lectores y ajenos a cualquier clase de sensacionalismo. Asimismo [no] se eludirán las normas elementales de la sintaxis castellana." El de ABC, por su parte, impone: "Los títulos expresarán de forma sintética, pero gramaticalmente correcta, lo sustancial de la información."
El primero de los titulares que quiero comentar dice así: Un tercio de los españoles sólo podrá ver televisión digital en 2009. El titular es cualquier cosa menos inequívoco, porque la frase se puede interpretar de manera diversa: que nada más que un tercio de españoles podrá ver la TD en 2009 es una interpretación y que un tercio de españoles habrá de esperar hasta 2009 para ver TD es otra; pero ninguna de las dos es correcta porque si leemos el cuerpo de la noticia, que versa sobre el apagón analógico, nos enteraremos de que lo que se quiere decir es que un tercio de los españoles verá, en 2009, solamente la TD. Todo se hubiera arreglado colocando el adverbio detrás del verbo: Un tercio de los españoles podrá ver sólo televisión digital en 2009. ¿Tan difícil hubiera sido darse cuenta de ello?
El segundo ejemplo es más simple y, si queréis, puede responder al deseo de buscar tres patas al gato. Esta es la redacción que presenta: El Gobierno cambiará 1.500 kilómetros de guardarraíles peligrosos para 2008. Sé que os reiréis de mi simpleza, pero ¿para quién son peligrosos? Es un poco como aquel ejemplo de Se venden pantalones para caballeros de tergal. ¿Quiénes son de tergal? En las dos frases, el problema deriva de que no se ha tenido en cuenta la ambigüedad que a veces se crea por no colocar, cuando hay diferentes complementos, cada uno en su lugar preciso. ¿No hubiese sido mejor escribir: El Gobierno cambiará, para 2008, 1.500 kilómetros de guardarraíles peligrosos?
¿Verdad, le digo yo a Zalabardo, que los redactores deberían leerse de vez en cuando las normativas que rigen en sus respectivas empresas?

1 comentario:

Anónimo dijo...

Aunque la idea que voy a expresar tiene solo relación con los primeros renglones del apunte de hoy, es triste que falte una cultura profunda y suficientemente arraigada de respecto a las normas y/o a las leyes en vigor. Esa cultura y educación cívica necesaria ahorraría muchos conflictos y haría que las relaciones humanas de cualquier índole funcionaran mejor.
Las más básicas y elementales deben ser el respeto a los demás y a sus bienes, especialmente la morada. A partir de ahí, todo lo demás funcionaría solo, incluida la relación con el medio ambiente. Hay otros países en Europa donde esta cultura parece observarse mejor.
Bueno, ya me tiene otra vez expresando mis ideas propias, tal vez en un momento en que no vienen al caso. Pero así somos y como tal nos comportamos, al fin y al cabo no hago daño a nadie ni infrinjo ninguna norma. Yo creo que esto debe ser más bien por el síndrome de Estocolmo ¿Que a qué viene esto? Muy sencillo: yo me siento secuestrado por usted, por Zalabardo y por su agenda y, claro está, entre secuestradores y secuestrado termina apareciendo, más tarde o más temprano, el tal síndrome.
El viejo de la colina.