lunes, septiembre 10, 2007

LA DESTRUCCIÓN DE SODOMA
Sabido es que, conocida la intención de destruir Sodoma por parte de Yavé, Abraham se le dirigió y le dijo: "Señor, piensa que lo que vas a hacer provocará no solo la muerte de los pecadores sino también la de los justos; si yo lograra reunir cincuenta justos en ella, ¿evitarías el castigo de la ciudad?" Y Yavé le respondió: "Si hallares allí cincuenta justos, por ellos perdonaría a todo el lugar." Abraham prosiguió su parlamento con Yavé rebajando cada vez el número de justos que sería suficiente para el perdón de Sodoma. Y habló de cuarenta y cinco, de treinta, de veinte, de diez justos, y siempre recibía la misma respuesta por parte de Yavé. Pero en el Génesis leemos que tras haber propuesto su última hipótesis, la de los diez justos, Abraham se retiró a su lugar. Y ya sabemos cómo una lluvia de fuego y azufre cayó sobre la ciudad y solo se salvaron Lot, sus dos hijas y su esposa, si bien esta terminaría convertida en estatua de sal por desobedecer la orden de no mirar hacia atrás mientras se alejaban de la ciudad.
En los Estados Unidos, hay operadores que están cortando el acceso a Internet a determinados usuarios que hacen un empleo abusivo de la banda ancha. Un operador malévolo, convencido de que existe un número excesivo de bitácoras y de que muchas de ellas podrían ser perfectamente eliminadas con la excusa de que no concitan el menor interés entre los internautas, ingenió una trama con la que enredar a cuantos incautos se dejaran pillar. Quiso reproducir el juego dialéctico entre Yavé y Abraham, con alguna modificación, y se inventó un cuestionario que distribuyó entre quienes mantenían cualquiera de las muchas bitácoras que existen por ahí a ver si desanimaba a alguien.
Zalabardo, ya sabéis que esta agenda está inscrita a su nombre y que gentilmente me la cede para que sea yo quien se haga la ilusión, inocente vanidad, de que sus ideas sobrevuelan el espacio virtual y se codean con otras que, con mayor mérito, circulan por la cibergalaxia, también ha recibido el cuestionario y, solo después de haberlo contestado y remitido, ha tenido la gentileza de entregármelo para que lo lea. La escala de preguntas es más amplia, pero yo destaco aquí solo algunas de ellas con sus respuestas.
Decía la primera pregunta: "Si usted fuese leído por no más de cincuenta personas, y solo la mitad de ellas se sintiera inclinada a comentar alguna que otra vez sus anotaciones, ¿mantendría abierta su bitácora?" Responde Zalabardo: "Si hubiese cincuenta personas que me leyesen, y aunque solo un veinticinco por ciento comentase lo que allí escribimos (fijaos que escribe en plural, con lo que se reconoce corresponsable de cuanto aquí aparece), sería feliz por haber superado con creces la meta propuesta el primer día."
Continúa en otro lado el cuestionario: "¿Y si únicamente fuesen veinte las personas que leen su agenda y no más de cinco las que incluyen algún comentario?" Y Zalabardo contesta: "Sería un resultado aceptable y elogiable en su justa medida. Pues sería señal de que nos siguen no solo los amigos, algunos de los cuales podrían sentirse atados por algún tipo de compromiso, sino también por alguna otra persona cuya existencia desconocíamos tal como ella desconocía la nuestra. Ello constituiría, además, un acicate para continuar."
Y terminaba, por fin, con lo que podría llamarse la pregunta trampa: "¿Y si su bitácora tuviese un solo lector, eso sí, tan fiel y persistente en incluir sus propios comentarios que alguien pudiera insinuarle que lo que pretende es hacerle sombra para dar entrada a sus ideas al amparo de las de usted?" Zalabardo escribe en la respuesta: "La libertad de opinión y expresión es sagrada mientras no se atente contra el nombre y dignidad de nadie y mientras no se pretenda suplantar a nadie. Por otra parte, una bitácora, esta agenda, es un cuaderno con suficientes hojas en blanco para que las rellene quien quiera y sepa hacerlo. Y si hubiera un único lector que siguiera nuestra agenda y encontrara en ella cauce para la difusión de sus propias ideas, le extendería no ya una mano, sino las dos, en señal de amistad y lo animaría a que siguiera por ese camino.Daría a conocer el caso a los cuatro vientos como prueba de que la voz de los hombres nunca se pierde por completo en el vacío, sino que siempre hay alguien que recoge siquiera uno de sus ecos. Y, por supuesto, mantendría esta agenda con mayor interés."

1 comentario:

Anónimo dijo...

Hoy me he emocionado con su apunte, tanto que tuve que esperar a que pasara un rato para escribir; además, no estaba solo. Un día a la semana, y de manera rotativa, nos reunimos en la colina todos los amigos. Una tarde en una casa y una semana después en otra; de esta forma esperamos con ansiedad la siguiente reunión y sin que se pierda interés por la reiteración de las visitas. Pues bien, hoy tocaba en mi casa en la que hemos estado tomando unos refrescos y unas pastas mientras hemos conversado de un tema y de otro.
Nos acompañaba Antonio quien, a sus 70 años, sigue practicando bicicleta varias veces por semana. Antonio es un ejemplo de persona agradable y eficiente, un auténtico artesano capaz de realizar en su cochera cualquier trabajo de los que podríamos considerar de alto nivel. ¡Es soberbio!
Con Antonio venía Pepe, otro ciclista que pronto engrosará nuestra élite de jubilados. Ambos, Antonio y Pepe, nos han deleitado con algunas de sus anécdotas deportivas, esas que hablan de cosas graciosas pero también de compañerismo porque, según cuentan, en el mundo del ciclismo, cuando se sale a carretera, toda prudencia es poca y toda ayuda necesaria. Por ejemplo, dicen de Pepe que no pedalea ni diez pasos sin estar pendiente de los demás y si alguien se queda atrás, por agotamiento o casancio, afloja el ritmo y se deja alcanzar hasta que el compañero afectado logra "chupar su rueda". El vacío que se genera en esta situación, favorecido por la velocidad y la geometría de los cuerpos, es asombroso, según comentaban, y puede hacer que un compañero que pedalea con sus fuerzas disminuidas, logre reponerse y llegar a destino. Por eso, cuando un ciclista sale solo a carretera -en casos excepcionales- y es alcanzado por un grupo que, en su mismo sentido, pedalean con más ritmo, es incluso invitado a coger la rueda del último sin que a nadie importe el que pueda aprovechar el vacío que le facilitan los demás. La vida sobre dos ruedas es un mundo algo mágico, casi unidimensional, donde se da una atmósfera de camaradería que envuelve a todos por igual, en donde los más fuertes se turnan sin importar que otros, con menos fortaleza, vayan a remolque de ellos, ya que no tiene atractivo salir solo a carretera por salir, lo mismo que no tendría mucho sentido escribir para nadie.
El viejo de la colina.