miércoles, octubre 03, 2007


HORROR VACUI
Miedo a los espacios vacíos. Se dice especialmente en el terreno de la creación artística para referirse a ese miedo por dejar espacios sin rellenar, lo que conduce a caer en una profusión de elementos ornamentales. Se dio, por ejemplo en periodos como el barroco y similares.
También es aplicable al campo de la escritura, en el que quiero centrarme hoy, para hablar del miedo a la hoja en blanco. Es esa especie de pánico que nos invade cuando nos vemos ante la blancura del papel, o de la pantalla del ordenador, y nos sentimos obligados a tener que rellenar tanto espacio y, por un instante, somos incapaces de escribir la primera palabra que arrastre tras ella a las demás.
De ello hablaba hoy a mis alumnos en clase para tratar de convencerlos de que ese temor hay que vencerlo, porque es posible que sea más aparente que real. A los jóvenes, a muchos de ellos, les cuesta escribir; sienten un pudor casi invencible a reflejar en el papel sus opiniones, sus juicios, sus valoraciones sobre cualquier tema. Les dije que a mí también me asalta esa sensación cada vez que abro una nueva página de esta agenda. Aunque sepa de qué quiero hablar, hay días que me cuesta arrancar. Y estoy seguro de que Zalabardo no escribe, y me cede su agenda, por la misma razón, como le he dicho a él tantas veces. Porque no es posible que un joven no pueda escribir más que cinco o seis líneas sobre cualquier tema que se le proponga. Ese miedo hay que perderlo; basta proponerse escribir siquiera una línea más, aunque sea luchando con la mano que se niega a obedecer. José Francisco, que escribe cosas con más enjundia que esta humilde agenda, nos podría decir bastante sobre la cuestión.
Nuestra existencia está plagada de manías, de miedos como este que estoy tratando. En este campo de los miedos, de los horrores a algo, el diccionario está bien repleto de palabras que les sirven de apoyatura. El prefijo -fobia sirve para generar tales vocablos. Y ya que hablamos de los jóvenes y uno de sus miedos, podríamos hablar de la eritrofobia, el miedo a ruborizarse. Y también están muy extendidas la agorafobia, el miedo a los espacios abiertos o a hablar en público y su contrario, la claustrofobia, el miedo a los lugares cerrados. Algunos, llevados por su rechazo de la luz, fotofobia, se ocultan en lugares oscuros. Hay quien tiene temor a la noche, nictofobia, como quien siente miedo pánico a caer enfermo, nosofobia o patofobia, y quien se horroriza ante la muerte o los muertos, tanatofobia y necrofobia. Como quien teme a las alturas, acrofobia, o a volar, aerofobia.
En ocasiones, ese miedo inicial se transforma y va un poco más allá, convirtiéndose en aversión obsesiva. Entonces la fobia deja de actuar en nosotros mismos para reflejarse hacia los demás. Eso pasa con la anglofobia, francofobia, hispanofobia, aversión por lo inglés, lo francés, lo español, etc.; la androfobia y la ginefobia, aversión hacia los hombres o las mujeres; o la homofobia, rechazo de los homosexuales.
En el caso que nos ocupaba al principio, el del temor a la hoja en blanco, la fuerza del vacío puede ser tal que, como en el conocido experimento físico llevado a cabo por Otto von Gericke en la ciudad de Magdeburgo, el ímpetu de los caballos sea insuficiente para separar las dos semiesferas. Aun así, debemos desecharlo. Basta un firme ejercicio de la voluntad para que el blancor de la hoja quede disimulado bajo la exposición de nuestras ideas.

2 comentarios:

familia Garrido Díaz dijo...

A mi me ocurre que en ocasiones acumulo muchas e intensas emociones a lo largo del día, desde que tengo hijos, y mi vida ha dado un giro. Llego exultante a la noche con ganas de plasmar en papel o en algún blog perdido en el ciberespacio todas estas sensaciones. Pero estoy tan cansado que al final esas palabras se quedan acumuladas en mi cabeza y el folio queda vacío para alguna otra ocasión en el futuro.

Anónimo dijo...

¡Cuantas fobias innecesarias hay en la sociedad! En el Club de La Colina creemos que muchas de ellas podrían haber desaparecido hace tiempo porque no tienen fundamento en el momento actual, tan lejos ya de esa famosa experiencia que realizara el alcalde de Magdeburgo.
Por ejemplo, hoy día no tiene sentido hablar de fobias hacia muertos ni espíritus porque ya nos ha demostrado la ciencia actual (como le gusta decir a Rogelio, que también es nuestro asesor científico) que ni los muertos resucitan ni los espíritus existen. Por lo tanto, la literatura actual debe cuidar mucho de no transmitir más errores de conocimiento a la gente, ni de alimentar fobias innecesarias, ni hacernos adiptos a nada. Pero lograr eso es muy difícil porque hace falta sabiduría.
Sabe una cosa, escritor, cómo me hubiera gustado haberle tenido de profesor en mis años de bachillerato, explicando sus clases como escribe su agenda y animándonos a vencer ese horror vacui que nos llena.
Los de la Colina