viernes, octubre 26, 2007


TUTANKAMÓN
Zalabardo me preguntaba esta mañana si he prestado atención a ese anuncio que ponen en televisión en el que un pollo ayuda a una niña que llora porque se le ha escapado su globo, que permanece detenido entre las ramas de un árbol. Tras alcanzarlo y devolvérselo a la niña, que vuelve a sonreír, el malévolo pollo parece arrepentirse de su buena acción y, de un picotazo, revienta el globo de la niña, a la que deja de nuevo sumida en su llanto.
Si miramos a nuestro alrededor, terminaremos por descubrir que hay mucha gente que disfruta destrozando las ilusiones de los demás y que toda nuestra vida, desde aquel día en que un compañero más avispado que nosotros y a la vez con peores inclinaciones, rasgó el velo de nuestra inocencia infantil al descubrirnos el misterio de quiénes eran los reyes magos no ha sido otra cosa que una sucesión de desengaños. Desde entonces, se podría decir que la vida se ha encargado de proporcionarnos casi a plazos contados uno tras otro. De esta torcida inclinación no se libra nadie, me dice Zalabardo, y, tal como a nosotros nos las rompen, en otras ocasiones somos nosotros quienes hacemos añicos las ilusiones de los demás. Parece ser esta una negativa tendencia de la que los humanos no conseguimos sacudirnos.
A todo esto, le pregunto a Zalabardo la razón de que estemos hablando de este asunto, y pronto me la despeja. Vuelve a hablarse, el tema es recurrente cada cierto número de años, de la muerte de Tutankamón. Este joven faraón que tuvo una vida de vértigo —accedió al trono a los ocho años, se casó a los doce y murió a los dieciocho— siempre ha estado rodeado del halo que le concedía el hecho de que su tumba hubiese sido la única (no sé ahora si la única o la primera) que llegó hasta nosotros completa, sin marcas de expolios anteriores. Ese dato, más la maldición que se decía existir sobre quienes estuvieron presentes en el hallazgo y apertura de la tumba, se unió a la noticia de haber muerto violentamente a consecuencia de una conspiración palaciega y todo junto lo convertían en una figura misteriosa y atrayente.
Pues bien, según el recorte que me muestra Zalabardo, ahora parece que la razón de la muerte de este joven, "la viva imagen de Amón", que eso es lo que Tutankamón significa, que había suprimido el culto a Atón que Akenatón impusiera y restablecido el culto tradicional del Egipto faraónico, devolviendo con ello a los sacerdotes la influencia que antes tuvieron, no fue ninguna conspiración ni atentado, sino un simple y vulgar accidente de carro.
Como suena. Tutankamón, se nos dice, era gran aficionado a las cacerías y acostumbraba a acudir a las partidas que se organizaban conduciendo su propio carro. En una de estas, la información nos dice que los carros egipcios tenían poca estabilidad, el monarca perdió el control y su vehículo volcó, quedando él atrapado entre sus restos. ¿Verdad que no parece una muerte apropiada para tal personaje? Ahora solo falta que un programa de esos de la compañía del tomate salga aireando que no volvía de una cacería, sino de una orgiástica fiesta en la que el rey había bebido sin comedimiento y que, según investigaciones de la Patiño, en la prueba del alcohol había dado positivo, por lo que, de no haber muerto, le habrían descontado los pertinentes puntos del carné.
Lo que me decía Zalabardo, otro globo deshinchado violentamente por el malvado pollo del anuncio.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Se lo hemos apuntado alguna que otra vez: su agenda nos gusta porque en ella encontramos valores humanos descritos con un gran equilibrio emocional (Rogelio lamenta por ello que aún no haya habido respuesta a nuestro deseo de conocernos tomando café). En el apunte de hoy nos ha gustado el modo sencillo de arrancar la narración para llevarnos a algo tan extendido como es romper la ilusión de los demás. Por eso deseamos entresacar la frase "Parece ser esta una negativa tendencia de la que los humanos no conseguimos sacudirnos" para no olvidarnos de lo que no debemos hacer, aunque sea el daño menos intencionado de todos.
Hoy Rogelio también ha estado de recortes de prensa y se ha encontrado, en uno de esos diarios de distribución gratuita, con una entrevista que le hacen a Alastair Fothergill, director de la película "Tierra" que próximamente se estrenará. Cuenta Fothergill que durante el rodaje en la Antártida, en pleno invierno para poder filmar las auroras boreales, a 70º bajo cero, si arrojabas el agua de un vaso al aire se congelaba antes de tocar el suelo del frío que hacía, y que por la misma razón las 180 personas que han participado en la película, entre ellos 60 cámaras, tenían que llevar pañales y no podían orinar fuera de las tiendas por la formación de una especie de estalactita muy dolorosa. Las difucultades del rodaje han sido, como es fácil de entender, excepcionales. Las cámaras, por ejemplo, no se podían tocar con las manos sin unos guantes especiales por riesgo de congelación inmediata y por quedarse las manos pegadas a las mismas. Sin embargo, a pesar de tantas dificultades se ha conseguido grabar ampliamente cómo es la vida del oso polar en su habitat, donde se pasa seis meses dentro del agua. Lo que no se comenta para nada es la incidencia que la estancia y el avituallamiento de 180 personas haya podido tener en el medioambiente antártico (todos los pequeños detalles beben ser tenidos en cuenta).
En la citada entrevista, en respuesta a las preguntas del entrevistador, Fothergill comenta que ve bien que se le haya concedido el Premio Nobel de La Paz a Al Gore porque su dedicación a los temas que trata no es de hace poco tiempo. Dice que en "Una verdad incómoda" Gore sale muy joven defendiendo ya sus puntos de vista, y que por esta dedicación de hace años es por lo que se le ha reconocido con el Nobel. Volviendo a la entrevista, también nos ha gustado mucho una frase del propio Alastair Fothergill donde dice: "No creo que ningún científico inteligente pueda dudar de que hay calentamiento global y que es una cosa causada por el hombre".
No queremos olvidar cuál ha sido el punto de partida del apunte de hoy, y no lo querremos olvidar nunca, pero los de El Club de La Colina estamos más inclinados hacia estas tesis que hacia las que defiende El cosaco verde en el comentario de hace unos días. Y con esto no queremos romper la ilusión de nadie.