viernes, agosto 15, 2008


MANIFIESTO POR LA LENGUA (y 3)

Junto a lo dicho en los dos apuntes anteriores, se puede hacer otra exposición que deje atrás cualquier planteamiento historicista o político (hoy mismo, en El País, se puede leer una entrevista con el escritor vasco Kirmen Uribe donde se dice "sería una lástima que donde los ciudadanos han encontrado una solución los políticos busquen un problema") y en la que primasen solo y exclusivamente argumentos sociolingüísticos, es decir, qué situaciones se dan cuando en un territorio coexisten dos o más lenguas, hecho, por otra parte, que no puede ser interpretado más que como una manifestación de riqueza cultural. Cuando se analiza esta cuestión, la de la existencia de más de una lengua en un territorio, nos damos de bruces con dos conceptos que debiéramos entender con precisión. el de bilingüismo y el de diglosia. Solo se puede hablar propiamente de bilingüismo cuando en una zona geográfica conviven dos o más lenguas en cualquier situación y con parecida facilidad y eficacia, es decir, se utilizan indistintamente ambas. Se habla, en cambio, de diglosia cuando lo que se da es una situación de convivencia de dos o más lenguas en el seno de un mismo territorio donde uno de los idiomas tiene un estatus de prestigio (como lengua de cultura o uso oficial) frente a los otros, que son relegados a situaciones socialmente inferiores.
Violeta Demonte, en el artículo citado al principio de esta serie, recoge tres tipos de estados bilingües: 1, aquellos en los que el bilingüismo tiene un alcance total; todas las lenguas son igualmente oficiales en todo el territorio (caso de Canadá). 2, aquellos constituidos por Estados regionales monolingües cuya suma da lugar a un estado bilingüe (caso de Bélgica). Y 3, aquellos en los que se da un bilingüismo por territorios, es decir, que están integrados por regiones en las que, aparte de la lengua oficial del Estado, se da otra lengua; este sería el caso de España y, según el criterio de la autora del artículo, esta es la situación más enriquecedora. Y, sin embargo, tenemos problemas.
¿De dónde nacen esos problemas? Sin remontarnos a etapas muy alejadas en el tiempo y limitándonos a las causas más próximas, el problema, o los problemas, nacen de la feroz diglosia provocada por la prohibición dictada tras la guerra civil. Pensemos que se habla de impedir a bastantes millones de personas el uso público (derecho que debiera ser inalienable) de su lengua materna. Ahora, para algunos, parece haber llegado el momento de la venganza y por eso hay quienes quisieran provocar una diglosia de signo diferente: no buscar la más fructífera de las coexistencias, sino favorecer el uso de la lengua propia aun en detrimento de la del Estado. Pero, del mismo modo que no tenían razón aquellos prohibicionistas de antaño, tampoco la tienen los revanchistas de ahora.
¿Cuál sería la solución ideal? Ni más ni menos que respetar el bilingüismo, proceder en todas esas zonas a una auténtica normalización lingüística que, en palabras de Violeta Demonte "se hace imprescindible cuando hay fuertes diferencias dialectales o situaciones de diglosia". Si no, tratemos de dar respuesta a las siguientes preguntas: ¿Es asumible una enseñanza en la lengua autonómica? Sí, sin que ello signifique olvido de la lengua oficial del Estado. ¿Es admisible la exigencia a los funcionarios, de cualquier administración, del conocimiento de la lengua autonómica? Por supuesto, sin que ello suponga desatención en la lengua oficial del Estado. ¿Y la redacción de impresos en la lengua de la Comunidad? Sí, siempre que se de predisposición a ayudar a rellenarlos a quienes, por alguna causa, la desconozcan. También se podrían redactar en las dos lenguas cualquier documento oficial. ¿Y la rotulación? Si hablamos de rótulos oficiales (calles, carreteras, etc.), redactados en las dos lenguas. ¿Se podría permitir a los representantes de las diferentes Comunidades Autónomas el uso de su lengua materna en el Parlamento o en el Senado españoles o a cualquier ciudadano dirigirse a juzgados, comisarías y otras instancias en dicha lengua materna? En según y qué ocasiones, ¿por qué no?
Así podríamos seguir. Todo depende de que seamos razonables. Zalabardo ha estado muy atento todo el tiempo a lo que escribía, sin hacer ningún comentario. Solo cuando ya he terminado me hace una sugerencia, él las suele hacer casi siempre en forma de preguntas, que quiero recoger como colofón: si, cuando vamos a un país en el que se habla una lengua diferente a la propia, tratamos de hacernos entender, aunque sea para pedir un café o para saludar, en la lengua de ese lugar, ¿qué nos impide hacer lo mismo en Barcelona, San Sebastián o Lugo? No sería mala idea.

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