lunes, septiembre 15, 2008

AYNADAMAR

Aynadamar (Fuente de las Lágrimas), nombre árabe de la hoy conocida como Fuente Grande, es una fuente y acequia situada al pie del Cerro de la Cruz, en Alfacar. En tiempos pasados conducía el agua hasta la población y continuaba hasta Granada, aunque lo que queda de su antiguo trazado no llega más que hasta El Fargue. En la actualidad, pocos metros más abajo, junto a la carretera que une Alfacar con Víznar, podemos visitar un parque dedicado a Federico García Lorca porque, parece haber amplia coincidencia en ello, en ese lugar fue fusilado el poeta granadino; no solo él, pues en el mismo acto fueron ejecutados un maestro del pueblo de Pulianas, Dióscoro Galindo, y dos toreros, los banderilleros Francisco Galadí y Juan Arcollas. Una piedra toscamente labrada señala el lugar donde están los cuatro enterrados. Sobre ella se puede leer: A la memoria de Federico García Lorca y de todas las víctimas de la Guerra Civil.
Ahora, la familia del maestro y otras asociaciones para la Recuperación de la Memoria Histórica han requerido del juez Garzón autorización para abrir la fosa y exhumar los restos. Al tiempo, sugieren que el lugar preciso del enterramiento pudiera no ser ese, sino estar situado a unos quinientos metros de distancia, en dirección a Víznar, del emplazamiento fijado por Ian Gibson y otros investigadores amparados en el testimonio de la persona que fue forzada a enterrar los cadáveres. Los peticionarios de la exhumación aportan en defensa de este nuevo emplazamiento la declaración de alguien que dice haber sido testigo del enterramiento.
Coincido con Zalabardo en que aquí nos hallamos ante un grave choque de intereses: por un lado, el de la familia Lorca, que reiteradamente se opone a que sean exhumados sus restos y, por el otro, el derecho esgrimido por las familias de los otros fusilados a proporcionar a sus deudos un enterramiento que ellos consideran más digno. Difícil elucidar qué interés tiene mayor peso.
Le recuerdo a Zalabardo que los argumentos de la familia Lorca giran de modo fundamental en torno a que sería razón más que suficiente para no tocar la fosa el hecho de corresponder los restos de los que hablamos a personas bien identificadas. Y él replica de inmediato que la razón que defienden los otros (¿por qué tantas veces en cualquier conflicto hay que aludir a la existencia de los unos frente a los otros con lo que ello supone?) es similar a la que blandió Antígona para justificar su empeño en dar digna sepultura a su hermano Polinices, muerto en un enfrentamiento civil y condenado por los vencedores a permanecer insepulto.
Y, en el debate de pareceres que mantenemos, no logramos ponernos de acuerdo sobre junto a cuál de las familias nos alinearíamos. De verdad que es difícil. La nombradía de que goza en todo el mundo el nombre del poeta, el aura cada vez más resplandeciente de su figura pudiera servir para convertir aquel espacio en un símbolo, un recuerdo imborrable de la ignominia sufrida por tantos y tantos. Todo el que acudiera allí sabría que bajo aquella piedra, junto a aquel olivo, está Federico, en compañía de otros. Y, a lo mejor, la nieta del maestro y el resto de peticionarios que elevan su voz al juez Garzón quieren huir de esto y buscan para sus deudos un lugar más íntimo y recogido en el que ellos puedan poner sus nombres con todas las letras: Dióscoro Galindo, Francisco Galadí, Juan Arcollas. Quizás los símbolos les importen menos.
Y dominando el ambiente que rodea a todo este asunto, el peso de la guerra civil (¡todavía!) no superado aún por tantos, de una y de otra parte (otra vez los unos y los otros). ¿Cuándo seremos capaces de sobreponernos a este estigma y tratar el tema sin resquemores de ningún tipo, tendiendo fraternalmente la mano abierta y no amenazando con el puño y ni siquiera con la palabra? Zalabardo me dice que él también sería partidario de que se cierre ya ese capítulo infame de nuestra historia siempre que no sea un cierre en falso. Esto supone que es preciso que se sepa todo cuanto hay que saber y que todas las víctimas (todas, sin distinción) descansen en paz y no abandonadas en cualquier cuneta.

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