lunes, septiembre 01, 2008


PIEDRA BLANCA, PIEDRA NEGRA

En el capítulo X de la segunda parte del Quijote, en el momento en que Sancho finge volver de su embajada para buscar a Dulcinea, el caballero recibe a su escudero con las siguientes palabras: "¿Qué hay, Sancho amigo? ¿Podré señalar este día con piedra blanca o con negra?" Aludía con ello don Quijote a la vieja tradición romana de marcar en el calendario con una piedra blanca los días felices y con una negra los aciagos.

Hoy es día 1 de setiembre, lunes. En el instituto Pablo Picasso, como en cualquier otro, se comienzan a celebrar las pruebas para los alumnos calificados negativamente en junio; sin embargo, yo estoy aquí, en casa. Y es que ayer, día 31 de agosto, día final de las vacaciones, se cumplió también mi último día como profesor en activo; hoy es, pues, mi primer día como jubilado. Zalabardo, que venía dándole vueltas al asunto, como si no quisiera hacerlo, me pregunta qué sensaciones me envuelven. Titubeo y no sé responderle, pues, en principio, me asaltan dudas, como a don Quijote, acerca de qué piedra emplear para marcar esta fecha en el calendario, si blanca o negra. Solo que él estaba pendiente del resultado de la embajada y para mí todo está solucionado.

Desde que el curso anterior tomé la decisión de solicitar la jubilación voluntaria, varios compañeros, y el que más José María Bocanegra, me planteaban con frecuencia qué se sentía al verse uno ya en las puertas de la jubilación. Medio en serio y medio en broma, yo respondía a todos que alegría y tranquilidad. Alguno no terminaba de creérselo y casi todos daban por sentado que la jubilación debe producir desazón y tristeza en quien traspasa su umbral.

Recién obtenida la licenciatura en la Facultad de Letras de Granada, en 1968, di mi primera clase en el instituto de la localidad sevillana Lora del Río. En 1971 vine a Málaga y empecé a impartir clases en un centro privado, concretamente en el Colegio León XIII. En 1978, aprobé la oposición de ingreso en la enseñanza pública y gané la plaza de Fuengirola para, al año siguiente, trasladarme al Pablo Picasso. Hasta ayer. Si miramos atrás y hacemos cuentas, han pasado cuarenta años como profesor, a los que hay que restar el tiempo del servicio militar.

¿Podría alguien aguantar tantos años si la labor que se realiza no cubre sus aspiraciones? Por ello, puedo decir que en mi profesión he sido feliz hasta donde razonablemente una persona puede ser feliz con su trabajo. Me gustaba lo que hacía y lo hacía con la mejor disposición. Pero los tiempos han cambiado mucho; posiblemente más de lo deseable. Ya no es cuestión tan solo de que los alumnos estudien más o menos, sepan más o menos que los de otros tiempos. Es el entorno en que se desarrolla el trabajo de los docentes en los tiempos que corren lo que a mí más me iba afectando. Hubo épocas en que los profesores estábamos tratados dignamente. No digo que bien remunerados, que esa es otra cuestión. La sociedad, al menos, valoraba la tarea que los profesores llevaban a cabo, se nos respetaba. Ahora, en una sociedad en la que muchos valores han sufrido un fuerte vuelco, los profesores hemos perdido en gran parte el lugar que se nos asignaba y la nuestra se ha convertido, en cierto modo, en profesión de riesgo. Los menos culpables de este estado de cosa, pese a lo que se diga de ellos, los alumnos, que por principio y dicho en tono cariñoso, han de ser los enemigos naturales del profesor, ya que nosotros significamos la exigencia de algo que, aunque sea por razón de edad, a ellos les cuesta dar. Los más culpables, para mí, la propia administración educativa, que enfoca su labor más desde supuestos políticos y partidistas que educativos. Así, los planes y programas cambian de un día para otro en función del grupo que esté en el poder. Parece no importar que los alumnos estén bien preparados, lo que les preocupa es que no haya muchos suspensos. No buscan y estudian las causas del posible índice de fracaso escolar; se dictan medidas que disimulen dicho fracaso.

Varias veces le he dicho a Zalabardo que esta sensación de impotencia, de estar sumido en un sistema que no da los frutos apetecidos, esta falta de apoyo social e institucional es lo que me ha forzado a solicitar la jubilación voluntaria anticipada. Y ahora me siento ya liberado de una opresión que me ahogaba. Por eso no siento estar jubilado. Aunque, es indudable, dejo atrás muchísimos buenos recuerdos y entrañables afectos, muchos buenos momentos y muchas alegrías que provocan un raro pellizco interior. Ese sí es no es en que me veo inmerso es la causa de que no acierte con la piedra que debo usar para marcar el día de hoy, porque podría usarlas ambas.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Hola Anastasio.
Como modesto lector de esta agenda, me alegro mucho de que la hayas reanudado y te animo a continuarla porque somos muchos los que la leemos con regularidad y aprendemos de las ideas que vuelcas en ella.
Un abrazo.
Rafael López.

familia Garrido Díaz dijo...

Anastasio, al igual que Rafael me alegro de tu retorno a la escritura de esta agenda, como ya me comentaste cuando te pregunté allá por junio: "Ahora que voy a tener tiempo seguiré escribiendo...". Pues uno que se alegra.

En cuanto al tema de hoy, lamento el descrédito que tenemos los profesores. Sin embargo, pienso que la gran responsable a grosso modo, del mal actual de nuestra querida educación secundaria, más allá de las administraciones y de las leyes, es la falta de atención que reciben los muchachos (y muchachas, con tu permiso) en sus casas. Los adolescentes son como los niños pequeños, necesitan que se les haga caso, que se les oiga, (que en general es lo que nos gusta a cualquiera). Creo que falta educación de base que a nosotros a estas edades nos resulta muy difícil, sino imposible, proporcionar.