viernes, noviembre 28, 2008


APARIENCIAS ENGAÑOSAS

Bien es verdad lo que suele decirse de que las apariencias engañan y no debemos emitir juicios precipitados. Zalabardo me lo repite a cada momento y, aunque procuro hacerle caso, lo cierto es que en bastantes ocasiones me precipito. Sirva de ejemplo la anécdota sucedida el fin de semana pasado. Estábamos en Istán por el mero hecho de dar un paseo. Sabéis que me gusta el senderismo y que salimos con frecuencia. Pero este sábado del que hablo, una de las personas del grupo no se encontraba muy en condiciones y decidimos limitarnos a un recorrido breve. Por la mañana caminamos en dirección al nacimiento del río Molinos por el que llaman Paseo de los Chaparros, lo que aprovechamos para coger un puñado de bellotas, que estaban muy en sazón. El nacimiento se encuentra en el primer tramo del camino que une Istán con Monda y daba gusto ver la cantidad de agua, clara, dulce y fresca, que manaba entre las peñas. Este nacimiento recuerda un poco al del río Genal, en Igualeja.
Después de comer, nos dirigimos por el Paseo de los Laureles hacia el mirador de las Herrizas y, desde allí, bajamos hasta la cola del Embalse de la Concepción, que retiene las aguas del río Verde. Pero, entre uno y otro paseo, aprovechamos para comer, que era la primera idea que nos había conducido a Istán, pueblo blanco y limpio como pocos. Preguntamos y nos recomendaron el restaurante El Barón; no fue mala recomendación, pues disfrutamos de unas berenjenas rellenas y unos lomos de bacalao que estaban realmente ricos.
Parece mucho exordio este para el asunto de hoy, pero confío en que no aburra. La cosa fue que, en el restaurante, entró una pareja de mediana edad y ocupó una mesa junto a la nuestra. Se les acercó el camarero, revisaron la carta e hicieron su petición. El camarero les sirvió unas cervezas, unas aceitunas y el pan. Entonces, no habían transcurrido ni cinco minutos, los dos se levantaron de manera precipitada, pagaron las cervezas que apenas habían consumido y salieron con muchas prisas. Después de que salieran, el camarero hizo, con intención de que lo oyéramos, un comentario irónico: "Por lo visto, le habrán parecido caros los platos". La cosa podía haber quedado ahí, pero nosotros no resistimos la tentación de imaginar teorías, a cual más peregrina, de lo sucedido. Sin embargo, apenas veinte minutos después, ambos reaparecieron y volvieron a ocupar el lugar de antes. Ni que decir tiene que nos corroía la curiosidad. Y, como ya digo que estábamos mesa con mesa, pudimos oír la explicación que dieron al camarero: se habían dado cuenta de que habían perdido las llaves de su casa y decidieron salir con urgencias a buscarlas. Y las encontraron. Tras eso, comieron con toda tranquilidad. El camarero se podía haber evitado su cáustico comentario y nosotros todas las teorías que montamos sobre el caso.
Con los pronombres personales átonos españoles pasa también que las apariencias nos engañan y los utilizamos mal, en ocasiones, no tanto por desconocimiento cuanto porque interpretamos mal su función. Sobre todo pasa lo que digo con los de tercera persona (lo, la, le y sus plurales). Creo que es porque como estos pronombres anticipan algo que aún no se ha dicho o reproducen algo que ya apareció antes, muchas veces los desligamos de su referente y ya metemos la pata. Por ejemplo, el camarero, según cuento arriba, dijo: *le habrán parecido caros los platos; como su referente es a ellos, debería haber dicho les habrán parecido caros los platos, que es lo correcto. Pero, en estos caso, se tiende a usar el pronombre en singular.
Alguien podría achacar el error a la, previsible, poca formación lingüística del camarero. Pero mira por dónde, yo mismo, y eso que reviso detenidamente lo escrito para evitar precisamente faltas de tal calibre, escribí el otro día: *la amistad y el cariño la derivan de otras fuentes, con lo que la concordancia la hago con amistad, con descuido de que los referentes son dos, amistad y amigo y, por ser cada uno de un género, y aun yendo ambos en singular, la concordancia debe ser en masculino plural: la amistad y el amigo los derivan de otras fuentes. En la crónica de la reciente final de la copa Davis de tenis se podía leer: *a su carrera, quizás también a sus compañeros, le ofreció Verdasco el triunfo obtenido; otra vez los referentes son dos, carrera y compañeros, por lo que se debería haber usado les. Y, hoy mismo, hace un rato, en una información sobre el socavón del metro sevillano que se ha engullido un quiosco, se lee: *el accidente que estuvo a punto de costarle la vida a una mujer y a su hija. Nuevamente vemos que se debería haber escrito les.
Descuido de prisas periodísticas, dirá alguien. No estoy tan seguro porque incluso en textos tan cuidados como los literarios se dan más de dos y más de tres casos de estos. Y en el lenguaje coloquial, construcciones del tipo *le dije de inmediato a mis amigos son frecuentes. Me dice Zalabardo que si nosotros caemos en el error con el complicado sistema de los pronombres personales en nuestra lengua (es la única categoría que conserva el esquema de la declinación latina, con formas diferentes según el género, el número y la función), qué harán los extranjeros cuando se enfrentan a él. Pues tiene razón.

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