martes, febrero 17, 2009


A BURRO MUERTO, CEBADA AL RABO
Es ese uno de los refranes que utilizamos cuando queremos indicar que algo se hace a deshora, cuando ya no hay remedio. Andaba yo el otro día con mi relectura de Valle-Inclán (cada loco con su tema) y Zalabardo me preguntó qué había de cierto en cuanto se dice de que este autor vivió y murió hundido en la miseria; le digo que bastante, pero que aún hay más vida llena de penurias en la biografía de Alejandro Sawa, en quien se inspiró el gallego para crear el inolvidable Max Estrella, de Luces de bohemia. Por cierto, con motivo del centenario de la muerte del bohemio escritor sevillano acaba de aparecer una edición de Iluminaciones en la sombra, con presentación de Andrés Trapiello.
No es infrecuente que un escritor, cualquier artista, resulte ser incomprendido en su tiempo y haya que esperar hasta después de su muerte para que se le reconozca el mérito que en vida atesoró. ¿Cuánta penalidad podía haberse evitado Van Gogh de haber vendido alguno de sus cuadros siquiera por la cuarta parte de lo que se paga ahora por ellos?
A estos artistas, después de muertos (a buenas horas mangas verdes es otro refrán válido para el caso), no se les escatima ningún adjetivo ponderativo: preclaro, ilustre, insigne, afamado, célebre, ínclito, eximio, excelso, eminente, egregio, notable, excelente... ¿Habrá alguno de estos adjetivos que no se haya aplicado siquiera una vez a Miguel de Cervantes? ¿Alguien más excelso que él? Ahora. Y antes, solo una vez que hubo fallecido, que no antes. Porque hasta entonces parecía que le perseguía no la fama, sino la mala suerte y la incomprensión allá por donde iba.
Se lo dije a Zalabardo cuando me preguntó por Valle. Y como pareció mostrar algo de extrañeza por cuanto le decía, me vi precisado a recordarle algo de la biografía, llena de luces y sombras, del alcalaíno. Y ahí es donde nos topamos con la primera laguna. Se sabe que fue bautizado en Alcalá, aunque no hay ninguna garantía de que hubiera nacido allí, puesto que por aquellos años la vida de su familia fue un constante andar de acá para allá . Hasta que en 1569 lo sabemos afincado en Madrid, aunque por poco tiempo, pues como consecuencia de una riña en la que hiere a un tal Antonio de Segura es procesado y se dicta una orden de arresto contra él, por lo que sale a escape y marcha a Italia, donde entra al servicio del cardenal Giulio Acquaviva.
Cuando en 1571 se organiza una armada para combatir a los turcos, Cervantes ve la ocasión de, enrolándose, poder volver a España. Embarcado en la galera Marquesa, toma parte en la gesta de Lepanto. Mire usted por dónde, el día de la batalla despierta aquejado de unas fuertes fiebres y se le ordena permanecer en el camarote, aunque él desobedece la orden y sube a cubierta para participar en la lucha; pronto recibe dos heridas, una en el pecho y otra en el brazo izquierdo que le deja inútil la mano. Vuelto a Italia y recuperado de las heridas, participa en la expedición de Navarino y en la conquista de Túnez y Bizerta.
En 1575, junto con su hermano Rodrigo, decide volver a España. Es portador de cartas de recomendación del propio don Juan de Austria. La galera Sol, en la que viaja, es asaltada por piratas berberiscos y cae cautivo: como le encuentran las cartas, piensan que es un personaje notable y se pide por él un altísimo rescate. Participa en varios intentos de fuga que fracasan. Después de un cautiverio de cinco años, los frailes trinitarios consiguen reunir el dinero para su rescate.
De nuevo en Madrid, como las letras no le dan para mantener a la familia, se traslada a Sevilla como comisario para proveer trigo para la Armada Invencible. Problemas con las cuentas a causa de las irregularidades de un subordinado y la quiebra de un banquero portugués en cuya casa había depositado el dinero, significaron un nuevo proceso y su condena a prisión. En la cárcel comienza a escribir el Quijote. En 1604 se traslada a Valladolid. Al año siguiente se imprime la primera parte del Quijote. Pero se ve enredado en un nuevo proceso: Una noche, en la puerta de su casa, es acuchillado un caballero llamado Gaspar de Ezpeleta; se sospecha del escritor y de varias de las mujeres de su casa, de cuya moralidad se duda. Entran en prisión sus dos hermanas, una sobrina, su hija Isabel y él mismo, aunque pronto son liberados por no haber pruebas en su contra.
En tanto, su novela va siendo conocida y su nombre corre de boca en boca, pero en 1614, un tal Alonso Fernández de Avellaneda publicó una segunda parte apócrifa del Quijote y, en la introducción, injuria gravemente a Cervantes. Apenas si nuestro autor tiene tiempo para dar fin a la segunda parte auténtica y trata de defenderse de las ofensas recibidas. En 1616, muere sin llegar a conocer el éxito mundial que supuso la historia del caballero manchego. La paradoja es que tuvo que morir para llegar a ser inmortal. Por no tener, no tenemos ni un solo retrato suyo que pueda considerarse auténtico.

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