viernes, febrero 20, 2009


SINONIMIA
Los profesores de lengua estamos muy acostumbrados a afirmar que la sinonimia es la relación semántica que hay entre dos palabras cuando presentan la posibilidad de sustituir la una a la otra en un determinado enunciado. Así decimos que entre un chato de vino y un vaso de vino no hay diferencias notables y que chato y vaso son, en esos casos, sinónimos. Pero el fenómeno es aún más complejo, pues la sinonimia absoluta o perfecta solamente se da cuando dos palabras son intercambiables en todos los contextos; si nos fijamos en los ejemplos anteriores, chato y vaso se pueden intercambiar en únicamente los casos propuestos, porque si hablamos de un coche con morro chato, ahí nunca podremos sustituir chato por vaso. Esto no quiere decir más que hallar casos de sinonimia perfecta es muy difícil pues casi siempre encontraremos algún matiz especial y distinto en alguno de los términos de la pareja o grupos. Así, podríamos sostener que carta y misiva cumplen, en principio, los requisitos para ser considerados sinónimos perfectos; pero, aún así, no debemos olvidar que misiva tiene un carácter algo más elevado y que, por ejemplo, epístola, siendo también una carta, remite al terreno de la literatura. Hay que contar, pues, con las connotaciones, es decir, los significados sugeridos y subjetivos de cada término. Pasa igual con década y decenio, que aun pudiendo funcionar como sinónimos, no significan exactamente lo mismo, ya que la primera remite a un periodo de diez años, referido a las decenas del siglo (década de los veinte, de los cincuenta, etc.), mientras que la segunda se refiere a cualquier conjunto de diez años.
Surge este tema como asunto del apunte de hoy porque días atrás, paseando por el centro de Málaga, pude darme cuenta de cómo esta ciudad, que tiene un casco urbano bastante antiguo, no olvidemos que la fundaron los fenicios, dispone también, por desgracia, de numerosas construcciones no ya viejas, sino caducas y decrépitas, que muestran un grado de dejadez bastante grave y del que no sé a quién debemos culpar, si al Ayuntamiento o a los especuladores del suelo. Es verdad que, a lo que parece, la ciudad anda empeñada en un proceso de rehabilitación notable. Y que en algunos aspectos este proceso afecta a barriadas completas (ahí está el caso de la Trinidad). Pero también es cierto que el deterioro es acusado en muchas zonas del centro que están a la vista de los visitantes que acuden a gozar de la oferta cultural que la ciudad ofrece. Comenté luego con Zalabardo la curiosidad de que, reflexionando sobre ello, me hubiesen venido a la cabeza adjetivos como antiguo, viejo, caduco o decrépito, que pertenecen todos ellos a un mismo campo significativo. Y a él no se le ocurrió decirme otra cosa sino que ya tenía asunto para una página de la agenda.
Porque si consultamos en un diccionario de sinónimos la palabra viejo, observamos que, entre la amplia lista de sinónimos que nos ofrece, aparecen anciano, antiguo, añoso, añejo, vejestorio, carcamal, provecto, decrépito, obsoleto, caduco y unos cuantos más que renuncio a copiar aquí. Claro, que no son sinónimos perfectos. Procedamos con un poquitín de orden.
Si aceptamos que los tres términos más comunes son viejo, antiguo y anciano, hemos de empezar diciendo que anciano solo se puede aplicar a personas, lo que ya lo diferencia de los demás. Que antiguo, si lo aplicamos a personas, remite no tanto a la edad sino más bien a las costumbres, al vestido o a las ideas; así, una persona antigua puede ser joven, pero de ideas trasnochadas. En cambio, si se aplica a cosas, puede remitir al prestigio y solera que dan los años; un edificio puede ser antiguo, pero hallarse en perfecto estado de conservación. Por fin, viejo hace relación a lo físico y perecedero, tanto en las personas como en las cosas; una persona vieja lo es porque tiene muchas edad, y un edificio viejo puede serlo porque está ajado, deslucido, ruinoso, etc., independientemente de tener muchos años. Pero aún hay más diferencias: así como la vejez, cuando hablamos de personas, alude a la decadencia de la vida, la ancianidad habla de la madurez y experiencia que dan los años.
Si hablamos de antigüedad, hay que dejar claro que añoso es lo que tiene muchos años (son árboles añosos el castaño conocido como El Abuelo, en el sendero de la Estrella, en Granada, o el Castaño Santo de Istán). Por el contrario, es añejo aquello que, por haber durado muchos años, ha mejorado o empeorado su condición; hablando de vinos, se habla de la estimable calidad de un vino cuando es añejo o se dice que un vino está añejo si, por su mala conservación, se ha picado o se ha puesto rancio. Un poco en la misma línea, calificar a alguien de vejete supone un matiz afectivo y cariñoso, mientras que llamarlo vejestorio es tratarlo despectivamente.
Por fin, veamos los adjetivos que quedan de los que hemos citado arriba: provecto remite al hecho de tener una edad avanzada, bastante más que madura (Zalabardo me pide que no lo mire cuando escribo esto); decrépito, referido a cosas, supone estado ruinoso y, referido a personas, se aplica a quien por la vejez tiene disminuidas sus facultades. Si alguien, además de decrépito y achacoso, se queja por ello, pasa a ser un carcamal. Caduco también se aplica tanto a personas como a cosas y designa lo que se halla en estado de decadencia y de próxima ruina. Por fin, obsoleto, que difícilmente se aplica a personas, es todo aquello que, por no estar al día y haberse quedado anticuado, resulta poco útil.
Me dice Zalabardo que dejemos ya la cosa como está y no intente hacer ninguna clase de alusiones personales por lo que pudiera pasar. Y es que a Zalabardo le ocurre en ocasiones lo que a aquella señora a la que una vez hicieron una encuesta por teléfono. La primera pregunta fue: ¿Está dispuesta a contestar algunas preguntas? Y respondió: Por supuesto que sí. La segunda fue: ¿Nos podría decir su edad? A lo que secamente respondió: Por supuesto que no. Y colgó porque decía que el encuestador era un maleducado.

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