martes, marzo 10, 2009


EL DODO
Para muchos lectores de Las aventuras de Alicia en el país de las maravillas, de Lewis Carroll, el dodo, uno de los animales que caen en el lago de las lágrimas y el que luego propone una carrera para secarse, es simplemente un ave que no vuela y que pertenece a una especie ya extinguida. Lo que ya no sabrán tantos es que el dodo fue una especie endémica de la isla Mauricio que cuando se publicó el libro de Carroll, en 1865, ya no existía, puesto que su completa extinción había tenido lugar a finales del siglo XVII.
Le comento a Zalabardo que el dodo es universalmente considerado como el ejemplo prototípico de la desaparición de una especie animal debida a la acción humana. Pero no es la única. Se dice que una especie está en peligro de extinción cuando su existencia se encuentra altamente comprometida y hay un riesgo cierto de desaparición si no se ponen medidas. La Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza y los Recursos Naturales (UICN) cuenta con un catálogo en el que se reconocen como en peligro de extinción 2448 especies animales y 2280 especie de plantas; y en peligro crítico de extinción, es decir, casi al borde de la desaparición, se contabilizan 1665 especies animales y 1575 especies de plantas.
También España tiene su catálogo nacional de especies amenazadas. En él se incluyen 44 especies de fauna y 117 de flora. La foca monje del Mediterráneo se incluye entre los diez mamíferos en mayor peligro de extinción de todo el mundo; se calcula que quedan unos 500 ejemplares. Del lince ibérico restan solo dos poblaciones reproductoras, Doñana y Andújar-Cardeña, con un total de 100 ejemplares y solamente 25 hembras reproductoras. Del oso pardo quedan unos 100 ejemplares en la cordillera Cantábrica y no más de 15 en los Pirineos. Podríamos seguir hablando del águila imperial, del urogallo de los Pirineos, del quebrantahuesos y de otras especies más. Quede claro que el peligro de extinción es casi siempre debido a la participación humana, ya sea de un modo directo, sobreexplotación de una especie sin poner remedios para su conservación, o de modo indirecto, por alteración de las condiciones de la naturaleza y su correspondiente influencia sobre el modo de vida de determinadas especies.
Zalabardo, que recuerda que yo a veces he comparado las lenguas con organismos vivos, me pregunta si en ellas se da algún fenómeno semejante a este que comentamos. Le pregunto si ha leído la información que aparecía el otro día sobre los trabajos de un equipo de científicos británicos, de la Universidad de Reading, que, gracias a un programa informático, ha identificado cuáles son las palabras más antiguas de la lengua inglesa y afirma que, del mismo modo, puede llegar a predecir cuáles son las palabras con mayores posibilidades de entrar en vías de extinción. Con esto le quiero decir que, aunque no sea un proceso idéntico, las palabras aparecen y desaparecen, bien que de modo natural, como si dijésemos gracias a una selección evolutiva que constantemente va renovando el léxico, aunque dejando continuamente cadáveres en el camino. Si a cualquiera de nosotros, le digo, nos fuese dado transportarnos ahora mismo a la época de Alfonso X, es muy posible que tuviésemos dificultades para comunicarnos con el Rey Sabio.
Los reparos que ponen los alumnos de hoy a leer, por ejemplo, el Poema de Mío Cid o La celestina nacen de que deben luchar con un vocabulario que en gran medida no comparten ni comprenden. Aunque no hay que irse tan lejos para enfrentarse a este problema. Veamos si no qué pasa con Azorín.
El escritor alicantino, que como buen noventayochista era amante del casticismo léxico, sirve de ejemplo. En el capítulo titulado Una ciudad y un balcón, de su libro Castilla, de 1912, en solo 25 líneas nos ofrece un ramillete de palabras hoy desaparecidas y que a muchos lectores les dificulta avanzar en lo que cuenta. Desde un balcón se ven unas callejas ocupadas por actividades que hoy ya no existen porque el progreso las ha hecho innecesarias: una de las calles está ocupada por obrajes, 'lugares donde se labran tejidos y paños', y la otra por tenerías, 'curtidurías, casas donde se curten y trabajan las pieles'; en ellas se mueven un sin fin de profesionales que hoy no podríamos encontrar: tundidores, 'que igualan con tijeras el pelo de los paños', perchadores y cardadores, 'que limpian y separan las fibras para el hilado', arcadores, 'que sacuden y ahuecan la lana' y pelaires. 'que las preparan para tejerlas'; en la otra calle hay correcheros y guarnicioneros, 'que hacen correajes y otros efectos que se ponen a las caballerías', boteros, 'que hacen con cuero botas y odres para conservar vino y aceite' y chicarreros, 'que confeccionan calzado para niños'. Entre todos ellos, se mueve una anciana que vende gorgueras, 'adornos para el cuello, hechos de lienzo plegado', garvines, 'cofias de red', ceñideros, 'ceñidores, fajas, cintas o correas que ciñen la vestimenta al cuerpo' y otras bujerías, 'baratijas de hierro, estaño o vidrio de poco valor que sirven de adorno'.
Me dice Zalabardo si valdría decir que cada una de estas palabras es un dodo, una especie ya extinguida. La diferencia, sin embargo, es grande. Las palabras que se pierden forman generaciones que se suceden unas a otras. No se pierden de forma culpable, sino casi por necesidad, por desuso. porque se han vuelto inútiles. Aunque distintos, unos vocablos nuevos van ocupando el espacio dejado por los que se pierden. Las especies animales y de flora, en cambio, carecen de repuesto y el hueco que dejan las que se pierden ya no volverá a ser rellenado nunca.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Querido profesor: soy como un dodo en el sentido de que, al igual que él, también había desaparecido; sin embargo, como esas bacterias que permanecen acantonadas esperando las condiciones adecuadas para multiplicarse, emerjo de mi última desaparición con nuevos bríos y aire renovado, y así hasta la próxima.
Hoy he querido felicitarle por su apunte 350, en el que he dejado otro comentario. Digamos que me hace ilusión entrar en esas 523 páginas (ya serán algunas más) que Zalabardo lleva.
Saludos para ambos.
Mari Paz.