jueves, marzo 05, 2009


MALDITOS
La expresión poeta maldito la acuñó Paul Verlaine en un ensayo de 1888 que llevaba ese mismo título y en el que analizaba a quienes él consideraba tales, a saber: Tristan Corbière, Arthur Rimbaud, Stéphan Mallarmé, Marceline Desbordes-Valmore, Auguste Villiers de L'Isle-Adam y Pauvre Lelian (anagrama de su propio nombre).
¿Y quiénes son los poetas malditos? Si atendemos a los que originalmente fueron así calificados tendríamos que decir que aquellos que están marcados por un fuerte estado de marginación social. Orientados hacia una determinada concepción del arte, rechazan aquellos valores más comúnmente aceptados por la sociedad; encabezaron provocaciones que eran por sí mismas peligrosas; huían de cualquier tipo de honores y de la búsqueda de puestos oficiales; partidarios de una actitud antisocial y libre, conocieron la miseria, la enfermedad y el abandono. Hundidos voluntariamente en la bohemia, la mayoría de ellos murió antes de que su genio fuese reconocido, si bien es verdad que rechazaban ese reconocimiento si ello suponía que debían renunciar a sus ideales. Eran antirrománticos en el sentido de que el poeta romántico, también solitario, adoptaba, sin embargo, una actitud de sufrimiento por todos, ya que se consideraba voz y conciencia de la sociedad. El poeta maldito, por el contrario, habla y trata de su propio sufrimiento. La automarginación en que vive le lleva a hundirse, bastantes veces, en un mundo de depravación y drogas.
Los poetas malditos, en fin, son aquellos que hicieron posible la aparición de la poesía simbolista a la que tanto debe el movimiento modernista. Pero aparte de los seis iniciales, poetas malditos hubo más y no solamente en Francia. En España no debemos olvidar al más destacado de todos, Alejandro Sawa, a quien ya mencionamos hace unos días (Hoy mi situación de alma es la de un hombre que está en capilla para ser ejecutado al día siguiente; cumplen mañana plazos improrrogables de mi vida, y no sé cómo darles cara). También se puede considerar maldito al casi desconocido Emilio Carrere, así como al epígono de los hombres del 27, y también olvidado, Andrés Carranque de los Ríos. Más de nuestros días, cumplen los requisitos Leopoldo María Panero (Una cucaracha recorre el jardín húmedo / de mi chambre y circula por entre las botellas vacías: / la miro a los ojos y veo tus dos ojos / azules, madre mía. / Y canta, cantas por las noches parecida a la locura...) y, aunque a muchos extrañe, Jaime Gil de Biedma (Te acompañan... / las calles muertas de la madrugada / y los ascensores de luz amarilla / cuando llegas, borracho, / y te paras a verte en el espejo / la cara destruida, / con ojos todavía violentos...).
Le digo a Zalabardo que también existen los vocablos malditos, aunque estos no se automarginan sino que son repudiados por la sociedad (o parte de ella), que los evita y los sustituye como si usarlos fuese un pecado grave. No es un fenómeno de ahora, puesto que ha existido siempre. A cualquier persona que se acerque al estudio del léxico de una lengua, una de las primeras cosas que se le enseña es qué es un tabú, palabra que se procura no utilizar por cualquier razón, y qué es un eufemismo, el término que viene a sustituir al tabú. Las razones para crear tabúes y sus correspondientes eufemismos son casi ilimitadas: dignificación profesional (parece tener más bagaje científico el pedicuro que el callista), social (suena más progresista productor que obrero), evitación de palabra que se considera vulgar (solicitamos ir al baño en lugar de al retrete), superstición (decimos bicha para ahuyentar la mala suerte que trae decir culebra), moral (consideramos más aceptable tener una amiga, o amigo, según los casos. que no una amante o querida), etc. Ejemplo patente de estudios de estos tabúes léxicos es el Diccionario secreto, de Camilo José Cela, dedicado al léxico sexual.
Todo ese proceso ha derivado hacia una exageración en los criterios por los que debe evitarse una palabra. Estoy hablando, por si alguien no ha caído en la cuenta, de lo que se viene llamando lenguaje políticamente correcto. Sabéis que mi posición de rechazo es clara en cuanto a esta cuestión. También me gusta archivar cuanto encuentro sobre el asunto. Un artículo muy interesante es el que escribió Vicente Verdú en El País (La etiqueta genuinamente americano, 19-10-1995), que hace un análisis de sus orígenes. En él nos enteramos de que la corrección política en el lenguaje es una creación de la izquierda norteamericana a partir de los setenta y que el término quedó ya firmemente fijado hacia 1990. También, que su primer objetivo fue aceptable: desterrar de las manifestaciones culturales todo reflejo de dominación de una cultura sobre las demás y combatir la discriminación de las minorías. El peligro surgió cuando el uso de un lenguaje renovador se convirtió en categoría encubridora de conflictos no resueltos. Es decir, que todo deseo de cambio y mejora queda reducido a la creación de infinidad de eufemismos. Como, por poner un ejemplo reciente, cuando nuestro presidente Zapatero rechazaba aceptar, e incluso pronunciar, el término crisis y decía que lo que había era una desaceleración. No hay solución para el problema, pero este se minimiza cambiando el lenguaje. Como eso de que no hay despidos, sino expedientes de regulación de empleo. Y en un diario leía hace unos días que un determinado club de fútbol, en lugar de falta de liquidez lo que tenía eran tensiones de tesorería.
Lo políticamente correcto nos lleva a casos realmente absurdos, como proponer que no se hable de zoos, sino de parques para la conservación de la vida salvaje; o como el caso de un grupo feminista norteamericano que solicitó la supresión de la palabra woman porque contenía el elemento man. Los ejemplos son inacabables: no hay presos sino internos, como no hay cárceles sino establecimientos penitenciarios; para unos, el recreo se convierte en un segmento de ocio; o el inmigrante negro es un subsahariano (por lo mismo que Obama no es el primer presidente negro sino afroamericano). Lo peor surge cuando hay grupos que se ofenden porque se utilicen determinadas palabras que deberían ser inocentes: no se podrá decir enano, sino hombre bajito; ni indio, sino indígena. Arturo Pérez-Reverte contaba que por haber calificado a alguien de payaso, recibió una carta de queja de la ong Payasos sin fronteras. Y Javier Marías cuenta cosas por el estilo a causa de sus artículos. Pero Zalabardo me previene de que me estoy alargando y de que es preciso que termine ya. Sea.

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