jueves, abril 23, 2009


EL MAR, LA MAR...
Siempre me han atraído de modo especial los paseos a orillas de mar. Ahora que dispongo de tiempo, son muchas las mañanas en las que me voy por el Paseo Marítimo de Poniente y lo recorro hasta su final y aún más. Por lo común llego hasta la desembocadura del Guadalhorce y allí, por sus riberas, sigo caminando. Aunque el regreso lo suelo hacer por el mismo itinerario, a veces vuelvo por el interior.
El mar (la mar), junto con el cielo, representan fielmente a todo ese conjunto de elementos de la creación que, siendo su naturaleza el cambio permanente, parecen mostrársenos siempre iguales. Tal como pasa con los árboles que, por días, por segundos incluso, van variando de modo imperceptible, sin que seamos conscientes de ello. Pero de estos procesos y de cualesquiera más que aportemos, el que a mí más me atrae es, como decía al principio, el del mar (la mar). Zalabardo me lo explica como consecuencia lógica de mi vida en el pueblo y es posible que tenga razón. Mi pueblo careció hasta muy tarde no ya de agua corriente con la que abastecer las viviendas; es que faltaba el agua. De hecho, uno de los recuerdos más vivos que guardo de él es el de las colas de cántaros en las fuentes públicas a la espera de las escasas horas de servicio de agua para poder coger la suficiente para las necesidades de cada casa. Y asociado a este hecho, no se me olvidan los aguadores, pues había personas que hacían de esa necesidad profesión , ya que iban por el pueblo vendiendo el agua que tan escasa era. Cuando se realizaron las obras de abastecimiento, el cambio experimentado fue más que notable; fue como entrar en la civilización.
Por eso, cuando visité Málaga por vez primera, en un viaje de final de curso organizado por el Instituto, lo que más me impactó fue el mar (la mar), esa inmensidad por la que, a la vez, sentía atracción y miedo. Por eso, también, una de las sensaciones más placenteras para mí es sentir cómo mana un chorro de agua, sea de grifo o de fuente natural, y dejarlo golpear con fuerza la palma abierta de mi mano. Zalabardo me dice, un poco en tono burlón, que termine de contar una de las consecuencias de esa atracción/repulsión hacia el agua; no me importa decirlo, esa es una de las razones por las que nunca aprendí a nadar.
Pues bien, a lo que realmente iba; uno de los días de esta extraña primavera que venimos disfrutando, con más fresco del que quisiéramos y con menos días de playa de lo que la gente preferiría, andaba yo por el Paseo de Poniente (en realidad, su nombre es Paseo Marítimo Antonio Banderas) y no dejaba de observar las nubes que casi cubrían todo el cielo y la soledad de las arenas, cosa extraña porque aquí en Málaga, pasada la Semana Santa, parece que abren las puertas de las playas y la gente siente necesidad de tumbarse al sol. Pero, como digo, al menos la de la Misericordia estaba vacía, como os demuestra la foto. O casi, porque al instante reparé en ella. Era una mujer de edad y aspecto indefinidos que paseaba arriba y abajo balanceando a derecha e izquierda su detector de metales. ¿Qué buscaría y qué iría pensando mientras buscaba? Lo gris del día y su soledad me trajo a la memoria el final del poema de Antonio Machado Es una tarde cenicienta y mustia: así voy yo, borracho melancólico, / guitarrista lunático, poeta, / y pobre hombre en sueños, / siempre buscando a Dios entre la niebla. El mar (la mar), no lo he dicho, me contagia siempre un algo de su melancolía, porque el mar (la mar) es melancólico, y me hizo pensar que, como aquella mujer con su detector, todos vamos siempre buscando algo tal vez sin encontrarlo.
Me hace notar Zalabardo que voy dando saltos de una cosa a otra como si estuviera perdido. Le digo que no es así, que todo va relacionado, aunque no lo parezca. Porque ese choque de sentimientos contrarios del que hablo, distintos e incluso opuestos, pero siempre sentimientos firmes y reales, nunca ambiguos (ya salió el término), se me enredó con la reflexión sobre las formas posibles de la palabra: el mar y la mar. Bastantes veces se ha hablado en esta agenda del problema del género de los nombres y de que no solo hay masculino y femenino, sino que existe un género que llamamos común, que explica que solo debamos decir miembro, modelo, pianista, líder, etc. (pese a que defiendan lo contrario incluso ministras), porque son nombres que tienen forma única tanto para el femenino como para el masculino, que eso es lo que significa que sean de género común.
Y, repito, pensar en el mar (la mar) me llevó a pensar también que junto al masculino, al femenino y al común hay lo que se llama género ambiguo (y el epiceno, del que se hablará en otra ocasión), que es el que poseen nombres, por lo general designadores de seres inanimados, que admiten ser usados en masculino o femenino sin que ello implique cambio de significado: el/la mar, el/la vodka, el/la armazón. En nuestra lengua hay un centenar largo de nombres que son ambiguos en cuanto al género, pero doy solo unos cuantos como ejemplos: bajante, calor, cobaya, cochambre, doblez, enzima, esperma, margen, mimbre, reúma, tizne...
Quizá tendría que haber dicho algo acerca de que hoy es el Día del Libro. Pero vamos a dejarlo en solo decir que igual que había una serie de televisión en la que se afirmaba que la realidad está ahí fuera, podríamos afirmar nosotros que nuestra realidad, indisolublemente unida a nuestra ficción, está siempre en los libros.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Hola profesor:
el apunte de hoy me ha gustado; es imaginativo, fluido y suelto. Me ha parecido al leerlo que cuando se libera de las ataduras de su profesión, lo cual debe ser difícil por ser algo indistinguible a veces de nosotros mismo, sobre todo cuando hay verdadera vocación, le sale más la literatura que la lengua.
Saludos, Mari Paz.