jueves, mayo 14, 2009

FERENC PLATKO

Pocas veces he visto discutir a Zalabardo. Su natural sosegado, yo me altero con mucho menos motivo, es capaz de aparentar que la razón la tiene su opositor con tal de no meterse en litigios en los que no se dilucida nada que sea crucial. Anoche, sin embargo, sería la resaca de lo que acabábamos de ver, fue uno de esos momentos en que uno no se puede resistir y llevó la contienda hasta el final. Claro, que tampoco llegó la sangre al río. Todo ocurrió tras la final de Copa entre el Athletic y el Barça.
Entre el auditorio de espectadores que estábamos sentados ante la televisión, una vez finalizado el encuentro y ya en la tertulia pertinente al caso, se hablaba de la maravilla del juego desplegado por el Barça en la segunda parte. Un nostálgico de tiempos pretéritos, de esos que aún quedan por ahí, y merengón por más señas, tuvo la ocurrencia de decir: "Lo que yo no sé es dónde están ahora todos aquellos que presumían de intelectuales", y pronunció la palabra intelectuales con retintín, "que afirmaban que el fútbol es el opio del pueblo". Comentario sin importancia que, no obstante, hizo saltar a Zalabardo como impulsado por un muelle: "Lo que aquellos intelectuales querían decir no era que el fútbol, en sí fuese el opio del pueblo, sino el uso interesado que del fútbol se hacía en aquella ominosa época", y fue entonces Zalabardo quien puso retintín al pronunciar la palabra ominosa, "puesto que se utilizaba como telón para ocultar otros problemas más serios".
Y que si patatín, que si patatán; nada del otro mundo, vamos. Pero como a Zalabardo le duraba el subidón de haber visto vencer al Barça con tanta autoridad, dio rienda suelta a un discurso justificativo de cómo los intelectuales y artistas de principio del siglo XX fueron ya defensores de todos los deportes y admiradores, en especial, del balompié, que así se le llamó en un tiempo. No paraba de dar ejemplos, hasta llegar al clímax en el momento en que citó y recitó, como argumento máximo de su tesis, la famosa Oda a Platko, de Rafael Alberti; sí, aquella que empezaba: Ni el mar, /que frente a ti saltaba sin poder defenderte. / Ni la lluvia. Ni el viento, que era el que más rugía. / Ni el mar, ni el viento, Platko, / rubio Platko de sangre, / guardameta en el polvo, / pararrayos. / No. Nadie, nadie, nadie. / Camisetas azules y blancas sobre el aire. / Camisetas reales, /contrarias, contra ti, volando y arrastrándote. Su declamación fue cerrada con general aplauso y allí se acabó toda disputa.
Ferenc Platko, húngaro nacido en 1898, fue el portero que defendió la portería del Barça en la final de Copa de 1928, jugada en El Sardinero, de Santander, contra la Real Sociedad, y que precisó de tres partidos, porque entonces no existía aquello de deshacer el empate mediante tandas de penalties. Platko fue el héroe en el primero de los partidos, pues al arrojarse a los pies de un contrario para evitar un gol recibió una patada en la cabeza que lo dejó conmocionado y con una brecha que precisó de seis puntos de sutura. Una vez repuesto y remendado, continuó jugando.
El fútbol siempre ha sido épica y lírica, aunque según los tiempos ha prevalecido una cosa u otra. Anoche, la épica la puso el Athletic; al menos, mientras tuvo fuerza y antes de que se desatara el aluvión de juego azulgrana, que es ejemplo de la lírica. Por estos días, parece que la lírica solo la pone el Barça, al que podríamos llamar de los tres tenores (Messi, Xavi e Iniesta, si bien este último estuvo ausente por lesión). También, a veces, el fútbol tiene algo de retórica: las metonimias, las metáforas, las hipérboles y los hipérbatos llenan su lenguaje. Un lenguaje donde a las camisetas se las llama elásticas o al balón se le cita como cuero o esférico; lenguaje épico porque se habla de ataque, de defensa y de poner cerco; lenguaje lírico porque a las botas se las llama borceguíes; a los partidos, encuentros; a las porterías, arcos o metas y, consecuentemente, a los porteros, arqueros o guardametas, cuando no cancerberos; también se prefiere llamar manoplas a los guantes del portero, aunque la manopla sea un guante sin separación entre los dedos o con solo una para el pulgar. Por fin, al árbitro se le llama trencilla; ¿sabéis por qué? Pues porque en su indumentaria antigua, la chaqueta del uniforme tenía los bordes ribeteados con una trencilla de color blanco.
En fin, que anoche disfrutamos. Unos más que otros, por supuesto. ¿Hace falta decir qué equipo se lleva las simpatías de Zalabardo y las mías? Los dos somos culés, desde casi el principio de los tiempos; al menos, de los tiempos nuestros. Los dos amamos el fútbol, aunque ya la edad, se dijo aquí otra vez, no nos permite practicar más que el fútbol sala; es decir, bien sentaditos en la butaca delante del televisor. Ahora, a esperar la otra final, la de la Champions. Eso es harina de otro costal, pero por soñar que no quede. Ya veremos qué pasa.

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