martes, septiembre 29, 2009


EL ERUCTO DE LAS VACAS


A Zalabardo le ha gustado siempre recoger y guardar todas aquellas informaciones que resultan curiosas y que no alterarían la marcha del mundo caso de no haberse publicado. Me dice que de las que ha podido reunir durante el periodo estival que ya se nos ha quedado atrás, las que le han parecido más originales son dos que tienen unos mismos protagonistas: las vacas y el cambio climático.
Porque resulta, puede leerse en dichos reportajes, que comer un kilo de carne de vacuno supone haber permitido la emisión a la atmósfera de una cantidad de CO2 equivalente a la que genera un automóvil en un recorrido de 250 kilómetros. Y ya estamos en el quid de la cuestión: las vacas son productoras de gases que provocan el tan peligroso efecto invernadero que actúa sobre el cambio climático: el mencionado CO2 y el no menos peligroso metano. Me dice Zalabardo que siempre ha sido conveniente tener a alguien o algo a quienes echarles las culpas con las que nosotros no queremos cargar, que toda sociedad ha aspirado siempre a que en el grupo haya alguien que cargue con lo que los demás no queremos tener nada que ver; es decir, que haya ese payaso que, indefectiblemente, ha de recibir todas las bofetadas. Claro está, ahora son las vacas las causantes del cambio climático; solo que ellas, por desgracia, no pueden defenderse de la acusación.
Argumentos a favor de la tesis no faltan, como cada vez que se ha pretendido imponer una línea de actuación que genere beneficios a alguien. Zalabardo me dice acordarse bien de cuando, por citar un solo ejemplo, se argumentaba sobre lo nefasto que era para la salud el consumo de aceite de oliva, cuya ingesta debía evitarse en pro de consumo de aceite de girasol o de otras semillas. Así, leo que el conjunto de las vacas es más peligroso para la atmósfera que todos los coches y camiones existentes en el mundo. Porque las vacas, sigo leyendo, exigen para su cría una cada vez mayor deforestación de amplias superficies. Y porque cada vaca, como consecuencia de su tipo de alimentación, expele a la atmósfera, ya sea por sus eructos u otras ventosidades, entre 90 y 180 kilos de metano y eso no hay atmósfera que lo soporte.
Parece, me dice Zalabardo, que la deforestación de nuestro planeta solo sea culpa de las vacas y que en ella nada tenga que ver la explotación de maderas finas y exóticas para muebles con los que engalanar nuestras viviendas, ni la tala de árboles para abrir carreteras o para implantar cultivos que resultan más rentables. O que tampoco tenga nada que ver la proliferación de incendios forestales, consecuencia en las más de las ocasiones, de oscuros intereses especulativos o de otra naturaleza no menos inconfesable.
¿Y qué soluciones se pueden dar a este problema, ya que parece que problema es, y de los gordos? Curiosamente, se han dado dos que en el fondo vienen a ser una y la misma, aunque aplicada a diferentes sujetos. Sí, porque todo radica en el cambio de dieta. Para unos, somos los humanos quienes debemos alterar la nuestra: reducir nuestro consumo de carne, lo que significa menos cabaña; que, a su vez, tendrá otra consecuencia: menos emisión de gases. Pues ya sabemos lo que hay que hacer: comer menos carne y pasarse a la dieta vegetariana. De paso, vayamos exterminando la ganadería vacuna, nefasta a más no poder.
Y, como decía, para otros no es nuestra dieta la que debe cambiar, sino la de las vacas. Porque resulta que en Vermont (USA), un estado conocido por la calidad de sus productos lácteos, hay unas granjas en las que se está experimentando con la dieta de las vacas. Y se han dado cuenta de que incluyendo en la alimentación de estas más cantidad de alfalfa y linaza, en detrimento del maíz o la soja, el nivel de producción de metano se ha reducido en un 18%. Guy Choiniere, granjero implicado en tales experimentos, opina que los resultados son tan buenos que ahora sus vacas "están más sanas, sus pieles brillan más y su aliento es dulce". Vamos, vacas que expelen eructos y ventosidades fragantes. Algo es algo.
Hablando de eructos y ventosidades, le cuento a Zalabardo que iba a tener razón el padre de aquel compañero, allá por los años de mi bachillerato, que resumía los síntomas del buen estado de salud en esta breve sentencia: Mea claro y pee bien: No creáis que andaba descaminado, pues esa es sentencia mantenida desde tiempos inmemoriales no solo por el vulgo. No en vano Gonzalo de Correas recogía en su refranero este: Quien mea claro y pee fuerte, enseña los huevos a la muerte. Y Rodríguez Marín, mi paisano, recoge este otro: Quien mea y no pee es como quien va a la escuela y no lee. Tal vez la culpa no sea toda de las vacas.

viernes, septiembre 25, 2009


VELINA
Hace bastantes años, en cuanto que llegaba el verano, teníamos la convicción de que con él habrían de aparecer las inevitables serpientes del verano, que no hay que confundir con la serpiente multicolor del ciclismo, encarnada sobre todo en el evento deportivo más atrayente de toda la canícula: el Tour de Francia, que a tantos, entre ellos a Zalabardo y a mí, nos ata ante el televisor en las sobremesas del mes de julio.
Pero las serpientes de verano eran otra cosa. En una época en que tanta actividad política, social o laboral quedan reducidas a su mínima expresión, los medios de comunicación tenían que realizar ímprobos esfuerzos para rellenar sus páginas y atraer a los lectores. Eso llevaba a crear informaciones de escaso calado, y en ocasiones ninguna base de verdad, con que llamar la atención del personal. Por ejemplo, y de ahí posiblemente nació la expresión, la aparición de una serpiente de colosales dimensiones, que por cierto nunca nadie veía, pero que tenía atemorizados a los habitantes de una extensa zona. Cualquier hecho semejante fue base para aquellas 'informaciones, fantásticas o no, que eran materia de comentarios cuando había escasez de noticias interesantes', según las define Manuel Seco en su Diccionario del español actual, ya que el de la Academia no se digna a recoger la expresión.
Le digo a Zalabardo que en nuestro tiempo parece haberse perdido la técnica de inventar tales serpientes, pero por la única razón, tal vez, de que la realidad nos proporciona hechos que causan tanta o más conmoción que aquellas. Y si pensamos en los escándalos políticos, no hay más que hablar. También le digo que de esa misma forma tan impremeditada como nació la expresión serpiente de verano, en el lenguaje van apareciendo términos y expresiones que en muchas ocasiones acaban por adquirir carta de naturaleza y se quedan entre nosotros. Así se nos ha colado, casi sin darnos cuenta, el italianismo velina.
Todos recordaréis que los inicios del verano estuvieron marcados por el escándalo informativo de las orgías que, al parecer, organizaba el incombustible -e impresentable, según me añade Zalabardo- presidente italiano Berlusconi en ese chalecito conocido como Villa Certosa, donde il Cavaliere se retira de vez en vez para reposar de su dura, sacrificada y complicada vida de hombre de estado. Recientemente, nuestro Zapatero ha tenido oportunidad de visitar dicho chalecito, aunque solo para tomar café. Pues bien, a lo que iba: el 24 de junio pude leer en una información de la que él era protagonista: ...En este tiempo extraño en el que las misses, las velinas y las prostitutas de lujo comparecen en las portadas de los periódicos italianos y en las listas electorales... Ya teníamos ahí la palabrita. Y se hicieron asiduas de nuestra prensa esas bellas y desinhibidas, según se ha ido viendo después, velinas.
¿Y qué es una velina?, se preguntaba uno por aquellos días, deseoso de ampliar su caudal léxico. Buscando aquí y allá, llegó a mi conocimiento que, con tal nombre, se designa en Italia, con matiz irónico, a unas lindas jóvenes que, en el programa satírico Striscia la notizia, no tienen otra función que la de acercar al presentador una hoja de papel, ahí está el quid de la cuestión, según veremos, en el que figura la noticia que se va a comentar.
Con posterioridad, se ha dado en llamar velinas, ya con clara intención peyorativa, a las jóvenes coristas que, en la televisión, desempeñan entre parte y parte de los programas funciones de mero relleno y para las que no se requieren especiales méritos ni artísticos ni profesionales. Vamos, ni más ni menos que como aquellas chicas, en años del nacimiento de Telecinco, ¿recordáis?, que integraban el grupo de las Mamachichos, primero, y después, aquel otro grupo que se llamó Cacao maravillao. También esa cadena forma parte del imperio mediático de Berlusconi.
¿Pero por qué velinas? Recordad lo que dije antes de que entregaban un papel al presentador. Pues bien, según he podido averiguar, parece que el origen se remonta a los años del fascismo y de una férrea censura de prensa. Entonces, las autoridades impartían normas sobre el tratamiento que la prensa había de dar a las noticias (hoy, Berlusconi no necesita dar instrucciones, pues muchos de medios son de su propiedad). Como por aquellos años no existían ni las copiadoras ni los ordenadores, estas normas se redactaban a máquina y, para obtener el mayor número posible de copias, se utilizaba el papel llamado en Italia carta de velina, es decir, el que nosotros conocemos como papel cebolla. ¿Verdad que a veces las palabras dan vueltas extrañas a través del tiempo?

martes, septiembre 22, 2009


APUNTES DE UNAS VACACIONES: Y 3. GUADALEST

Muchas veces se ha dicho en esta agenda que tanto Zalabardo como yo somos de pueblo y que nos sentimos dichosos por ello. Aparte de que, objetivamente todo pueblo tiene algún encanto especial, lo cierto es que cada uno es único para los nacidos en él. El mío, Osuna, no se queda atrás. Es más, en él podemos encontrar la considerada segunda calle más bella del mundo. Vaya por delante que ignoro cuál sea la primera o quién haya fijado tal clasificación. De cualquier manera, os recomiendo que, si pasáis por Osuna, no temáis perder al menos medio día para visitar sus monumentos. Y, entre ellos, la impresionante calle de San Pedro
Pero hoy no toca en esta agenda hablar de mi pueblo, puesto que este es el tercero y último apunte de mis impresiones de las vacaciones recientes. Si he hablado de pueblos es porque deseo tratar de uno en concreto. Creo que anteriormente he dejado dicho, y si no, lo digo aquí, que, aparte de buscar descanso, en mis viajes procuro conocer pueblos que tengan un especial encanto y tradiciones que ayuden a conocer la idiosincrasia de la gente.
Me gusta buscar, preferentemente, pueblos pequeños, de difícil acceso, alejados, de ser posible, de la riada turística que despersonaliza cualquier lugar por donde pase. Pero también me gustan los pueblos que guarden un misterio, o que tengan una historia que contar y que sirva para que conservemos por siempre su nombre en nuestro recuerdo.

Daré unos ejemplos para ilustrar lo que digo. No sé si el primer pueblo que deba citar sea Bulnes, al que solo era posible acceder, antes de que construyeran el funicular, por un arriscado y pendiente sendero. Cuando uno se atreve a recorrerlo, una vez llegado arriba, la panorámica de los Picos de Europa es majestuosa. También en Asturias, se puede ir hasta Pedroveya, pero no por la carretera, sino atravesando a pie el Desfiladero de las Xanas. Vale la pena esa caminata de una hora y media, aunque solo sea para degustar una sabrosísima fabada cobijados bajo un hórreo en el bar de Genoveva. Cerbí es un pueblo de Lérida, en las faldas del Pirineo, que, cuando yo lo visité, tenía solo dos habitantes permanentes y donde hay un bar regentado por un señor de León que, durante el verano, organiza un festival de cine clásico cómico. O Calatañazor, en Soria, pueblo donde la Edad Media parece haberse detenido y donde, si nos lo proponemos, oímos aún los ecos de la batalla en la que fue derrotado Almanzor. O Almagro, en cuya Plaza Mayor puede recrearse nuestro espíritu y en cuyo Corral de Comedias podemos revivir la magia del teatro del Siglo de Oro. La lista seguiría, y sería larga. ¿Conocéis Castellar Viejo, en la provincia de Cádiz?

Este año, a esa larga relación de pueblos que permanecen en la memoria se ha unido otro, situado a escasos kilómetros de uno de los enclaves más turísticos del Mediterráneo: Benidorm. Eso hace, acaso, que sea un lugar que, estadísticamente, recibe casi tantas visitas como la Alhambra o el Teide. Ese pueblo del que hablo, que no tiene nada que ver con la costa y las playas, porque se levanta en plena sierra, se llama Guadalest y tiene escasamente doscientos habitantes. Guadalest lo constituyen, estrictamente, dos núcleos asentados a ambos lados de la carretera que sube desde Benidorm. El núcleo asentado en la margen derecha es un conjunto de construcciones modernas que no se diferencian en nada de cualquier otro pueblo de los del montón. Pero lo que de verdad hay que ver es el núcleo de población que se alza en la margen izquierda. Ese es el Guadalest tradicional, vedado a la vista por una alta pared de rocas. Apenas si consta de una sola y única calle a la que se accede por un estrecho y bajo túnel excavado en la pared de piedra y que no permite el paso de vehículos. Guadalest es una calle, una iglesia, el Palacio de Casa Orduña y el castillo de l'Alcoçaiba, al que se accede desde el propio palacio.
Entre las curiosidades que esta población ofrece, aparte de su emplazamiento, tal vez la primera sea la de su iglesia y campanario, que se halla exento, separado, de la misma. No es un caso único en el mundo, pues hay más campanarios exentos, incluso más famosos que este. Lo característico es que este se encuentra encaramado, como si de un águila o buitre se tratase, en lo alto de un empinado risco, al que resulta casi imposible subir.
Otra cosa más puede colmar la curiosidad del visitante de este pueblo. Guadalest dispone de ocho museos (el Etnológico, el de Casa Orduña, el de Casas de Muñecas, el Medieval y de instrumentos de tortura, el de Vehículos históricos, el Microgigante y el de Microminiaturas). A espaldas de la población, y casi cortado a pico, abajo queda la refrescante vista del embalse que remansa las aguas del río Algar. Hasta un catamarán hay para quien desee un placentero paseo por ellas.
Puestos a elegir entre Guadalest y Benidorm, tan próximos en el espacio y tan distantes en todo lo demás, Zalabardo y yo nos quedaremos siempre con Guadalest.

viernes, septiembre 18, 2009


ALGO NO FUNCIONA (EVIDENTEMENTE)
Hace aproximadamente un año, incluía aquí un apunte en el que vertía mis críticas hacia determinados aspectos del sistema educativo y en el que concluía con la defensa de un Pacto Nacional por la Educación. A día de hoy, la situación en el terreno de la educación sigue igual, si no es que está peor. Verdad es que yo ya estoy fuera del sistema, pero hay vías de información. En el plazo de los diez últimos días, Zalabardo y yo no hemos dado abasto para recoger y analizar testimonios al respecto. Rafael Argullol daba cuenta en un artículo de cómo en la Universidad se está dando un alto índice de abandono de profesores, que se acogen a jubilaciones anticipadas, a causa "del desinterés intelectual de los estudiantes y la progresiva asfixia burocrática de la vida universitaria". Le han seguido otros artículos, reportajes, editoriales y comentarios de todo tipo.
En el campo de la Secundaria, el panorama no es más halagüeño, si bien a este problema del desinterés y la burocratización hay que unir, ¡ay!, el del grave deterioro de la necesaria autoridad de los profesores. Almudena Grandes, en un tiempo en que tanto se habla de educar en valores, denunciaba la pérdida de los valores de respeto, esfuerzo y mérito. En un programa radiofónico de esos que se piensan para insomnes, una profesora de Secundaria se quejaba amargamente de la falta de interés y la indisciplina de muchos alumnos sin que se haga por poner remedio y el desánimo que ello provoca en los docentes. En otro artículo, Juana Vázquez, también profesora, aboga por el pacto nacional del que hablo arriba y exige que se restituya la dignidad y autoridad de la que se ha desposeído a los profesores. Y, por fin, el propio Rey lo pedía en el acto de inauguración del curso, en Reinosa.
En estas, el Gobierno de la Comunidad de Madrid decide abordar la redacción de una ley que conceda a los funcionarios docentes la condición de "autoridad pública", con lo que se endurecería el castigo por agredir, de palabra o de hecho, a los profesores (por cierto, ayer supimos de la última agresión sufrida). En Internet, los comentarios a tal iniciativa eran casi generalmente favorables a la medida y eran muchos los que pedían algo semejante para otras Comunidades. El ministro Gabilondo se pronuncia en contra porque, dice, "es amigo de medidas globales", aunque no dice cuáles, con lo que nos quedamos como estamos. Y los sindicatos, divididos; como también se dividen las Asociaciones de Padres.
Durante estos días de comienzo del curso, las radios y televisiones se han encargado de difundir las altisonantes declaraciones de autoridades educativas que prometían no sé cuántos ordenadores y no sé cuántas pizarras digitales. Estas autoridades siguen miopes ante el problema real de la educación en nuestro país y siguen confundiendo el medio, los instrumentos, con el fin. No se enteran de que la calidad de la enseñanza no depende solo de que haya muchos ordenadores, ni de que, a cambio de una compensación económica, los profesores se comprometan a elevar el número de aprobados. Así, maquillaremos el índice de fracaso escolar, pero no mejoraremos la educación.
En su cortedad de miras, los grandes partidos (y los pequeños también, por emulación) son incapaces de dejar a un lado sus intereses meramente partidistas para hacer posible un gran Plan Nacional y Social para la Educación. Ante los medios, todos defienden su necesidad, pero nunca llega la hora de hacerlo efectivo. Algún día, esperemos que esté próximo, tendrán que rendir cuentas por su irresponsabilidad.
Hace falta una reforma educativa que se fundamente en la defensa de esos valores de respeto, esfuerzo y mérito (entre otros). El sistema tiene que proporcionar a los alumnos una formación en consonancia con los tiempos, con los mejores medios y con profesores actualizados en sus conocimientos y dotados de técnicas y recursos pedagógicos acordes; a cambio, se les podrá exigir responsabilidad en el desempeño de su cometido. Como habrá que pedir a los alumnos rendimiento y disciplina. No tiene mucho sentido, o eso me parece, la existencia de un estatuto de derechos y deberes de los alumnos en el que se les reconoce una sesentena de derechos y en el que apenas se les impone una decena de obligaciones.
Hace falta devolver al profesor su autoridad. Se debe acabar con el "colegueo" que tan nefastas consecuencias ha tenido. Porque un profesor no puede ser, aunque lo quiera, un colega del alumno (ni por edad, ni por la función o rol social que corresponde a uno y otro). No olvidemos que el profesor es, y el alumno lo sabe, quien ha de evaluar y calificar su rendimientto. El profesor tiene que ser respetuoso, además de justo, con el alumno y estrictamente respetado por este. No creo que haga falta decir que el trato amable, cercano y accesible se da por descontado.
Hace falta que la Administración educativa se dé cuenta de que tiene que velar por que los profesores recuperen toda la dignidad que la sociedad les ha arrebatado y no actuar siempre en función de las quejas, justificadas o no, de los padres. Sé que alguno no entenderá lo que voy a decir, pero a las Asociaciones de Padres hay que concederles lo que les corresponde, no más. Si los padres no respetan y apoyan escrupulosamente la labor profesoral, no llegaremos a ningún sitio.
Y hace falta que alguien se dé cuenta de que una enseñanza de calidad requiere inversiones en medios (no solo ordenadores) y en personal (por ejemplo, para atender a la diversidad, para cubrir las bajas, etc.). Que una enseñanza de calidad no debe limitarse solo a desarrollar habilidades; también debe ayudar a adquirir conocimientos.
Lo que un país sea, o pueda llegar a ser en el futuro, su desarrollo social, cívico, cultural, económico, etc., dependerá, que nadie lo dude, de su modelo educativo. Y con eso no pueden jugar, no tienen derecho, los partidos políticos.

lunes, septiembre 14, 2009


APUNTES DE UNAS VACACIONES: 2. ELS BOUS A LA MAR

Siempre ha sido partidario Zalabardo de aplicar aquel refrán que dice que donde fueres, haz lo que vieres, que él aplica al deseo de conocer bien un lugar no solo visitando los monumentos y disfrutando de los paisajes marcados por las guías, sino procurando probar su gastronomía, intentando comprender sus tradiciones y participando de sus fiestas. La mejor forma para conseguir esto es guardarse la guía en el bolsillo y hablar todo lo que se pueda con los lugareños. Todavía recuerdo la de vueltas que hubimos de dar por montes y aldeas de Pontevedra hasta encontrar la aldea de Sabucedo, donde nos fue posible disfrutar del inigualable espectáculo de a rapa das bestas, una de las más interesantes tradiciones que yo haya contemplado jamás por la carga de emociones y atavismos que comporta. Otras veces, estas fiestas se presentan casi por casualidad, sin buscarlas, como nos ocurrió con el desembarco vikingo, en Catoira, también en Galicia. Algunas fiestas tienen un no sé qué de misterio en su origen y, en parecidas circunstancias, se repiten en lugares diferentes; tal sucede con la fiesta del chopo, en Los Marines, en la Sierra de Aracena, en Huelva. Cada año, en vísperas del Corpus, los mozos bajan a hombros, desde el monte un impresionante chopo, a veces es un pino, que, tras pasearlo por toda la población, será 'plantado' en la plaza y, posteriormente quemado en las fiestas de San Juan. Con variantes, esto mismo lo he encontrado en Celorio, Asturias, y en Altea, el bello pueblo alicantino de la Costa Blanca.


A mediados de julio pasado, en Denia, nos llamó la atención un palenque montado en determinadas calles y que terminaba en un recinto cerrado que se alzaba en el puerto. Preguntamos y un agente de la policía local sació nuestra curiosidad. Habíamos llegado coincidiendo con las fiestas locales y uno de los actos centrales de estas no eran otra cosa que els bous a la mar, o sea, los toros al mar. No nos costó mucho decidirnos a entrar. La plaza, como la llaman, es un recinto rectangular del que tres de los lados están ocupados por sendas graderías que llenaban, hasta rebosar, un público variopinto integrado por gente del lugar y forasteros curiosos que, como nosotros, querían saber qué era aquello. El cuarto lado era el mar, sin más.


El desarrollo de la fiesta es simple. Sueltan una vaquilla y los mozos del pueblo, en camiseta y bañador, a cuerpo limpio y solo en casos raros con un paño a modo de capote, citan y tratan de provocar la embestida con la intención de que la res se lance al agua llevada por la inercia de su embestida. Si tal ocurre, unas personas especialmente preparadas para ello la rescatarán, sacarán del agua y conducirán a los corrales. Luego, se soltará otra vaquilla. Pero lo particular del caso es que quienes más van al agua son los mozos forzados por el empuje de las reses, que saben pararse antes de precipitarse al agua. En lo que podríamos llamar coso, enarenado para evitar los resbalones de reses y mozos, se colocan también unos estrados y barreras que sirven de defensa para protegerse de las embestidas; salvo que alguna de las vaquillas, inopinadamente, suba de un salto a ellos, provocando la general desbandada.

Hablo con Zalabardo de esta fiesta y, de modo inevitable, salen a relucir las posturas de ciertos grupos contra cualquier celebración de este tipo en la que participen animales. Coincidimos en que en el desarrollo de estos bous de Denia no apreciamos ninguna clase de maltrato hacia el animal. No se utilizan palos ni ninguna clase de arma con la que infligir daño al animal, ni se los mata. No hay alanceamiento cruel como en el toro de la Vega, de Tordesillas, ni toros embolados. Se trata simplemente de un enfrentamiento entre el ingenio de los mozos contra el instinto de los animales. Incluso lo que más aplaude el público es la capacidad de la res para enviar al agua a quienes pretenden que caiga ella; cuantos más mozos caen al agua empujados por las embestidas y mayor es el instinto del animal para frenar en la misma orilla sin caer, más fuertes son los aplausos. Después de un tiempo prudencial, la vaquilla es devuelta a los corrales y sustituida por otra.

Me decía Zalabardo, refiriéndose a quienes denigran estos espectáculos, que no se pueden condenar indiscriminadamente todas las fiestas en las que intervienen animales, aparte de que hay muchos prohibicionistas que podríamos llamar "a la violeta", superficiales y a la moda; como aquellos que consideran que fiestas como la de Denia estresan a los toros. Claro que estos no consideran estresante ni condenan la vida de los animales en las granjas y establos donde se los somete a un brutal proceso intensivo, y artificial por demás, de engorde o cría para producir carne, leche, huevos o el mismo foie que luego consumiremos sin ningún tipo de reserva.

Le digo a Zalabardo que, puesto que hablamos de vacaciones, deje eso y piense, por el contrario, en el sentido ritual y festivo que, desde el principio de los tiempos, ha tenido en el Mediterráneo la relación entre hombres y toros.

miércoles, septiembre 09, 2009


APUNTES DE UNAS VACACIONES: 1. TABARCA
¿Hay alguien por ahí? ¿Se acuerda alguien de nosotros? Zalabardo y yo, después de las vacaciones (a propósito, ¿qué tal las vuestras?), volvemos. Y como en otras ocasiones, empezamos con unos breves apuntes de este tiempo veraniego. Este año le ha tocado a la Costa Blanca.
¿No os ha pasado nunca aquello de desear algo con fuerte ansia y que, una vez alcanzado el sueño, toda la primitiva ilusión se haya visto transformada en un cierto desencanto? Eso es lo que me ha pasado a mí con la visita a Tabarca.
Tabarca, imagino que todos lo sabéis, es una pequeña isla anclada a poca distancia, escasamente tres millas, de Santa Pola, en Alicante. Tan minúscula es la isla que mide tan solo dos kilómetros escasos de longitud y su anchura máxima ronda los cuatrocientos metros; la mínima, exagerando un poco, son cuatro pasos mal contados. Todo su perímetro puede ser recorrido en no más de una hora. Es la única isla habitada de la Comunidad Valenciana.
La isla, l'illa para sus moradores, ofrece un paisaje absolutamente árido y carece de agua potable. La que hay es conducida hasta allí desde la península a través de un conducto submarino. Carente de la menor altura, por algo los antiguos la llamaron La Plana, fue en un tiempo refugio de piratas que, desde allí, organizaban sus correrías por la costa; esta situación duró hasta que en el siglo XVIII fueron expulsados y se fortificó con el fin de servir precisamente como defensa y avanzadilla contra esos mismos piratas. Para ocuparla, se trajeron personas que habían estado cautivas en la ciudad argelina de Tabarqah. De ahí viene su nombre oficial, que no es otro sino Nueva Tabarca. De aquel tiempo quedan, como restos, parte de las murallas, las puertas de San Gabriel, San Miguel y San Rafael, la Casa del Gobernador, convertida hoy en hotel, y la torre de San José, atalaya defensiva. Un siglo después, en la parte más oriental, se levantó un faro.
El viaje de Santa Pola a Tabarca, en una de las llamadas tabarqueras, dura media hora escasa y no es sino hasta la mitad casi del trayecto cuando empieza a divisarse el perfil de la isla. Primero, apenas si es una débil mancha que interrumpe la línea del horizonte marino; luego, poco a poco, su perfil se va definiendo hasta que irrumpe con fuerza la mole de su iglesia. Es una isla tan llana que, se ha dicho, cualquiera es alto en Tabarca.
Sin embargo, tal como primero atrajo a los piratas, más tarde la isla se convirtió en potente imán que atraía a escritores y artistas que vieron en ella una especie de paraíso natural libre de cualquier tipo de contaminación. Mi primer conocimiento de la isla me vino gracias a un poema del malagueño, nacido en Benaque, Salvador Rueda. No sé si la definición de la isla como con figura de guitarra le pertenece a él o la tomó de alguien anterior. De todas formas, en el poema al que aludo, la llama caja de armonía, estuche de zafiro, hogar venturoso para vivir, sitio dichoso para soñar, retiro mágico para escribir. De hecho, tras su jubilación, decidió vivir en Tabarca y allí escribió un curioso testamento en el que señalaba cómo se le había de sepultar, no bajo tierra porque padeciendo catalepsia, tengo infinito terror a lo cerrado y a la soledad. No obstante, lo cierto es que volvería a su tierra y moriría en 1933 en su humilde casa de la Coracha malagueña.
Otro tipo de noticias, las más recientes, me habían llegado por voz y escritos del periodista Juan Cruz, amante de Tabarca y dolorido de los derroteros por los que la isla camina, o podríamos decir navega.
La cosa es que, al plantear unas vacaciones en la Costa Blanca, yo me había trazado como uno de los objetivos la visita a la isla de Tabarca. En el hotel, cuando pregunté por la mejor forma de llegar, me informaron con todo lujo de detalles, aunque añadiendo la coletilla de que allí no hay nada que ver. Los hoteleros no miran ni ven lo que miran y ven escritores y artistas.
Y llegamos a Tabarca. Nada más poner pie a tierra en el puertecito, nos asaltó una turba que entregaba octavillas anunciadoras de los innumerables restaurantes y merenderos que en la isla hay. Hay más merenderos que isla y casi más que habitantes. Este es uno de los males del turismo, que es capaz de arrasar cualquier paraíso y convertirlo, si falta hiciera, en un infierno. Mucha gente va a Tabarca con las sombrillas y las neveras repletas para pasar el día en su recoleta y mínima playa, que, lógicamente, se abarrota al momento, sobre todo en días festivos. Zalabardo me decía que, si por él fuera, deberíamos volver en la misma tabarquera en la que habíamos arribado. De todas formas, le dije, yo quería recorrer la isla.
De los dos cuerpos de que la isla consta, el más occidental y pequeño es el que acoge la población y la gran cantidad de merenderos que digo. En la estrecha franja que la une con la parte oriental, a un lado queda el puerto y al otro la playa. Esta parte de oriente, árida y casi sin vegetación, es la más grande y acoge la torre de San José, el faro y el cementerio. La especulación también parece asomarse por allí y me hablaron de un proyecto para construir cien viviendas. Tal vez con esto de la crisis se hayan olvidado; ojalá. Por aquí van las quejas de Juan Cruz y otros amantes de la isla: la masificación, la construcción desordenada y el hecho de haberla convertido en un inmenso merendero. Los artistas de antaño buscaban en Tabarca silencio y soledad. Hoy no sé qué buscará la gente. Esas son las miserias del turismo, y sálvese quien pueda: que arrasamos el candor e inocencia de los pocos lugares edénicos que puedan ir quedando.