martes, octubre 06, 2009

CAER DEL BURRO

O de su burra, que es como se decía antiguamente. Así, al menos, lo recoge Sebastián de Covarrubias, que nos explica que caer de su burra quiere decir 'desengañarse uno de que no era buena su opinión o el camino y orden que llevaba de proceder'. O como indica el DRAE, 'reconocer que se ha errado en algo'. Y así lo da a entender Cervantes cuando, en el capítulo XIX de la segunda parte del Quijote, hace decir a Corchuelo: Yo me contento de haber caído de mi burra y de que me haya mostrado la experiencia la verdad de quien tan lejos estaba.
Quienes, al parecer, están a punto de caer de sus burras son los políticos y, a la cabeza de ellos, el presidente del Gobierno, Rodríguez Zapatero. Nadie que siga estas notas ignora que una de las manías que tenemos Zalabardo y yo, entre otras muchas, es la de defender la necesidad de un gran Pacto Nacional para la Educación. Que nadie crea, por otra parte, que voy a presumir de que esa fuese una idea privativa nuestra; ni mucho menos, pues ese pacto es de una necesidad clamorosa y lo han defendido desde hace bastante tiempo tantas y tantas personas que no se sentían atadas por las tiránicas ligaduras de los partidismos y de la obediencia ciega a las consignas de los respectivos órganos centrales de sus grupos políticos.
Ayer mismo leíamos con interés la Carta abierta a los maestros que firmaba el Presidente del Gobierno. No voy a entrar en las varias cosas que dice ni en el modo en que las dice. Nos quedamos con una simple y breve afirmación: creo firmemente que ha llegado el momento para un Pacto Educativo. ¡Vaya, hombre, por fin! Esperemos que esta pública y solemne declaración, este caer de su burra, vaya acompañada de un sincero propósito de que ahora sea verdad y no se quede todo en huecas palabras. Y esta declaración parece validar las recientemente vertidas en el mismo partido por personalidades del PSOE y del PP.
Esta actitud que se observa ahora es, sin duda, una tácita aceptación de que el camino que llevaban, unos y otros, estaba errado. Pero, aunque el cuerpo pida guerra y repartir, como suele decirse, leña al mono, sigo a Zalabardo en su consejo de que bueno está lo bueno y nunca es tarde si la dicha llega. Esperemos que llegue. Porque lo que se promete supone un arduo camino que recorrer y la renuncia a muchas posiciones enfrentadas que hasta hoy mismo se han venido defendiendo. La renuncia a tales posturas, nacidas de prejuicios partidistas, se justifica a partir de las siguientes palabras que escribe en su Carta el Presidente: un país que aspira a la excelencia [...] sabe que tiene en la educación la palanca principal para alcanzarla.
Zalabardo me dice que vale la pena que dejemos a los políticos, asesorados por quienes entienden de verdad sobre la cuestión, a ver si esta vez son capaces de cumplir lo que dicen. Si ahora tampoco tuvieran la decencia de coger el rábano por las hojas y sentar las bases para una solución definitiva de nuestro problema educativo, sería cuestión de correrlos a gorrazos y que no parasen hasta llegar a Manila, por lo menos, después de haber pasado por la Luna. Y cuando digo políticos, pienso en todos los partidos y en todas las Comunidades Autónomas, que las culpas de lo que padecemos hay que repartirlas entre todos. No vayamos a querer ahora volcar toda la responsabilidad de lo que tenemos en los demás.
Zalabardo, que hoy está dicharachero, me requiere para que haga un especial llamamiento a la clase docente, que, por supuesto, tampoco es muy inocente que digamos a la hora de achacar culpas sobre este patio de Monipodio en que se ha convertido el ámbito educativo en que nos movemos. Le hago caso y creo que es hora de reconocer sin ambages de ninguna clase que también los profesores debemos mostrarnos abiertos a asumir los cambios que se supone que habrá que afrontar. Hablo en plural como si yo estuviese en activo y no fuese más que un simple jubilado; pero ya he dicho que, pese a todo, yo me sigo considerando parte del profesorado.
Los profesores habremos de mostrarnos menos corporativistas y aceptar que nuestra función requiere una continua actualización de conocimientos y de técnicas pedagógicas. Que habrá de cambiar lo que se enseña, pero también el cómo se enseña. Que no todo es aprobar una oposición y echarse a dormir. Que no pasa nada porque nuestro trabajo sea evaluado (quizá debiéramos comenzar con un ejercicio de autoevaluación). Habría que solicitar un reciclaje de bastantes departamentos que deben velar (no solo vigilar) por la mejora de la función profesoral. ¿Qué tal si también cambian la estructura y funciones de la Inspección Educativa? ¿Y qué de los Centros de Profesores? Los profesores, concluyo, debemos ser críticos, por supuesto; pero, a la vez, que nadie lo olvide, los profesores debemos estar abiertos a las críticas. Solo así estaremos en condiciones de exigir a las diferentes Administraciones. Para ser consecuentes con el principio de este apunte: también los profesores debemos bajar de nuestra burra.
Y que este Pacto que se nos anuncia sea, por fin, una realidad. Aunque algunos no tengamos ya la oportunidad de verlo puesto en práctica.

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