lunes, octubre 19, 2009


ESTADO DE OBRA
Cuando llegó el momento de mi jubilación, me propuse poner en práctica, entre otras muchas cosas, dos actividades de las que quiero hablar hoy aquí: andar todos los días y procurar conocer de cerca todos los rincones de la ciudad. Los dos propósitos los estoy cumpliendo podría decir que casi a rajatabla y, lo que también es verdad, de modo combinado. Intentaré explicarme. Lo de andar obedece a dos principios: el de practicar un ejercicio adecuado a la edad, primero, y el de no anquilosarme sentado en un sillón contemplando como un bobo la televisión a todas horas, después. Digo hacer ejercicio porque lo que pretendo es andar, que no pasear, que supone una actividad distinta. Esto lo sabe bien José María Bocanegra, también gran andarín. No menciono como tales a Rafa López y a Javier porque lo que ellos hacen es correr, y eso, bien sabido queda, es cosa de cobardes, según suele decirse.
Mientras ando, conozco la ciudad a fondo, y por eso decía lo de cumplir los propósitos de modo combinado. Porque mis paseos son, durante la semana, urbanos y periurbanos, puesto que para no caer en aburrimientos ni monotonías, procuro hacer distintos y variados cada vez los recorridos alargándolos hasta donde la ciudad deja de serlo. De esta forma, un día me voy hasta el final del puerto, donde han construido la nueva estación marítima, cruzando, por ejemplo, las barriadas del Perchel y la Trinidad, pongo por caso, con lo que evito andar en línea recta. Otras veces sitúo el final de trayecto en el monte Victoria (el de las tres letras, por allí he estado hoy) o en la estación de Los Prados, o en la Finca de San Joaquín, superada Carlinda y allá por donde estuvo la antigua Venta de San Alberto, que ya no existe, o en la desembocadura del Guadalhorce; y siempre, como digo, procurando cruzar barrios y calles no pisados antes. Ando, por término medio, unas tres o cuatro horas al día. Dos por la mañana y una y media o dos después de comer. Para los fines de semana quedan el campo y los pueblos, y no solo los de Málaga.
Zalabardo, que está nervioso por el tono que lleva este apunte, se revuelve finalmente y me pregunta qué puede interesarle a la gente lo que yo hago o dejo de hacer, si ando quilómetros más o menos o si vegeto delante del televisor. Lleva razón. Muchas veces me cuesta ir al grano y me subo por las ramas. Pero, le digo, todo tiene una explicación y, como os debo una explicación, yo os voy a dar esa explicación (¿recordáis al entrañable Pepe Isbert en Bienvenido Míster Marshall?
Decía, pues, que me paseo todos los días y que me cruzo la ciudad de punta a punta. Pero, para mí igual que para la totalidad de los ciudadanos, andar por las calles de Málaga se está convirtiendo en una aventura. Y peligrosa por demás. Porque resulta que Málaga se nos ha convertido en una pura, en una infinita zanja. No hay calle que no esté llena de vallas que impidan el paso, de atronadores martillos neumáticos que martiricen los oídos, de obstáculos que haya que salvar. No son ya las obras del Metro, es cualquier calle, cualquier plaza, cualquier barrio. Aceras recién modernizadas se vuelven a levantar; calles asfaltadas no hace tanto se ven de nuevo devastadas por la maquinaria pesada que abre agujeros sin fin; árboles que ya iban adquiriendo un porte notable resultan talados sin la menor compasión. Oía el otro día a un operario que comentaba, y parecía ufano por lo que decía, cuánto les había costado obtener la autorización de Medio Ambiente para arrancar los árboles de los Callejones del Perchel, que es la calle donde está el Mercado del Carmen.
Y me acuerdo de Rafael Recio, que bromeaba cuando me jubilé con la pregunta de si había proyectado ya las obras que visitaría en mi nueva vida. Porque, decía, eso es lo que hacen los jubilados ociosos para ocupar sus horas muertas, visitar obras. Ahora, aunque no quiera, tengo que visitarlas, porque Málaga está patas arriba.
Igual que hay ciudades en estado de guerra o en estado de sitio, Málaga, en estos tiempos, es una ciudad en estado de obra. ¿No veis que hasta el alcalde tiene la cabeza como si llevara puesto un casco? Verdadero y puro estado de obra. No es exageración. Podéis preguntarle a Zalabardo, que me acompaña en estas caminatas diarias por todas las esquinas de la ciudad.
Y si algún miércoles de estos veis que no aparezco por el instituto a la hora del desayuno, tened por seguro que he debido caerme en alguna de las zanjas que tienen a Málaga convertida en una inacabable trinchera.

1 comentario:

Rafael Recio dijo...

Ahora tendrás que ser tú, Anastasio, el que nos sitúes en el mapa las obras de la ciudad. Los años pasan, pero el recuerdo de las amistades perduran.