viernes, octubre 02, 2009


PONGA UNA TILDE EN SU RÓTULO
¿Pueden tener cabida determinadas informaciones en las páginas de un diario serio si no es porque cuando se incluyeron no había otra cosa que insertar? Lo digo porque el reportaje al que quiero hacer mención hoy pudiera ser de esa naturaleza, podría corresponder a ese tipo de textos que, si no fuera porque faltaba material de más enjundia, nunca habría llegado a las páginas del diario que lo publicó.
Dicho reportaje se puede resumir en las siguientes palabras: un publicista joven, nacido en Vitoria y afincado en México, inicia una campaña para reponer, en el sentido literal de la palabra, las tildes que faltan en los anuncios y rótulos dispersos por la vía pública. De todo ello, me llaman la atención los siguientes factores: que sea un joven el impulsor de la idea, rompiendo así el prejuicio del desinterés de los jóvenes por la ortografía; que sea vasco, con lo que se desmiente en parte la fama que tienen de ser descuidados con la lengua castellana; que viva en México, lo que puede servir para sacarnos los colores y hacernos ver que hay más hablantes de castellano al otro lado del Atlántico y, aunque solo sea por eso, más gente preocupada por la salud ortográfica de la lengua.
¿Y por qué insinúo que el texto pueda carecer de interés? Digo mal. Lo que en verdad quiero decir es que, dado el descuido que por la lengua sienten nuestros medios de comunicación, ignoro el interés que puedan conceder a un reportaje de tal naturaleza.
Pero el reportaje no está enviado desde México, sino fechado en Madrid y redactado, muy probablemente, siguiendo un envío de agencia. Es, pues, imagino, lo que tal vez sea mucho imaginar, una tarea encomendada a un becario, a alguien que, supliendo al personal que pueda estar de vacaciones, pretende hacer méritos para llegar a formar parte de la plantilla. Le indico a Zalabardo, que me mira sin comprender por dónde voy, que todo esto lo digo con el mayor cariño que merecen los becarios, que son quienes se tragan la mayor parte del trabajo que otros profesionales no quieren ni ver. Claro es, los becarios son un personal a propósito a quien achacar todo aquello que pueda salir mal. Y la verdad es que los becarios, por lo común, tratan de seguir los pasos de aquellos profesionales a los que admiran y que, en esos momentos, a lo mejor están tumbados en la playa dejándose tostar la barriga por el sol, pongamos por caso. Y en esa tarea de emulación, los becarios imitan también todos los malos ejemplos de sus modelos.
Me pide Zalabardo que, si voy a repartir leña, me acuerde de José Antonio Garrido (su admonición para que no fuese aquí demasiado duro con las críticas me caló de verdad y procuro no olvidarla). Y, de paso, me acuerdo de Mari Paz, de quien ignoro si ya ha realizado algún trabajo de becaria y a quien deseo el mayor éxito profesional en el campo del periodismo, que, creo haberlo dicho alguna vez, ha sido mi vocación frustrada.
Y me acuerdo porque, aunque haya empezado a hablar de esta campaña para reponer las tildes allí donde falten (por ejemplo, en ese logo carente de la suya que es el de Telefónica, una de nuestras mayores empresas), de lo que quiero hablar es de otros errores cometidos en textos periodísticos. Errores que no afectan solo a las tildes, sino también a la propiedad léxica, en algún caso, a la falta de criterio, en otros, o incluso a la corrección ortográfica.
En el reportaje que digo sobre la reposición de las tildes se lee, por ejemplo: ...comenzó a corregir los anuncios que adolecían del símbolo..., donde contemplamos un desacertado uso del verbo adolecer, empleado aquí con el significado de carecer. Nada más lejano de la realidad. Ya el DRAE dice a las claras que dicho verbo significa 'tener o padecer algún defecto'. Pero resulta que sobre el tema inciden el Libro de Estilo de El País, el Libro de Estilo de ABC y el Manual de Estilo de TVE, por no seguir dando ejemplos (¿es que nadie los consulta en estas casas?). Y, si eso fuera poco, ya Fernando Lázaro dedicaba al asunto uno de sus Dardos..., en 1986. Y decía: el verbo adolecer exige un complemento que exprese el defecto, la falta, la imperfección, el vicio, la carencia, la tacha, la lacra que se censura. O sea, que, según estas palabras, los anuncios censurados en el texto que analizo no adolecían del símbolo (de la tilde), sino que adolecían de la falta del símbolo, que no es lo mismo.
Otro ejemplo. En los inicios del verano, un periódico recogía en dos informaciones diferentes, estas dos afirmaciones: decía una: Aunque resulta plausible que se produjeran víctimas mortales en la actuación contra la protesta... Y decía la otra, unas páginas más adelante: El servicio común de ejecutorias, dirigido por un secretario, para todos los juzgados de lo Penal, parece una solución plausible prevista por la Consejería de Justicia. Si atendemos a que plausible significa 'digno o merecedor de aplauso', concluiremos pronto en que el primer texto es una barbaridad, porque ha utilizado el adjetivo como si significara 'posible'.
Y vamos con el ejemplo que califico como falto de criterio. En otra afirmación de esas que entran más en el terreno de los sucesos, se hablaba de que se había detenido a una banda de falsificadores de billetes de 500 euros. Pues bien, en ella se leía, primero: ...cocaína procedente de Suramérica..., para decir, líneas más adelante: ...que existía una empresa de exportación sudamericana... ¿Con qué nos quedamos, con la forma, a mi entender, más correcta, Suramérica, o con el anglicismo sudamericana? Las dos formas se dan en nuestra lengua, lo que no quiere decir que se deban mezclar criterios.
Y vengamos más a nuestros días. Anteayer, el corresponsal en una capital andaluza de un diario escribía: ...rastrearán una zanja para desescombro y deshechos en un descampado... ¿Todavía no se ha enterado este buen hombre de la diferencia entre deshecho y desecho, que es lo que debería haber dicho? Y ayer mismo, una persona como Maruja Torres sucumbía en su columna a la tentación de alargar innecesariamente las palabras, usando culpabilizar en lugar de culpar, como si así se las hiciese más llenas de significado.
Y es lo que Zalabardo me dice: por muchos becarios que haya en un periódico, si es que acordamos que sean tales los redactores de algunos de esos textos, no cometen ellos más fallos que los titulares. Además, por encima de los becarios debe existir algún responsable que no sea novato; ¿o no?

No hay comentarios: