martes, marzo 02, 2010


APUNTES DE VIAJES: UNA CIUDAD, UN MUSEO.
¿Ves cómo muchas veces hay que desdecirse de lo que uno ha dicho y comerse las palabras propias con patatas?, me dice Zalabardo, que continúa: Sobre todo cuando uno ha tenido la osadía de hablar sin saber de qué lo está haciendo. Me recrimina porque en más de una ocasión yo he realizado bromas del tipo "¿pero Cuenca existe?" o "a nadie le puede importar alguien que sea de Cuenca" y cosas por el estilo. Y hoy tengo que arrepentirme de todo ello.
Estas pasadas jornadas del puente del día de Andalucía he estado en Cuenca. Y he tenido la oportunidad de comprender que Cuenca existe, ¡y vaya si existe! Hasta el punto de que tengo que decir que siento no haberla conocido antes.
La impresión primera recibida, una vez llegado y dispuesto ya a patear sus calles, fue de admirado asombro al contemplar el casco antiguo encaramado sobre los más altos riscos de ese farallón que sirve de pared común entre la hoz del Huécar y la del Júcar. Ese conglomerado de casas y monumentos, cuya muestra más palpable la constituyen las casas colgadas, parece guardar un inestable, y sin embargo sereno, equilibrio, nido de águilas llamó Pío Baroja a la ciudad, y sobrecoge el ánimo de quien lo contempla desde la margen izquierda del río Huécar, mientras se asciende hacia el Parador de Turismo y nos disponemos a encarar el puente de San Pablo, uno de los accesos al pétreo recinto.
Cuenca es, esa es la impresión recibida a continuación, una ciudad de museos ¿Qué proporción, número de habitantes por cada museo, ofrecerá? El Museo de Arte Abstracto, ubicado en el recinto de las casas colgadas, puede que sea el más importante por la calidad y cantidad de obras y nombres allí representados. No hay figura notable de nuestro arte abstracto que no figure en él. En la Fundación Antonio Saura, aparte de contemplar las obras de este aragonés afincado en Cuenca, pudimos apreciar la exposición Sesión Doble, con obras de su hermano Carlos. Pero, además, están el Museo de Semana Santa, el Museo Diocesano, el Arqueológico, el de las Ciencias o la Fundación Antonio Pérez. Y seguro estoy de que más de uno se me escapa. Por supuesto que no los visitamos todos, ya que disponíamos de un único día para la ciudad. Pero la ciudad es mucho más: es la Plaza Mayor, la calle de los Canónigos, la Torre de Mangana. La ciudad toda en sí misma es un museo. Tanto que a nadie debe extrañar que, en 1996, fuese declarada Patrimonio de la Humanidad.
Mas entre visita y visita había que reponer el cuerpo, que no solo de arte y espiritualidad vivimos. Se hacía preciso probar las muestras de la gastronomía conquense. En una primera fila están las elaboraciones típicas y más famosas de la ciudad: el morteruelo, el ajoarriero y los zarajos. El primero, un paté a base de carne de perdiz y liebre, hígado de cerdo, panceta, jamón y pan, me gustó solamente regular porque le noté un exceso de especias. El ajoarriero, a base de patata, bacalao, pan, piñones y ajos, me encantó y los zarajos no quise ni probarlos en cuanto me dijeron su composición: tripas de cordero adobadas enrolladas en un sarmiento y luego asadas.
Toda la zona monumental está repleta de lugares donde saborear una refrescante cerveza o una reconfortante copa de vino. Para comer, entramos en un pequeño restaurante que está junto a los arcos del Ayuntamiento, en la Plaza Mayor. Pero cuando, ya de noche, preguntamos por un lugar típico, nos enviaron a La bodeguilla de Basilio. Claro que quien nos dio la dirección olvidó añadir a la información la prevención pertinente. ¿Por qué? Pues porque en la tal bodeguilla puedes comer en la barra por una cantidad insignificante, ya que al pedir una caña o una copa te la acompañan, aparte de con un caldito caliente los días de frío, de cualquiera de las tapas, o mejor raciones, características del establecimiento, de forma que con dos cervezas ya estás cenado. En cambio, si pasas al comedor, te dan lo mismo y, sin embargo, te clavan en el precio. ¿Y quiénes imagináis que fueron los incautos que accedieron al comedor, que estaba tranquilo y semivacío, porque la barra estaba atestada y no había un hueco libre? Exactamente, esos que estáis pensando. Hay otro lugar parecido en la ciudad, en la parte más moderna, que se llama Al rojo vivo. Pero no es igual.
Y por hoy ya vale. En el próximo apunte os contaré otro tipo de visitas, que también las hubo: un recorrido por algunos espacios naturales de la provincia, que también mereció la pena.

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