martes, septiembre 14, 2010


EL ORDEN DE LOS FACTORES

Vencido ya, casi, el verano y acabadas las vacaciones (¿cuántas veces he dicho —alguno pensará que ya resulto pesado— que, pese a estar jubilado, mis biorritmos funcionan aún por el calendario escolar?) aquí estamos, Zalabardo y yo, dispuestos a tomar de nuevo la senda de los comentarios a diferentes usos lingüísticos o a cualesquiera temas de actualidad. Como decía hace poco, el hecho de haber iniciado la temporada con el contenido de ese cuaderno escondido que tan callado se tenía Zalabardo no impedirá que en esta agenda sigan apareciendo los apuntes tradicionales.

Nadie negará que si del verano quisiésemos hablar, dos temas se elevarían sobre los demás: el triunfo de la selección española en el Mundial de fútbol y la prohibición de las corridas de toros (que no de los correbous, pues si aquellas son “actos crueles” estos son “tradiciones que hay que conservar”) por el Parlamento catalán. Pero podéis estar tranquilos porque no voy a hablar de nada de eso. Del Mundial porque no sé si se ha dicho ya todo; de la decisión del Parlamento de Cataluña, porque sería dar mucho eco a esa insana e irrefrenable vocación que sienten los políticos, no solo los catalanes, por cuanto signifique prohibir (fumar, la prostitución, los anuncios de servicios sexuales en la prensa...)

Pero, ya digo, pasaremos de eso. Y si un nuevo curso está dando sus primeros vagidos, me pide Zalabardo que rompa una lanza a favor de una mayor atención a los usos escrito y hablado de la lengua. Como considero que es una petición muy puesta en razón, nada mejor que hacerle caso.

Fuera ya de la actividad docente, no cabe duda de que dispongo de una mayor perspectiva para ver las cosas. Y así, creo haber percibido que, desde hace unos años, bastantes, a esta parte, en la enseñanza de la lengua y la literatura se peca, y tengo que reconocerme incurso en ese mismo pecado que voy a criticar, de incidir en demasía en una teoría de la sintaxis (por encima de cuidar una mejora del uso oral y escrito de la lengua) y de poner énfasis en la historia de la literatura en detrimento del fortalecimiento del placer por la lectura y de la práctica de la creación literaria. No digo que haya que convertir a los alumnos en émulos de Castelar o de Delibes, por citar dos ejemplos de fino estilo en expresión oral o escrita; pienso tan solo en que hagamos de ellos personas dotadas de una conveniente capacidad de manifestarse en esas dos modalidades de la lengua.

Porque la consecuencia de todo ello es que, a la hora de la verdad, nuestros alumnos son incapaces de redactar con un mínimo de estilo cualquier texto o de hacer una exposición oral que no sonroje al auditorio. Y quien dice nuestros alumnos, dice los profesionales del periodismo, la política o cualquier otra actividad. Pongamos unos ejemplos. Todos sabemos que nuestra lengua dispone de una amplia libertad en el orden de los elementos de la frase, que estos no piden una colocación rígida. Pero no debemos perder de vista que si el orden de los factores no altera el producto en aritmética, en la lengua, a veces, puede que sí lo haga; y no poco. Por eso debemos tener sumo cuidado para, cuando queremos decir una cosa, no decir otra diferente, aun a nuestro pesar. No sé si ya referí alguna vez lo del cartel que se pudo leer en el escaparate de una sastrería que anunciaba gran surtido de pantalones para caballeros de tergal.

Me diréis que eso es una pura anécdota y que, pese a todo, se entiende lo que se quiere decir, ya que, entre otras cosas, no hay caballeros de tergal. Vayamos por partes: primero, claro que se entiende, pero no es cuestión de decir las cosas, sino de decirlas bien; y, segundo, que no es algo tan anecdótico y casual. A comienzos de verano, me topé con la siguiente frase en un reportaje: [José Mª Díez-Alegría] ya se había enfrentado al régimen franquista por ponerse del lado de los más débiles. Quien conozca a los actores de la frase sabe bien que quien se inclina a favor de los débiles es Díez-Alegría. Pero, para quien no, la frase pudiera resultar ambigua y podría ser interpretada de otro modo. Y nadie me negará que también es ambigua, e incluso cómica si no fuera porque se refiere a una realidad trágica, esta otra frase, más reciente, pero del mismo tono: El subalterno recibió dos graves cornadas en el muslo derecho del toro devuelto. ¿A quién pertenecía el muslo corneado, al subalterno o al toro?

Y si en estos fallos incurren personas de quienes presuponemos que se expresan bien, ¿qué no harán los demás? Ya sé que eso de las composiciones escritas o las redacciones, así como las exposiciones orales ante un auditorio, pueden parecer ejercicios desfasados, pero creo que no estaría de más volver a ellos de vez en cuando. Claro que el ejemplo que recibimos de más arriba no ayuda a optar por ese camino. Estoy pensando en el ejercicio de lengua española, en la prueba de acceso a la Universidad de junio, que pedía el análisis y comentario de una perífrasis verbal que, para colmo, ni siquiera era perífrasis.

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