martes, noviembre 23, 2010


NADIE ES INFALIBLE


Muchas veces hablo con Zalabardo sobre el carácter pretendidamente educativo de esta agenda. Y me preocupa que alguien piense que a los apuntes aquí contenidos yo les pueda dar un valor más alto que el que realmente les concedo y que a mí mismo me otorgue una misión que no está en mi ánimo. Ni pretendo ser un inquisidor que vaya condenando a la hoguera a cualquier sospechoso de heterodoxia (¿quién puede, por otro lado, tachar a nadie de heterodoxo y con qué derecho?) ni aspiro a convertirme en una especie de adalid del uso lingüístico.
La última conversación entre ambos respecto a tal cuestión ha surgido porque él me dice haber percibido un cierto tufillo de suficiencia en algunos juicios míos. Le confieso entonces que, siendo yo tan fiel seguidor de Antonio Machado en muchas cosas, también procuro siempre aplicarme aquello que decía en el prólogo de Soledades: reparad que no me jacto de éxitos, sino de propósitos. Por ello, el propósito que me guía no es otro que el de transmitir mi preocupación por utilizar una lengua lo más cuidada posible. ¿Por qué? Podría exponer variadas razones, pero me valen simplemente dos: una es aquella que, en mis años de universitario en Granada, aprendí de don Manuel Alvar: procurad que la lengua que transmitís a vuestros descendientes, si no es mejor que la que habéis recibido, sea por lo menos igual, pero nunca peor. La otra la pido prestada a Cicerón: Por agradables y majestuosos que sean los pensamientos, si se expresan con palabras desaliñadas, ofenderán los oídos, cuyo juicio es muy exigente.
En la maravillosa y entrañable comedia cinematográfica Con faldas y a lo loco (coincidirán conmigo Pablo Cantos y José Manuel Mesa, tan amantes ambos del cine, en los calificativos), cuando Daphne (Jack Lemmon), que no sino un músico disfrazado de mujer que se integra en una orquesta de mujeres para huir de unos gánsteres, dice, al final de la película y al tiempo que se quita la peluca, al ricacho playboy que se ha enamorado de ella y la quiere convertir en su esposa: ¡Es que no lo entiendes, Osgood; soy un hombre!, este le responde con toda naturalidad: ¡Bueno. Nadie es perfecto!
Nadie es perfecto ni infalible. En ningún campo ni faceta de nuestra vida. Y quiero decir con ello que también yo trufaré más de dos y más de tres veces los contenidos de esta agenda con errores. Ya Zalabardo, antes de publicar cada apunte, me lo revisa y advierte sobre lo que él encuentra. Y en los primeros tiempos de la agenda, la entrañable estudiante de Periodismo Mari Paz me tiraba de las orejas de vez en cuando por lo que decía o por como lo decía. También fui objeto de crítica por parte de Garrido y algunas otras personas. Otros lo hicieron de manera anónima, no sé si temiendo, o procurando incluso, que yo me sintiera herido. No saben estos cuán equivocados estaban. Porque debo decir que, contra esta última presunción, la verdad es que agradecí todas las críticas y admoniciones que me llegaron, que me sirvieron para modificar actitudes (algunas ciertamente intransigentes) y criterios de los primeros tiempos.
Si soy sincero, debo decir que de un tiempo a esta parte echo en falta tales comentarios (a lo mejor ello es muestra de que ya nadie lee estos apuntes). Y los echo de menos porque, con ellos, igual que yo denuncio vicios de lenguaje que hallo por diversos lugares y critico modas y costumbres de todo tipo, también puedo ir puliendo mis comportamientos, usos y vicios, que de todo hay.
Nuestro ego, que con facilidad nos empuja a sentirnos en alguna medida superiores aun sin que haya motivo para ello, necesita de vez en cuando una ducha fría que lo refresque y lo haga bajarse a los límites y niveles normales. Los senderistas y cualquier aficionado a andar saben que, por recóndito que nos parezca un sendero que transitamos por vez primera, cuando se llega a su fin siempre es posible descubrir que ya antes ha estado alguien allí, que no estamos descubriendo nada.
Zalabardo me pregunta si hay algo de mala conciencia que me lleve ahora a esta especie de ejercicio de humildad; le respondo que no hay nada de eso. O a lo mejor sí, porque la realidad es que, cuando escribo esto, pienso en mi apunte de hace unas semanas sobre la Academia (¿no me pasé un poco?). Pero lo que sucede en verdad es que reflexiono sobre el hecho de que son ya muchas las cuestiones que he tratado en esta agenda y me gustaría dejar sentado que, siempre, creo haber defendido honradamente el criterio que me ha parecido más puesto en razón. Como creo también que más de una vez habré errado y más de una vez erraré aún. Y, cuando eso sucede, me gustaría saberlo; para rectificar o, si procediera, para discutir los criterios discordantes.
Quisiera terminar el apunte echando mano de dos locuciones. Aunque en su origen pudieran haber tenido otro sentido, me vienen de perlas para el final. Dice la primera: errar es de humanos. Y mantiene la segunda: nada humano (y por tanto el error) me es ajeno. Y aquí paz y, después, gloria.
Hasta la semana próxima.

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