lunes, diciembre 19, 2011


AGUINALDO 

Aguinaldo, aguinaldo, vecina,
Que traigo una trompa mayor que una esquina.

                      (Villancico popular del Albaicín)

    Pasábamos hace unas cuantas mañanas, en nuestro diario paseo, por delante de una panadería cuando Zalabardo, parándose y sujetándome por el brazo, me dijo con una voz adornada de un cierto deje de misterio: ¿No echas nada en falta? Mi reacción inmediata no fue otra que la de palparme por todos los bolsillos tratando de averiguar qué podía haberme dejado atrás. Cuando me di por vencido y le pedí que me aclarara lo que para mí era un misterio, me respondió con un tono que reflejaba añoranza: el olor de los mantecados.
    Y los dos nos sumergimos en recuerdos de la infancia, allá en el pueblo. Cuando llegaban estos días cercanos a la Navidad, nuestras madres  reservaban turnos en las panaderías para, una vez que sus hornos habían cocido el pan del día, proceder a la elaboración de los mantecados. Entonces era costumbre que cada familia manufacturase, porque se hacían a mano, los suyos, ya que eso de comprarlos elaborados industrialmente en Estepa, Rute o Montoro es cosa relativamente moderna. Las calles, como digo, se saturaban de aroma a canela, a ajonjolí y a la manteca y al azúcar con que se hacían los mantecados. O del aroma de los pestiños.
    ¿Y el aguinaldo? ¿Quién pide ahora su aguinaldo como lo pedíamos nosotros? El aguinaldo, como bien leemos en el diccionario, es el pequeño regalo que se da en la Navidad o en la Epifanía. Los niños visitábamos por aquellos días las casas de abuelos, tíos y demás familiares con la esperanza de recibir el obligado aguinaldo. Pero no solo eso, sino que reunidos en grupos, recorríamos el pueblo de casa en casa cantando: Dame el aguinaldo, / dame los pestiños; / si no, no te canto / las coplas del Niño. La recompensa era, casi siempre, algún mantecado, pestiño, caramelo o cualquier otra chuchería. En Andalucía, no sé si hace falta decirlo, aguinaldo, en mi pueblo decíamos aguilando, era también villancico.
    Le comento a Zalabardo que no hay que atribularse por la pérdida de palabras o de costumbres. Que eso va con los tiempos (y ya hablábamos hace pocos días de eso de que cualquier tiempo pasado fue peor) y que es cosa de viejos intentar aferrarse a las cosas viejas. Aunque sintamos añoranza por ellas.
    Pero no siempre las viejas costumbres caen en el olvido y en el desuso. De nuestra niñez, le digo a Zalabardo, también recuerdo los coros de campanilleros. Los campanilleros nacieron, según creo, allá por el siglo XVII y eran grupos que acompañaban con sus cantos al rosario de la aurora, costumbre también ya desaparecida. Sin que yo sepa por qué, los campanilleros fueron adaptándose a la festividad navideña y a cantar villancicos. Eran grupos de 15 o 20 personas que acompañaban sus cánticos con colleras de campanillas (a modo de las que uncían los cuellos de las caballerías), y de ahí su nombre, el triángulo y el cántaro, cuya boca se golpeaba con una suela de alpargata; más tarde se le añadirían la guitarra, el laúd y la bandurria. Hace mucho que no veo un coro de campanilleros, por lo que ignoro si han desaparecido.
    Pero lo que no han desaparecido son las zambombas. La zambomba, aparte de ser un instrumento, una tinaja u orza cerrada por un lado con una piel y que suena frotando su carrizo, designa un tipo de fiesta navideña especial. La zambomba es una fiesta genuina de Jerez de la Frontera que pervive y goza de salud. La zambomba tiene su origen en los patios de vecinos y en los barrios populares, aunque hoy se ha extendido por toda la ciudad. Asociaciones de vecinos, peñas recreativas, restaurantes, establecimientos de todo tipo tienen su propia zambomba. La zambomba es un grupo, por lo general amplio, que se reúne para celebrar la Navidad y que interpreta canciones típicas de la época. En la zambomba no falta, por supuesto, el instrumento que le da nombre, a la que acompañan la pandereta, la sonaja de latillas, el almirez y la botella de aguardiente, que hay que frotar con una cuchara para que suene bien. Veo en Internet que este año, registradas, hay más de un centenar de zambombas. Eso es conservar una tradición.
    La zambomba es fiesta navideña intrínsecamente jerezana y aún se conserva. Los campanilleros es más de Sevilla. Lo que ya no me parece que pegue con la Navidad son las murgas que interpretan canciones carnavalescas, como las que vi actuando la otra noche en la Plaza de la Merced, aquí en Málaga.
    Pero así son las cosas, los tiempos cambian y las costumbres, a lo que parece, también. Y como estos días son para pasar en familia, Zalabardo y yo cerramos la Agenda hasta que pasen las fiestas. Muchas felicidades a todos.

lunes, diciembre 12, 2011

TODO A CIEN    

    Hace unos días que he concluido de leer Libertad, la última novela del norteamericano Jonathan Franzen. Hacía tiempo que no leía a ningún autor nuevo de esta nacionalidad y he recordado cuando, siendo muy joven, cayó en mis manos un ejemplar, no sé ahora si de Ediciones G.P. o de Libros Plaza, de La comedia humana, novela de Saroyan; a ella se unirían, no mucho después, La perla, de John Steinbeck y El viejo y el mar, de Hemingway; las tres son novelas que impresionaron mi mente adolescente. Luego vendrían otras lecturas, de las que destaco, por encima de las demás, Las uvas de la ira, de Steinbeck. Son muchos los autores y títulos que conforman la novela norteamericana en los últimos cien años (Melville, Faulkner, Updike, Kerouac y muchos más se unen a los citados). La lectura de Franzen me ha hecho volver a ellos hasta el punto de que estoy releyendo Manhattan Transfer, de Dos Passos, que tanto influyó en La colmena de Cela.
    Leyendo el relato de Dos Passos, en una edición ya antigua, he podido reparar en el mayor cuidado que hoy se pone en las traducciones. Parece que ahora los traductores manejan mejor criterio sobre cuál deba ser su actitud para acercar a los lectores un texto inicialmente escrito en otra lengua. Por citar un ejemplo muy simple, leía, en la novela de Franzen, que la protagonista compraba algo en un todo a cien. No creo que haya nadie que ignore que un todo a cien es una tienda en la que se venden toda clase de artículos, desde productos de limpieza hasta juguetes, a precios reducidos y supongo que tal tipo de bazares existirán en todos los países del mundo; solo que en los Estados Unidos, por eso de la novela que menciono, se les llama tienda de dólar (dollar store).
    Pero, aparte de lo que de anecdótico tenga el detalle, le digo a Zalabardo que la expresión me ha traído a la cabeza otras cuestiones relacionadas con el léxico, concretamente dos. La primera nos remite a lo que la Nueva Gramática de la RAE llama expresiones lexicalizadas y la Ortografía expresiones complejas. Ambas denominaciones señalan grupos de palabras que funcionan como una sola pieza léxica, es decir, como una palabra. Son los casos de sofá cama, cama nido y tantas así. Unas veces, estas expresiones habrán de ser tratadas como sustantivos (caso de pastelillo de gloria), pero otras serán adjetivos (de la piel de Judas), preposiciones (al son de), adverbios (a carta cabal) e incluso verbos (poner el grito en el cielo). Que estas expresiones son una sola palabra lo vemos en el hecho de que muchas de ellas han terminado fundiéndose en una sola forma (camposanto, bajorrelieve, medioambiente, metomentodo, nomeolvides, etc.)
    De estas expresiones llama también la atención la particularidad de que, si bien muchas veces su significado equivale a la suma de los elementos componentes, otras muchas el significado no tiene nada que ver con el de las palabras simples que la forman. Nada que decir, por ejemplo, de sofá cama, de casa cuartel o de hombre rana. Cualquiera sabe a qué nos referimos con ellas. ¿Pero qué pensaría que sean, quien no conozca las expresiones, los guisos que llamamos ropa vieja u olla podrida (sobre la que Covarrubias, hablando del origen del tal nombre, da una curiosa explicación) o el pastel que conocemos como brazo de gitano, por no citar el mueble que lleva por nombre galán de noche o la flor conocida como don diego de noche? Zalabardo me interrumpe para decirme que el brazo de gitano sabe lo que es, y que bien que le gusta, y que también conoce el don diego de noche, pero que lo de la olla podrida no le huele muy bien que digamos. Entonces yo, recordando mi costumbre de cuando era profesor y un alumno me planteaba una pregunta de léxico, le pido que consulte el diccionario, que para eso está.
    La otra cuestión que me ha venido a la cabeza cuando he visto lo de todo a cien apunta a lo que llamamos cambios semánticos, que explican por qué y cómo unas palabras pasan a significar algo diferente de lo que antes eran. Porque hay que saber que el todo a cien se llama así de cuando nuestra moneda era la peseta y el valor de referencia de dichas tiendas era la moneda de cien pesetas. Pero aquel tiempo pasó y un buen día nos encontramos con que nos impusieron a los europeos la moneda única y el euro se convirtió en la divisa. ¿Qué pasó entonces con los establecimientos de precios reducidos? Algunos modificaron sus rótulos y quisieron adaptarse a la modernidad poniendo en ellos: Artículos a 0,60, 1 y 2 €. Pero, para la gente común, que somos la mayoría, eso era demasiado y hemos preferido seguir diciendo lo que habíamos dicho siempre: todo a cien. Aunque la referencia fuese ahora otra.
    El cambio semántico explica que a los automóviles sigamos llamándolos coches, que en el origen no eran sino los carruajes. Sin entrar en profundidades y complejidades, le explico a Zalabardo que los cambios semánticos se producen, básicamente, por una restricción del significado primitivo (así, el latín vota, ‘votos’, pasó a ser bodas, que son unos votos concretos); por una extensión del significado (vándalo pasó a significar, también, destructor); o por un desplazamiento, como pasa en las metáforas (Góngora llama cítara de plumas a un pájaro).
    Y como me parece que me he dejado llevar un poco por datos eruditos, le digo a Zalabardo que quiero terminar con un ejemplo curioso de cambio. En la Edad Media, había en las casas un aposento pequeño que servía de recogimiento personal y para recibir a las visitas íntimas. Su nombre era retrete, proveniente del catalán retret, que significaba ‘retraído’. Cuando alguien decidió destinar un lugar de la casa para la letrina, pensó que este pequeño habitáculo era el más adecuado (por razón de espacio), y así ha sido hasta hoy. Zalabardo se echa a reír al oír esta historia. Es un bendito, pues le pasa igual que a mis antiguos alumnos. Por eso este era un recurso que yo empleaba para qué recordasen qué era eso del cambio semántico.

lunes, diciembre 05, 2011


NI ELECTO NI IN PÉCTORE


    Ahora que ya parece haberse pasado la resaca de las últimas elecciones generales, llevamos varios días discutiendo, de forma sosegada, eso sí, porque creo que Zalabardo es la persona que menos se altera de cuantas conozco, acerca de la ingrata e injusta perversión del sistema electoral español. La perversión nace, le digo, de la aplicación de dos principios que, se diga lo que se diga, distorsionan todo el sistema: la ley D’Hont y la circunscripción provincial. Tal circunstancia supone un incalculable beneficio para los partidos mayoritarios y para los partidos nacionalistas, sobre todo, que se presentan en muy pocas circunscripciones, y un perjuicio no menos incalculable para el resto de los partidos. Aunque, si hablamos con propiedad, esos beneficios y esos perjuicios son muy fácilmente calculables, como veremos.
    Zalabardo me pide que todo eso se lo diga un poco más en cristiano para que él pueda enterarse. Accedo y planteo la primera cuestión: ¿Alguien cree que en España se cumple escrupulosamente eso de una persona un voto y que todos los votos valen por igual? Pues está equivocado. Segunda cuestión: ¿Qué cuesta cada escaño conseguido por los diferentes partidos en las últimas elecciones? De acuerdo a nuestro sistema, el resultado es el siguiente: al PP, cada escaño le ha costado 58.230 votos; al PSOE, 63.248 (aunque su único escaño por Soria le haya costado solo 16.058); a CiU, 63.253; al PNV, 64.703; a Amaiur, 47.661. Frente a estos datos, es para indignarse que a IU cada escaño le haya costado 152.487 votos y a UPyD la friolera de 230.000, es decir, casi tantos votos como el total obtenido por Amaiur. Si al partido de Rosa Díez se le hubiera aplicado el mismo criterio que a la coalición vasca (que ha obtenido 7 escaños), sus 5 escaños serían en realidad 34; o si al partido encabezado por Cayo Lara no se le hubiese aplicado la ley D’Hont, tendría ahora 25 diputados en lugar de 11.
    ¿Alguien cree que no es necesario modificar nuestra ley electoral? Se entiende, por los datos, que determinados partidos no estén dispuestos, pese a su flagrante injusticia. Me insinúa Zalabardo que, si eso es así, dedique uno de estos apuntes al tema. Le respondo que no me considero nada experto como para ello y que, además, el pasado martes El País incluía un artículo de Gabriela Cañas al respecto: Díez y Duran antes que los banqueros. El enlace es: http://www.elpais.com/articulo/opinion/Duran/banqueros/elpepuopi/20111129elpepiopi_5/Tes .
    Siendo así, continúa él, no entiendo a santo de qué llevas escrito todo lo anterior. Trato de justificarme y le contesto que, aunque no haya resistido la tentación de caer en ese dilatado exordio, mi intención era tratar otro asunto y a él voy sin dilación. Resulta que desde la noche misma del pasado 20 de noviembre he encontrado en varios medios noticias y análisis referentes a los resultados que hablan de Rajoy como presidente electo, las más de las veces, o incluso algún caso como presidente in péctore. Y la cuestión es que, a día de hoy, sin que se haya producido el debate de investidura, Mariano Rajoy no es ni una cosa ni la otra.
    La razón es que electo es un adjetivo que se señala a la ‘persona elegida para una dignidad o empleo, mientras no toma posesión’. Y, en nuestro sistema, lo que hacemos los ciudadanos es elegir a los integrantes del Congreso y del Senado. Luego, el rey entablará conversaciones con los cabezas de las candidaturas y, de ahí, saldrá una propuesta que, una vez constituido el Congreso de los diputados, será votada. Hasta tanto eso suceda, Rajoy no es sino diputado electo y nada más, aunque no nos quepan dudas de que va a ser el próximo presidente.
    De esa seguridad, que nos otorgan los resultados electorales, se deriva que tampoco pueda ser considerado presidente in péctore. In péctore es una locución latina (literalmente significa ‘en el pecho’) nacida en el seno de la Iglesia Católica que se utiliza para referirse a un nombramiento por parte del papa (que este guarda en su pecho) cuando el nombre del elegido no ha sido aún hecho público. Como la explicación que da el Diccionario Panhispánico de Dudas de dicha locución no me resultaba satisfactoria, he elevado la pertinente consulta a la RAE, que me contesta que "esta locución latina siempre implica cierto secreto, por lo que solo se podría emplear si aún no hubiera trascendido la noticia de que él será el elegido para tal cargo", lo que no sucede en este caso, porque todos sabemos que Rajoy será el elegido para tal función.
    Zalabardo se me queda mirando y me suelta con retintín qué mano tengo yo con la RAE para que me atiendan así como así. Le digo que no tengo ninguna. Que, simplemente, sucede que en su página web encontramos un enlace con el Departamento de consultas lingüísticas en el que, con suma rapidez, aclaran las dudas que cualquier persona plantee.

lunes, noviembre 28, 2011


AQUELLAS PALABRAS PERDIDAS…

Se canta lo que se pierde
(Antonio Machado)

    Se entiende que las personas, cuando por motivo de su edad se dan cuenta de que tienen más pasado que futuro, recurran repetidas veces a solazarse con evocaciones de la infancia o, dicho desde una perspectiva más literaria, se dejen dominar por el síndrome de Ulises, el del regreso a Ítaca o el de la recuperación del paraíso perdido. A los jóvenes, a quienes el futuro les depara aún muchas vicisitudes, de todo tipo, esto es algo que suele resultarles cargante. Por eso, cuando estoy con ellos, procuro controlarme y no caer en el papel de abuelo Cebolleta que cuenta batallitas. Es posible que alguna vez no lo consiga, pero confieso que mi intención es huir de ello.
    Pero cuando estamos solos Zalabardo y yo, podéis dar por seguro que nos desprendemos de cualquier tipo de cincha o atadura y dejamos que vuelen libres los recuerdos. Sin embargo, no crea nadie que esa actitud de mirar hacia atrás en el tiempo es causa de descontento o queja con la situación que nos ha tocado vivir en el presente. El otro día mismo, mientras nos recreábamos en la evocación de unas anécdotas del pasado, mi buen Zalabardo me dijo: Quien nos oiga, creería que nosotros pertenecemos a la cofradía de Manrique por aquello de qualquiera tiempo pasado / fue mejor; lo que no saben es que, contra lo que pudiera parecer, estamos más cerca de la interpretación que el cínico Sabina hace del dicho y lo convierte en este otro: cualquier tiempo pasado fue peor. Porque, añadía Zalabardo, por mucha carga que hayamos de soportar en el zurrón que todos sobrellevamos a la espalda, mientras seamos capaces de mirar hacia delante demostramos al mundo que estamos vivos y con las ilusiones intactas.
    Con estos antecedentes, cualquiera pensaría que nuestra conversación girase en torno a temas profundos y trascendentes. ¿Sabéis por qué salió todo eso de si el pasado es mejor o peor? Por algo tan simple como la consideración de que hay palabras que van cayendo en desuso y terminan por perderse en la niebla que opaca el camino que vamos dejando a nuestras espaldas. Me vais a permitir que cuente el momento y ocasión de dicha charla.
    La mañana, la hora era temprana, resultaba fresca y por el desabrigado Paseo Marítimo de Poniente, pese a brillar el sol, soplaba un aire que dejaba sentir sus efectos en la yema de los dedos y en la punta de la nariz. Nada normal en este aprimaverado otoño y en el bonancible clima de Málaga. A Zalabardo se le vino un recuerdo: Allá, en el pueblo, puede que ya sean días de copa y nagüillas. Y esa pequeña hebra nos dio pie para devanar el ovillo del léxico de la defensa contra el frío, que, en nuestros días, con eso de las estufas eléctricas y del aire acondicionado, se ha visto bastante mermado a causa de la pérdida de muchas costumbres y no menos palabras.
    En otro tiempo, cuando, ya avanzado el otoño, el invierno comenzaba a insinuarse, era preciso que la casa se acondicionara para combatir el frío. Lo primero de todo, había que sacar la mesa camilla, que era una mesa dotada de una tarima con un hueco para acoger el brasero, que en mi pueblo llamábamos copa. Además, la camilla se vestía con ropa adecuada para así retener mejor el calor de la copa. Esa ropa eran las nagüillas, enaguas o enagüillas. El combustible que se utilizaba en las copas era el cisco, carbón menudo elaborado ex profeso para braseros. Si bien el cisco solía ser de picón, carbón menudo de ramas de encina, jara o pino, en los pueblos en los que había almazaras se podía optar también por el cisco de orujo, que era el obtenido a partir del demenuzamiento de los huesos de la aceituna y que, se decía, daba más calor. La gente solía sentarse alrededor de la camilla, por lo común redonda, y con las nagüillas cubriendo las piernas. Esto posibilitaba entretenidas tertulias, distraerse con juegos de cartas o lotería, o, simplemente, escuchar la radio, que entonces no había televisión.
    Para atizar el fuego de la copa, las brasas se removían periódicamente con una badila, pequeña paleta de hierro. A esto se le llamaba echar una firma, momento que se aprovechaba, también, para esparcir sobre el cisco un poco de sahumerio, mezcla se romero y flores de alhucema secos que difundía por toda la estancia un envolvente aroma dulzón. En la época de la que hablo no se había impuesto el uso de los pantalones por parte de la mujer. Tal circunstancia, y dado que para remover la copa había que levantar las nagüillas, podía dar origen a situaciones delicadas. Por eso, cuando alguien iba a echar una firma, estaba obligado a decir: ¡con permiso!, expresión que servía a la mujeres para prevenirse y colocar las piernas en posición nada inconveniente.
    ¿En cuántos pueblos perdurarán aún estas costumbres? ¿Cuánta gente conocerá y seguirá usando estas palabras? Lo que no parece dejar duda es que en las ciudades vivimos a otro ritmo y las realidades son diferentes. Pensando en ello, le digo a Zalabardo que he recordado una historia que José Luis Rodríguez me ha enviado por correo electrónico. En ella, una niña, cuando su padre le está contando la historia de Hansel y Gretel y llega al episodio en que los pájaros se comen las migas de pan que ellos habían ido dejando por el camino, lo que origina su extravío en el bosque, interrumpe a su padre y le dice: ¿Y por qué no llamaron a su papá por el móvil para que fuera a recogerlos?
    Esta niña, le digo a Zalabardo, que conoce las ventajas del móvil, posiblemente ignore lo que es una copa, o el cisco de picón, o echar una firma. ¿Y tú crees, me replica, que por eso su mundo es peor que el nuestro? Indudablemente, no.

lunes, noviembre 21, 2011


EL DISPUTADO VOTO DEL SEÑOR CAYO

    Por supuesto que no voy a hablar aquí de la novela de tal título de Miguel Delibes; tampoco de los resultados de las elecciones de ayer, domingo; y menos aún del avance conseguido por el candidato de IU. Eso ya lo han hecho, lo habréis leído, visto y oído, en el sinfín de periódicos, televisiones y radios del país. Sin embargo, le digo a Zalabardo, este apunte va a estar en parte relacionado con el tema que nos ha tenido ocupados estos últimos días y que culminó en la consulta democrática de ayer.
    Como el caso es que me cuesta romper el lazo que me une a los compañeros del instituto, he adoptado la sana costumbre, al menos para mí, de subir un día a la semana al centro y alternar con ellos durante la hora del desayuno. Es esa una hora, creo, que sirve para iniciar múltiples conversaciones sin que haya que acabar ninguna y sin que ninguna deba ser considerada de útil trascendencia. Se habla por hablar, por sentirnos unidos y estrechar lazos (el lenguaje une a pesar de que a veces nos empeñamos en que desuna), y por olvidarnos de cualesquiera otras preocupaciones que se ciernan sobre nosotros.
    Mientras caminábamos hacia el Boris, salió el primer tema: estando el patio como está, lloviendo lo que está lloviendo, con la economía por los suelos, la prima desbocada y el paro disparado, nadie duda de que no debe ser plato de gusto querer ser diputado, senador (a propósito, que de esto también se habló, ¿qué hace un senador y para qué sirve el senado?), concejal o cualquier otro cargo semejante. Se diría, apuntaba José Francisco, que lo deseable ahora debería ser que eligieran a los otros, siquiera sea por quitarse el mochuelo de encima. Sin embargo, todos apetecen el éxito de salir elegidos. Fue, entonces, Javier López quien dijo: ¿será eso lo que llaman erótica del poder?
    En ese momento se me ocurrió que ese podría ser el tema para el apunte de hoy. Resulta que yo tenía creído que, con los años, uno se iba reafirmando más en las ideas y, viéndolo todo más claro, acumulaba fuerzas para defender según qué principios. No sé si será por eso que se dice de la experiencia. Pero ahora veo que no, que cuando los años acumulados son ya muchos, me doy cuenta de que cada día aumentan las dudas que a uno lo asaltan y disminuyen las ideas que se avienen a ser admitidas y defendidas con rotundidad.
    Una de esas ideas que yo creí a machamartillo durante un tiempo y que con el paso de los días se me ha ido diluyendo, por poner un ejemplo, es la de que los políticos, o al menos una amplia mayoría de ellos, lo eran por vocación, por la sencilla y simple razón de servir a la comunidad a la que pertenecen. Hoy, como digo, ya no estoy tan seguro, y tengo la sensación, porque seguridad solo se puede tener en muy pocas cosas, de que el político lo es por ansia de poder, por pura y llana ambición. Sé que caigo en el pecado de generalizar; por eso dejo una puerta abierta por la que alguien escapará de esa afirmación universal que lanzo. Pero frente a esa erótica que mencionaba Javier, a mí se me ocurre mejor hablar de ambición de poder. Y vuelvo a la pregunta del comienzo: ¿qué empuja a los políticos a desear ser ellos los elegidos? Si no es esa ambición de poder, ignoro qué otra cosa pueda ser. Me lleva a creer tal supuesto la simple contemplación de cómo, durante la campaña, cada uno se tiraba a la yugular de los contrarios tratando de hacernos ver más los errores del adversario que los méritos propios.
    Zalabardo, que aún sigue creyendo en la bondad natural y en la integridad moral de todas las personas, se me queda mirando con cara de no estar muy de acuerdo con lo que expongo. Mueve la cabeza a un lado y otro y, por fin, me dice con voz pausada: Pero, bueno, vamos a ver. ¿Acaso es mala cosa ser ambicioso? Yo le respondo que, en principio, ser ambicioso no tiene nada de malo, siempre que sepamos domeñar la ambición y sepamos eludir ser dominados por ella.
    Los políticos, le pido que piense, parten de la base, o al menos eso creo percibir en los de nuestro país, de que solo las ideas del grupo o partido propio son aceptables, mientras que las de los otros resultan deleznables. Y empezar defendiendo que la razón asiste en todo a uno mismo y en nada al adversario es el mejor síntoma de que caminamos por una senda errónea.
    Además, añado, ¿observaste anoche, tras darse a conocer los resultados, las reacciones de unos y otros? No me dirás que no resulta paradójico que los ganadores, esos sobre quienes ha recaído la responsabilidad de tratar de llevar adelante al país en un momento tan delicado, se mostrasen radiantes y felices como si la losa que ha caído sobre ellos fuese liviana, mientras que los perdedores, por el contrario, aparecían mohínos pese a no tener que apechugar, al menos en primera línea, con el compromiso de solventar tantos problemas como el país tiene.
    El ansia de servicio debería haberles llevado, a unos y otros, a mostrarse cautos y serenos, más bien preocupados, porque la tarea que les espera, sea en el gobierno o en la oposición, no es fácil. Sin embargo, se diría que la tristeza de unos nace de pensar en todo lo que pierden y deben ahora desalojar, mientras que la alegría de los otros se genera en la consideración de la cantidad de puestos y cargos que van a ocupar, con todo lo que ello significa. Anoche, se diría, unos y otros se habían olvidado de las promesas hechas durante la campaña. El poder adquirido y el poder perdido dibujaban el rictus de regocijo o de abatimiento apreciable en sus rostros.
    El ansia de servicio, si la hay, debería de llevar a todos a ponerse de acuerdo en una serie de cuestiones básicas (economía, educación, sanidad, empleo, bienestar social…). Los vencedores, desde ese puesto de mando que la ciudadanía les ha otorgado; los vencidos, aplicando esa tarea de vigilancia y control (pero también apoyo) que corresponde a la oposición. Eso, en lugar de enredarse en peleas de barrio como tantas veces acostumbran. Porque los ciudadanos no debemos pagar las reyertas de los políticos. Y, sobre todo, porque la situación del país no está para bromas de mal gusto.
    Zalabardo me mira serio y con el gesto de quien, aun concediendo una parte de razón, no ha quedado convencido de todos mis argumentos. Sin embargo, calla y no dice nada. Algo es algo.

lunes, noviembre 14, 2011


TELEBASURA Y AUDIENCIAS

    Cuando veo que Zalabardo se me acerca, no sé por qué presiento que viene con cuerpo guerrero, con ganas de pelea. Siempre, en cualquier caso y sea dicho de paso, de sana pelea y guerra, pues tengo muy repetido aquí que Zalabardo es un bendito. ¡Ya quisiera yo parecerme a él en muchas cosas!
    Y el presentimiento se cumple. Nada más sentarse a mi lado, me pregunta si vi el lunes de la semana pasada el debate entre Pérez Rubalcaba y Rajoy. Sin dejarme responder y como dando una larga cambiada, lo que me permite inferir que, en verdad, no es el debate lo que le interesa, me pregunta si reparé en que, de las grandes cadenas españolas de televisión, solamente Telecinco no ofreció tal debate. Y añade con no poca sorna y bastante dosis de mala uva: no sé si fue como muestra de arrepentimiento por emitir tantos programas zafios o precisamente por insistir en ello.
    Como le pregunto qué tiene contra Telecinco, que eso es lo que él pretendía, sigue con su discurso. ¿Te has enterado de que los datos ofrecidos a finales del verano pasado sobre los índices de audiencia aupaban a esta cadena en lo más alto de las televisiones españolas? Zalabardo me dice que no logra entender tal resultado siendo esta, añade él, prototipo de cadena de programa único y modelo excelso de la telebasura en nuestro país. Le contesto que no entiendo muy bien qué es eso de programa único y que a lo mejor resulta arriesgado calificarla de modelo de la baja televisión. Mira, me responde, hablo de programa único porque a cualquier hora que sintonices dicha emisora te encuentras a la misma gente debatiendo, si eso es debatir, sobre los mismos insustanciales y barriobajeros asuntos.
    Esta discusión, no creáis, la he mantenido ya otras veces con el buen Zalabardo. Yo trato de hacerle ver que cada televisión programa lo que cree conveniente, del mismo modo que cada telespectador es libre de ver lo que quiera y que, si el resultado de las audiencias es el que es, habrá que mostrar respeto. Y él me dice que respeto sí tiene; que lo que ya discute son las técnicas que se usan para llegar a los resultados de que hablamos. Como quiero que me diga qué técnicas, a su juicio, son esas, Zalabardo se envalentona y continúa: ¿Tú has visto cómo en las tiendas y en las grandes superficies compramos muchas veces objetos y, lo que es peor, alimentos, no porque los necesitemos o por su calidad sino por lo atractivos que resultan debido a sus embalajes y lugares de exhibición? Luego, los objetos los olvidamos por inútiles y los alimentos, un pepino, un tomate, por ejemplo, no saben a nada. Con la tele pasa igual: nos introducen los programas por los ojos usando de alharacas y bellas presentaciones, además de emitirlos en horarios preferentes.
    Pero la gente, intervengo yo, es dueña de ver o no tales productos. Hay otros programas y hay otras televisiones. En definitiva, la televisión ofrece lo que el público pide. Mi buen amigo no se amilana y, envalentonado, contraataca: ¿Tú crees? ¿Recuerdas la fábula del asno y su amo, que escribió Tomás de Iriarte? Entonces se levanta y de la biblioteca extrae un bello y pequeño volumen de las fábulas de dicho autor. Me da el libro abierto y me solicita que lea. Transcribo aquí el texto aludido:

El Asno y su Amo
“Siempre acostumbra a hacer el vulgo necio
de lo bueno y lo malo igual aprecio:
yo le doy lo peor, que es lo que alaba”.
De este modo sus yerros disculpaba
un escritor de farsas indecentes;
y un taimado poeta que lo oía,
le respondió en los términos siguientes:
Al humilde jumento
su dueño daba paja, y le decía:
“Toma, pues que con eso estás contento.”
Díjolo tantas veces, que ya un día
se enfadó el asno, y replicó: “Yo tomo
lo que me quieras dar; pero, hombre injusto,
¿piensas que solo de la paja gusto?
Dame grano y verás si me lo como”.
Sepa quien para el público trabaja,
que tal vez a la plebe culpa en vano;
pues si en dándole paja, come paja,
siempre que le dan grano, come grano.


    ¿Me quieres decir qué moraleja debo sacar de esta lectura?, le pido. Y él, me responde: Pues muy fácil, que quien trabaja para el público y elabora productos deleznables nunca debe excusar sus yerros amparándose en un pretendido mal gusto de la gente. ¿O no estás de acuerdo? Creo, le digo, que esta vez, como tantas otras, es posible que tengas razón. Aunque no acabo de entender qué relación de ideas te ha llevado a unir el debate televisado con la telebasura.

lunes, noviembre 07, 2011


HACKERAZZI

    Como tantas otras veces, también ahora es Zalabardo quien me proporciona el material para los apuntes de esta Agenda. En esta ocasión, encuentro que me esperaba con un recorte de prensa en la mano y que, en cuanto que me ve, me lo ofrece: Mira, me dice, lee eso. Cojo el recorte que me adelanta, de hace algún tiempo, y leo el siguiente titular: Detenido el ‘hackerazzi’ de Hollywood. Inmediatamente me doy cuenta de por dónde va a ir su pregunta, pero lo dejo que sea él quien lleve la iniciativa en la conversación porque sé que no le gusta demasiado que me adelante a lo que él tiene intención de decir. Y cuando ha creído que ya he tenido tiempo suficiente para ver lo que él pretendía, me espeta: eso es una palabra nueva, ¿no? Y, a renglón seguido, expone su pregunta: ¿Quién y cómo se crean las palabras? Tengo que reconocer que me ha sorprendido, pues imaginaba que me preguntaría por el significado. Así que le digo: Ahí me has cogido; esa es la pregunta, o las preguntas, ya que me haces dos en una, del millón. Así que veremos cómo salgo del trance.
    Porque aunque se puedan contar muchas historias de palabras, lo cierto es que la pregunta de Zalabardo no tiene fácil respuesta. La gente no va por ahí inventando palabras, aunque algunos se hayan entregado a ese juego más como divertimento que como otra cosa. ¿Recordáis aquel hilarante Diccionario de Coll? A él pertenecen perlas como estas: Abdulador. ‘Cualquier político europeo al tratar con los árabes sobre el problema del petróleo después de la Reconquista, ya que exhaustivos estudios han venido a demostrar que en el siglo XI los árabes no tenían petróleo, y si lo tenían, la televisión de aquella época no dijo nada al respecto’. Brevolución: ‘Alboroto, sedición de escasa duración’. Pornotrágico: ‘Autor de obras obscenas en las que mueren los protagonistas’. O tantas otras como podríamos traer aquí.
    Hablando algo más en serio, lo cierto es que una lengua capaz de generar en el instante las palabras necesarias para las nuevas realidades que se nos presentan es una lengua rica y poderosa. E incluso se gana el mérito de influir sobre las demás, pues muchas de esas palabras, gracias a los medios de difusión con que contamos, se extienden rápidamente. Y una vez que nacen, no debe nadie andarse con remilgos de purismos ni prejuicios para su aceptación. Porque las palabras no nacen así como así, aunque muchas surjan por una causa nimia y casi por casualidad, ligadas a una pequeña anécdota, si así la queremos llamar. Veamos algunos casos. En la película La dolce vita aparece un personaje llamado Paparazzo, sobre el que Federico Fellini, su director, explicó que se inspiró para su nombre en el apodo de un compañero de colegio. Este personaje es un fotógrafo que se dedica a perseguir a los integrantes de la sociedad rosa, tratando de obtener fotos cuanto más comprometidas mejor. Pues bien, muy pronto se extendió el plural de esta palabra, paparazzi, para designar a los fotógrafos de la prensa rosa y hasta hoy nos ha llegado.
    Muy relacionada con esta hay otra palabra, esta vez inglesa, que es freelance. El freelance no es ya un simple fotógrafo, sino que es cualquier profesional que trabaja autónomamente y que vende posteriormente su trabajo a una empresa. El Diccionario panhispánico de dudas recomienda que se hable de profesional autónomo o independiente, pero lo cierto es que el término inglés está mundialmente difundido. ¿Y su origen? Así como paparazzi procede de una película, parece que freelance nace en una novela de Walter Scott, concretamente Ivanhoe. Allí, a los caballeros medievales que actuaban como mercenarios ofreciendo sus servicios a cualquier señor se les denominaba así, formando el término sobre free (independiente) y lance (lanza).
    ¿Y qué pasa con hackerazzi?, me pregunta Zalabardo. Es muy fácil; tal como se ve en la información que me has mostrado, el término lo acuña el FBI al denominar así la operación que ha servido para detener a un hacker (pirata informático) que logró acceder a los ordenadores y teléfonos móviles de Scarlett Johansson y diferentes estrellas de Hollywood, hecho que utilizó para apoderarse de fotos íntimas y privadas que luego publicaba en Internet, lo que le convertía a la vez en una especie de paparazzi. Se trata, pues de un acrónimo, puesto que se crea una palabra a partir de partes de otras. ¿Triunfará? Y qué sé yo, le digo.
    Por otra parte, trato de hacerle ver a Zalabardo, no siempre resulta tan fácil explicar la historia de las palabras. Por cierto que, sobre esta última, el Panhispánico recomienda que se diga paparazi/s, terminado en i y con una sola z, frente a lo que yo defendía hace tiempo en uno de estos apuntes, paparazo/s. Eso muestra que la lógica no tiene por qué imponerse y que, por lo común, es el uso quien acaba triunfando. Que quede claro.

miércoles, noviembre 02, 2011

 
MONFRAGÜE

    La etimología de Monfragüe es algo discutida, según me han contado, aunque las dos que se ofrecen llevan prácticamente casi a la misma solución. Para unos, procede de Monsfragium, ‘el Escarpe’ o ‘monte cortado’; para otros, el origen está en Monsfragorum, ‘monte áspero, fragoso, intrincado’. En cualquier caso, el nombre árabe del lugar, Al-Mofrag, ‘el Abismo’, parece dar la razón más a la primera de las etimologías, pues la topografía del terreno nos muestra el corte que el río Tajo produce en el mismo, dejando, uno en cada ribera, los dos escarpes o cortados que son los actuales Cerro Gimio y Monfragüe, que parecen querer ambos precipitarse sobre las aguas.
    Monfragüe da su nombre a un extenso territorio del norte de la provincia de Cáceres cuya columna vertebral constituyen los ríos Tiétar y Tajo y que, desde 1979, es Parque Nacional y, desde 2003, Reserva de la Biosfera. El Parque es hábitat de numerosas especies faunísticas entre las que sobresalen los ciervos, los buitres negro y leonado, la cigüeña negra, el águila blanca y el alimoche. Alcornoque, encina, quejigo, acebuche, mirto, madroño y cornicabra son los reyes de la vegetación del lugar, que ha resistido y desterrado el disparatado intento, antes de ser declarado parque, de repoblar la zona con eucaliptos.


 
     Monfragüe es un lugar ideal para quien busque tranquilidad y sosiego, le digo a Zalabardo, y allí estuvimos el pasado puente de los Santos. Villarreal de San Carlos, único núcleo de población en el interior del Parque, es punto estratégico para disfrutar de la zona. Allí están las oficinas del Parque (Centro de Visitantes, Centro de Interpretación del Parque, Centro de Interpretación del Agua y Centro de Documentación e Investigación), dos o tres Casas rurales y un restaurante, aparte de alguna que otra casa particular. Pero en cuanto que dan las seis o siete de la tarde, los visitantes desaparecen y, con ellos, los guardas, guías y funcionarios del Parque. Allí quedan los nueve habitantes de la población, que es una pedanía de Serranillos, y quienes hayan reservado alojamiento para efectuar una visita más pausada.
    ¿Qué se puede hacer en Villarreal de San Carlos? Una vez que cae la tarde y la oscuridad se apodera de todo, nada que no sea pasear por la única calle y su entorno, disfrutar de un límpido y rutilante cielo plagado de estrellas (allí no se sabe qué sea eso de la contaminación lumínica) y hablar con los escasos habitantes, que te cuentan los orígenes y evolución de Monfragüe, tanto lo bueno, que lo hay, como lo malo, que también lo hay. Si, además, se tiene la suerte de coger unos días buenos y de suave temperatura de este otoño que estamos teniendo, miel sobre hojuelas.


    Por el día es otra cosa. Hay muchos senderos por los que perderse (que no se pierde nadie porque están perfectamente señalizados) y gozar con la visión del paisaje, con el rumor de las aguas del Tajo y del aire entre las ramas, con la contemplación de las aves y con el encanto de dejar que los ciervos se te acerquen y coman en tu mano.
    Nosotros hemos realizados tres de las numerosas rutas que el Parque ofrece: la de la Tajadilla, siguiendo la ribera del Tiétar, la que conduce hasta el Cerro Gimio y permite contemplar el vuelo de los buitres que allí anidan y la del Castillo, que es la más completa. Son dieciséis kilómetros (entre ida y vuelta) que llevan desde Villarreal hasta el Castillo. Hay diferentes opciones para recorrerla. Nosotros elegimos la que discurre por la margen izquierda del Tajo e inicia el ascenso al Castillo desde el lugar conocido como Salto del Gitano. Aunque es un recorrido más largo, es también más suave, pese a que el tramo final, la subida al Castillo, es duro de todas formas. Luego descendimos por el sendero que baja desde el Castillo hasta la Fuente del Francés. Es una ruta más corta, pero más empinada; aunque no es igual que subir, las rodillas también se resienten, sobre todo cuando uno tiene ya cierta edad. Desde la torre del Castillo se goza de una espectacular vista de casi toda la extensión del Parque.
    Cualquiera de estas caminatas tiene luego, a su finalización, el premio de poder disfrutar de una suculenta comida: carnes de venado y jabalí (yo pedí un delicioso lomo de venado con salsa de arándanos y confitura de manzana), variedad de quesos de la región y un exquisito jamón ibérico de Extremadura.
    Y hasta el próximo puente.

lunes, octubre 24, 2011


ALLEGRO, MA NON TROPPO

    Si alguien realizara una encuesta acerca de cuál sea la noticia que mayor impacto ha causado desde hace muchos años a hoy, estoy seguro de que una inmensa mayoría, entre la que nos contamos Zalabardo y yo, coincidiría en que no es otra que la que se produjo la tarde del pasado jueves, día 20 de octubre: el anuncio por parte de ETA de su abandono de la lucha armada.
    Han tenido que pasar 53 años para que tal anuncio se haya producido. ETA nació en 1958 como consecuencia de la expulsión de unos miembros de las juventudes del PNV. En 1961 tuvo lugar su primera acción violenta y en 1968 llevó a cabo su primer atentado mortal, el del guardia civil José Ángel Pardines Arcay. Desde ese momento, un total de 829 víctimas mortales integran el macabro bagaje de la banda terrorista. A ellas hay que sumar el elevado número de heridos en atentados, el de empresarios chantajeados con el impuesto revolucionario, el de personas que han vivido amenazadas y sometidas al acompañamiento constante y necesario de escoltas y el ingente número de víctimas “colaterales”, si se puede llamar así al que conforman el conjunto de hijos, padres, hermanos y familiares de todos los anteriores.
    Por tanto, nada que objetar al anuncio del jueves. La noticia debe alegrarnos, sin duda. Pero tampoco hay que echar las campanas al vuelo antes de tiempo. Es Zalabardo quien me hace tal aviso y quien, tras oír el anuncio, me preguntó casi de forma inmediata: “¿Pero se disuelve la banda o no?; ¿y qué pasa con la entrega de las armas?; ¿y qué con la asunción de sus actos y la petición de perdón a sus víctimas?” La verdad es que no supe qué responderle.
    Así pues, que sea importante el anuncio del cese de la actividad armada y que podamos sentirnos felices por ello no evita que mantengamos la cabeza sobre los hombros y la necesaria frialdad antes de dar los pasos que a continuación haya que dar. ¿Habéis visto las reacciones que seguido al anuncio de la banda? Las hay de todos los colores, pero yo me quedo, y Zalabardo coincide conmigo, con las que sostienen que no debemos nada a ETA por el paso dado; con las que mantienen que aún es la banda quien sigue debiendo mucho a la sociedad española.
    Porque no debemos olvidar que ETA ha dado ese paso, sobre todo, debido a la situación de debilidad en que se encontraba como consecuencia del acoso policial a que se había visto sometida tanto en España como en Francia. Como tampoco se debe olvidar que es lícito pensar que con el paso dado la banda pretenda conseguir unas contraprestaciones políticas que no han podido arrancar con el terror.
    Que la democracia debe ser generosa con los delincuentes que muestran arrepentimiento es principio que no se discute, pues la función capital del sistema debe ser reinsertar a los miembros que le hacen daño, aunque este sea grave y doloroso, y no buscar la venganza. Pero, primero, hay que cerciorarse de que estos miembros muestran su arrepentimiento e intención sincera de reparar, en la medida de lo posible, el daño causado. Luego, ya se verá qué se hace con los presos y cómo se facilita a su brazo político la participación en el juego democrático.
    Por eso no hay que ser rápidos en exceso en nuestra reacción a su anuncio. No hay que precipitarse en abrir los brazos como si aquí no hubiera pasado nada, pues lo cierto es que ha pasado mucho y durante mucho tiempo. Que no nos volvamos a equivocar. “¿Y cuándo nos hemos equivocado?”, me pregunta Zalabardo. Entonces le recuerdo que, cuando ETA nació, mucha gente en España vio, vimos, su aparición con simpatía, porque, románticamente, considerábamos a sus miembros héroes que luchaban contra la dictadura franquista. Lo malo es que, ellos, pronto darían muestras de considerar que no había más razón que la suya. Aquello no supo verse a tiempo. Y, cuando tuvieron ocasión de abandonar la lucha armada y sumarse al juego democrático, optaron por seguir defendiendo que no había, para ellos, otra senda que no fuera la del terror.
    Como podemos equivocarnos al juzgar y tratar los movimientos que se están dando en muchos países árabes en contra de las dictaduras que los gobiernan. Es lícito luchar contra las tiranías y las dictaduras. Pero no hay nada que justifique la pérdida de nuestra dignidad en tales luchas. Ni nada que justifique que despojemos de su dignidad a los adversarios. ¿Habéis visto las imágenes de la muerte de Gadafi, coincidentes con el anuncio de ETA? ¿No creéis que son muestra de una salvajada que no debiera quedar impune?
    Por todas estas cosas así creo que no hay que ser demasiado rápidos en la valoración de los hechos, que los pasos se deben dar a su debido tiempo. Hacer otra cosa es actuar solo según y conforme interesa al beneficio político que podamos obtener de ello. Y de eso también tenemos suficientes muestras en nuestro país.

lunes, octubre 17, 2011


ERRATAS Y ERRORES

    Suelo leer con atención la sección de la Defensora del lector del diario El País porque en ella se recogen las quejas de los lectores y, al propio tiempo, se observa cómo el diario asume dichas quejas y hace autocrítica de sus errores. También yo me he dirigido en ocasiones a dicha sección y debo reconocer que siempre he recibido atenta respuesta y, cuando he tenido razón en mi queja, alguna vez, adecuada acogida a mi propuesta.
    Dos de los más recientes artículos de la Defensora iban dirigidos a comentar las quejas acumuladas durante el verano, cuando la sección estaba cerrada. La mayor parte de quejas se referían a cuestiones ortográficas, aunque otras muchas apuntaban a errores de conceptos y a otros de diferente tipo. Llama la atención que un periódico que se considera el más prestigioso de la prensa española incurra en los errores reconocidos y aceptados, que no justificados, por la Defensora: constantes confusiones entre a (preposición) y ha (verbo), barbaridades del tipo hacabar, no hacer diferencia entre astrología y astronomía, confundir el billion de los Estados Unidos (mil millones) con nuestro billón (un millón de millones). En fin, no quiero seguir, pues pienso que habéis leído los artículos a los que me refiero.
    Lo que me interesa es destacar la frase con la que la Defensora da fin al primero de estos artículos. Dice así: Todo apunta a que hay un problema de exigencia individual, un problema de supervisión y también un problema de formación. Parece muy fuerte esto último, porque apunta a que no todos son errores coyunturales (erratas más o menos disculpables) sino, en algunos casos, falta de conocimiento, formación deficiente de quienes, se piensa, deberían ser fieles cuidadores del lenguaje.
    ¿Tiene razón la Defensora del lector del diario El País? No tengo una opinión definitiva al respecto, pero, le digo a Zalabardo, a veces me asalta la impresión de que es verdad que vivimos tiempos en que la formación lingüística de quienes se supone que la tienen (los universitarios, por ejemplo) es bastante deficiente. A lo mejor sucede que los profesores, me incluyo entre ellos, nos preocupamos por que sepan mucha sintaxis, pero descuidamos que dominen una correcta ortografía y se expresen con un adecuado estilo.
    Sobre esto hablaba con Zalabardo (¿es que no hay temas de conversación más amenos?) mientras realizábamos nuestra diaria caminata cuando, llegábamos ya al Puerto de la Torre, mi buen Zalabardo me cogió del brazo y apuntó con su dedo hacia una furgoneta municipal aparcada junto a la acera. “Ya que hablas de ortografía”, me dijo, “¿qué te parece eso?”
    “Eso” era el rótulo que lucía en el lateral del vehículo (blanco, limpio y nuevo) de nuestro Ayuntamiento. En su puerta delantera, muy bien rotulado en un agradable tono azul, se leía: Málaga. ½ Ambiente y Jardines. Así, tal cual. ¿Cuántos errores, barbaridades, se dan en dicho rótulo? Parto de que la culpa, me parece claro, no es de quien hizo materialmente el rótulo, del rotulista (que a lo mejor también), sino de quien lo encargó, de quien ordenó que se hiciera y dio el visto bueno a lo hecho, que debe ser alguien a quien se supone mayor conocimiento y que fue, supuestamente también, quien proporcionó el modelo. Cuando me encuentro un error de este tipo recuerdo lo que me decía José A. Garrido sobre la dureza de la crítica y me contengo. Pero me aceptaréis que tiene delito la cosa.
    Por lo pronto, el rótulo incurre en dos errores graves: uno, formal, usar la fracción ½ en lugar de la palabra medio; y otro, de concepto, confundir un sustantivo con un adjetivo numeral. Vamos por partes. La Ortografía de la Academia deja claro que las entidades abstractas denominadas números pueden ser representadas gráficamente de dos maneras: mediante símbolos o cifras, lo que constituye un lenguaje formal, o mediante palabras (llamadas numerales) y entonces pasan a formar parte de cualquiera de los lenguajes naturales. Los numerales, como palabras, constituyen un subconjunto del léxico de una lengua, por lo que su escritura debe atenerse a las normas ortográficas de cada lengua. Entre ellas, ser escritos con letras.
    El segundo de los errores no sé si es más grave, pues se ha confundido un adjetivo con un sustantivo y un significado con otro. En efecto, medio, adjetivo numeral, significa ‘igual a la mitad de algo’ y así decimos medio queso, media paga, etc. En esto, coincide con la fracción ½. Pero resulta que medio, como sustantivo, significa, entre otras cosas ‘conjunto de circunstancias o condiciones exteriores a un ser vivo que influyen en su desarrollo y en sus actividades’, que es a lo que están destinados quienes hacen uso del  vehículo en cuestión. Y la locución medio ambiente es tan usada en nuestro tiempo que incluso el Diccionario panhispánico de dudas aconseja que se adopte la forma medioambiente.
    Me pregunta Zalabardo si tendría sentido dirigirnos al Ayuntamiento denunciando el rótulo. Yo, que soy más escéptico que él, le respondo si cree que valdría la pena. Y como él no lo tiene muy claro, la cosa se queda así. Por tanto, optamos por seguir paseando, que parece más provechoso.

martes, octubre 11, 2011


TORNÁRSELE EL SUEÑO AL PERRO

    Esta mañana, mientras paseábamos disfrutando de uno más de los días de este cálido otoño que nos ha tocado y hablábamos de lo divino y de lo humano, pero sobre todo de cómo está el país a causa de la feroz crisis que nos sobrevuela y nos lanza dentelladas por todos los costados, Zalabardo me dijo: ¿No crees que en este país a más de uno se le ha tornado el sueño del perro?
    Como notó que lo miraba con gesto de no entender, se paró en mitad de la acera y mirándome un poco con cara de chufa me soltó: ¿Tú presumes de conocer el Tesoro de Covarrubias e ignoras una expresión cuyo origen y sentido fue él el primero en comentar? Tornarse el sueño del perro viene a significar lo mismo que ‘descomponerse el logro de alguna pretensión o utilidad que ya se tenía consentido según los medios estaban puestos’. El conquense explica el origen del dicho de la siguiente manera: Soñaba un perro que estaba comiendo un pedazo de carne, y daba muchas dentelladas y algunos aullidos sordos de contento; el amo, viéndole desta manera, tomó un palo y diole muchos palos, hasta que despertó y se halló en blanco y apaleado.
    Le insinué que aún no sabía a dónde quería llegar. Entonces él, armándose de paciencia, que eso sí debo reconocer que tiene, guardó un momento de silencio, como si pensara lo que iba a decirme o cómo me lo diría, hasta que retomó la palabra: ¿Has observado, decía, qué aspectos destacan en sus promesas cara a las próximas elecciones tanto Rubalcaba como Rajoy? Este habla de suprimir duplicidades de competencias, de conseguir una Administración más ágil y menos numerosa. “Una Administración, una competencia”, creo que ha llegado a decir. Aquel, para no ser menos, habla de reducir el número de diputados, de senadores y de concejales. De “adelgazar la Administración” según ha dicho en una de sus últimas intervenciones. A buenas horas, mangas verdes, diría alguien políticamente correcto. O, como lo diría yo, por fin se dan cuenta de que son demasiados los que chupan del bote, llámense comisiones o cualquier otro nombre.
    Lo interrumpo y le digo que me parece muy duro, y no sé si hasta injusto, eso de chupar del bote. ¿Tú crees que no es así?, me replica. Y sigue: ¿Tú no has reparado en la alegría y desenfado con que se han venido tomando muchas decisiones? Que tú perteneces a mi partido, eres amigacho mío y, además, te debo un favor. No te preocupes, creo un cargo para ti y ya está todo arreglado. Si, de todas formas, no lo pago yo, sino el Estado, la Comunidad o el Municipio. Que hay que conseguir que la gente nos vote en las próximas elecciones. Eso tiene solución, se construye un polideportivo que nunca se usará porque en el pueblo somos pocos, o no tenemos equipo, o, simplemente, el deporte nos importa un pimiento. O pagamos autobuses para que los pensionistas del pueblo acudan como público a los programas de Juan y Medio.
    Así vemos cómo muchas comunidades y municipios vivían sumidos en un sueño de abundancia y, siendo además que los dineros no eran suyos, los malgastaban en proyectos más de una vez inútiles, creyendo que el capital nunca se acabaría, hasta que ha llegado el famoso tío Paco de las rebajas, el amo del perro, los bancos, los mercados (¿qué y quiénes serán los mercados y dónde podríamos pillarlos para darles una buena colleja?) y los han despertado de mala manera, haciéndoles ver que lo que creían abundancia no es ahora sino carestía y penuria, que su gestión de los fondos públicos era más propia de irresponsables cigarras que de laboriosas hormigas. Y recordados (como decía Manrique por despertados) del sueño, todos piden ayuda para salir del pozo que ellos mismos se han cavado. O sea, que el sueño se les ha tornado pesadilla. ¿Quieres un ejemplo cercano? Hoy mismo, esta mañana, lo trae la prensa. El Ayuntamiento de Vélez-Málaga paraliza el tranvía que puso en marcha hace cinco años, y que supuso un gasto inicial superior a los 30 millones, porque entre ausencia de viajeros, averías, descarrilamientos y otras zarandajas genera un déficit anual de casi un millón de euros que el Ayuntamiento, que reconoce una deuda de 110 millones, no puede pagar y la Junta de Andalucía se niega a asumir.
    Zalabardo había cogido carrerilla y seguía con su discurso: Como consecuencia de esa mala gestión, ayuntamientos y comunidades no pagan a los proveedores, los proveedores se empobrecen y acaban en la ruina, las empresas cierran y los trabajadores van al paro. Y ahí estamos. Mientras tanto, PSOE y PP, casi con nocturnidad y alevosía, van y nos cambian la Constitución creídos en que eso resolverá el mal que solos ellos han causado. Y Zapatero, aquí te pillo aquí te mato, con la anuencia de Rajoy, va y nos mete en el escudo antimisiles de los EEUU. Así que no nos queda otra opción que rogar para que la crisis comience pronto a remitir y no nos cause más daño del que nos ha causado ya.
    Tras esto, se calló y yo no tuve el valor de responderle nada. Sé que los argumentos de Zalabardo se pueden combatir, que sus planteamientos a veces son algo simplistas, pero prefiero no decirle nada. Seguimos andando y solo al cabo de un rato me volví hacia él y le dije: Pues sí, me parece que se nos ha tornado el sueño del perro.

lunes, octubre 03, 2011

 
DICCIONARIOS

    En 1613 murió Sebastián de Covarrubias, lexicógrafo, capellán de Felipe II y canónigo de la catedral de Cuenca. Dos años antes, 1611, cumplimos ahora, pues, su cuarto centenario, publicó la obra que daría fama a su nombre, el Tesoro de la Lengua Castellana o Española, que a juicio de los entendidos es el mejor diccionario de nuestra lengua hasta la aparición del Diccionario de Autoridades, de la RAE.
    El Tesoro es una obra magna que no solo fue pionera sino que, en algunos aspectos, no ha sido igualada. Siendo un diccionario en el sentido usual del término, también es diccionario etimológico y, también,  enciclopedia.
    Zalabardo, que es sabedor del valor que yo concedo a los diccionarios de toda índole, sin empacho puedo decir que dispongo de una veintena larga de obras de esta naturaleza, puede dar fe del aprecio que siento hacia el de Covarrubias y de cómo son abundantes las ocasiones en que lo consulto. Bien es verdad que este libro del que hablamos adolece de errores que en ocasiones son de bulto, especialmente en lo que atañe a las etimologías, o de simplicidad en la parte enciclopédica. Pero hemos de pensar que su autor no solo fue un pionero en estas lides, sino que carecía de los medios de documentación de que hoy podemos valernos, lo que centuplicaba, no creo exagerar, su trabajo.
    Me pregunta Zalabardo si este tipo de obras tienen sentido en nuestra época, marcada por los avances que supone Internet. Cualquier palabra que desconozcamos, cualquier consulta que deseemos realizar nos puede quedar resuelta con un solo clic.
    Los diccionarios en línea parecen querer desplazar a los de papel. Aquellas enciclopedias que no hace mucho tiempo eran piezas imprescindibles en los salones de nuestras casas han devenido objetos obsoletos. El DRAE va siendo inmediatamente corregido y modificado en su versión en línea, por lo que sobrepasa a cualquiera de las ediciones que de él poseamos. El Dirae (Diccionario inverso del diccionario de la RAE) carece de edición en papel y solo es posible su consulta en línea. Igual acontece con el CREA (Corpus de Referencia del Español Actual). Y estos que cito son solo algunos ejemplos.
    ¿No prueba esto —me vuelve a interrogar Zalabardo— la inutilidad del espacio que concedemos en nuestras estanterías a los diccionarios en papel? Muchos piensan que sí, le respondo, pero yo no solo no lo tengo seguro sino que me rebelo contra quienes tal cosa mantienen. Miro ahora mismo a mi alrededor y compruebo que, al alcance de mi mano, tengo el DRAE, el Panhispánico de Dudas y uno de sinónimos y antónimos. Y que muy cerca me quedan también el de Seco, el de María Moliner, el de Americanismos, el de Casares y algunos más. Y, aunque Internet pueda dar respuesta a mis dudas, lo cierto es que aún sigo echando mano de los diccionarios de papel.
    Por eso creo, le digo a Zalabardo, que debemos celebrar los cuatrocientos años del Tesoro de Covarrubias. Y que no está de más, siquiera sea de vez en vez, pasar la vista por sus hojas. Aunque nos topemos con errores y simplezas. Porque, junto a ellos, también nos encontraremos con ejemplos de alto valor etnográfico. Como en el artículo recogido bajo el término colada: la lejía que se hace para limpiar los paños de lienzo. Díjose así porque se componen dentro de un vaso agujereado o de una cesta de mimbres por donde la lejía, que es el agua que ha hervido con ceniza, se cuela y lleva tras sí todo lo sucio de los trapos. Por esta mesma razón se llamó bogada, de bugo, que vale horado, de donde se dijo abujero, y corruptamente agujero.
    Zalabardo se ríe porque, como yo, aún recuerda que, siendo niños, ese era el único tipo de coladas que conocíamos. Y también se ríe de que, un poco antes, comentando el término aguja, el canónigo de Cuenca había dicho: De aguja se dijo agujero, el hueco que se hace con ella y cualquier otro claro que se haga en pared, en madera, en piedra, en paño, etc., como claree y dé lugar a la luz y a la vista.
    ¿Falta de firmeza de criterio en la elaboración? Ya lo decía antes: los métodos de trabajo eran diferentes y la tarea de corrección resultaba más difícil, lo que explica contradicciones como la del ejemplo. No obstante, después de cuatrocientos años, la obra de Covarrubias sigue mereciendo todos los elogios.

lunes, septiembre 26, 2011


ALGO MÁS SOBRE ANTROPÓNIMOS Y TOPÓNIMOS  


    Numerosas son las veces que he discutido con Zalabardo acerca de la necesidad o no de volver sobre asuntos ya tratados anteriormente en esta Agenda. Él me dice que son ya tantos los apuntes recogidos que siempre habrá alguien que se haya perdido alguno de ellos, razón que justifica la repetición. Y yo le digo a él que, primero, habría que saber cuántas personas leen estos apuntes si es que queda alguno de los antiguos lectores; y, segundo, que es muy discutible la fuerza o autoridad que yo pueda tener para que los lectores residuales que queden se sientan empujados a seguir lo que aquí se sugiere o, simplemente, interesados en ello.
    Cuando le digo esto, Zalabardo me responde que no me ha cedido su Agenda para que me ande con remilgos sobre quién me lee y quién no, sino para que difunda cuestiones relativas a usos lingüísticos que pudieran tener algún interés. Después, pasará como en la parábola evangélica: que parte de esta semilla lanzada caerá en tierra baldía o en duros caminos y se perderá; pero que la que caiga en tierra labrada producirá por toda. Porque, sentencia para acabar, lo hecho estará hecho por siempre.
    Todo esto ha venido a cuento porque él me sugería que valdría la pena hablar sobre la traducción de los nombres extranjeros y sobre los topónimos españoles en lengua vernácula. Yo le contesté que eso ya había sido tratado y alguien me podría acusar de pesado y reiterativo. Pero Zalabardo, que, según sabéis, es un martillo pilón cuando le interesa, sigue erre que erre con el tema.
    En fin, vamos allá. Y todo es porque un día solicitó mi opinión sobre quiénes tenían razón, los que sostenían que la nuera del príncipe Carlos de Inglaterra debería ser llamada Catalina, o los que se oponían y la seguían llamando Kate o Catherine. En esta polémica, había quien argumentaba, defendiendo la segunda opción, que no existía mayor ridiculez que la imaginar a los ingleses llamando John Charles a nuestro rey. Ante tan irrebatible argumento, cedo y le contesto.
    Pero la cuestión no es tanto cómo actúan los ingleses o qué pueda ser más correcto. La cuestión es esta otra: ¿cuál ha sido la postura tradicional de nuestra lengua? Pues muy clara: desde siempre, que es como decir desde el siglo XIV aproximadamente, nuestra lengua tendía a hispanizar todos los nombres de personajes extranjeros de alguna relevancia. Ejemplo de ello tenemos en Tomás Moro, Martín Lutero o Juana de Arco. No digamos ya respecto a aquellos nombres propios de lenguas que tenían alfabeto no latino, como Avicena por Ibn Sinna o Confucio, en lugar de Kung Fu-Tzu. Incluso se españolizaban nombres que hoy han caído en desuso, como Juan Gutembergo.
    El tiempo, que lo cambia todo, también ha tenido efecto en esto y parece que ya no es tan firme ese comportamiento. Por ello, si leemos la nueva Ortografía de la lengua española, hallamos que, en la actualidad, solo deben hispanizarse los siguientes antropónimos: 1. El nombre que adopta un papa para su pontificado, aunque no su nombre seglar: Juan XXIII (sin embargo, nos encontramos con que al papa actual lo llamamos Benedicto y no Benito, como correspondería). 2. Los nombres de los miembros de las casas reales: Gustavo de Suecia (pese a que es común decir Harald de Noruega) 3. Los nombres de santos, personajes bíblicos y personajes históricos célebres: san Juan Bautista, Nicolás Copérnico. 4. Los nombres de indios norteamericanos: Toro Sentado, Caballo Loco. 5. Los nombres propios motivados, como apodos o apelativos y sobrenombres de personajes históricos: Iván el Terrible, Catalina la Grande.
    ¿Y qué pasa con los topónimos, es decir, los nombres de lugar? En principio diríamos que el comportamiento ha sido idéntico. En España siempre se dijo Mastrique para lo que hoy no aparece sino como Maastricht, como se dijo Maguncia en lugar de Mainz o Trebisonda, o Trapisonda, en lugar de Trabzon. O aun hoy decimos Bombay y no Mumbaí, o Costa de Marfil en lugar de Côte d’Ivoire. Incluso hay casos sangrantes. En la actual edición de la Liga de Campeones, ha entrado un equipo checo que la prensa menciona como Viktoria de Plzen. ¿Es que quienes esto escriben no saben que esa ciudad ha sido siempre conocida en nuestro país como Pilsen, famoso centro cervecero que incluso ha dado su nombre a un determinado proceso de elaboración de tal bebida?
    Pero, y ahí parece que es es donde Zalabardo quiere pillarme o, al menos, ponerme en trance de que me pille el toro, ¿qué pasa con los nombres españoles procedentes de una lengua vernácula? Si decimos Londres y no London, ¿por qué habremos de decir Lleida en lugar de Lérida o Gasteiz en lugar de Vitoria? Ya sé que aquí juega tanto, o más por desgracia, la política como la lengua. Por eso, y porque quiero ser claro en esta cuestión, opto por leerle el párrafo que a tal dilema dedica la Ortografía (pág. 642): … en España, muchos topónimos de las zonas bilingües cuentan con dos formas, una perteneciente a la lengua española y otra perteneciente a la lengua autonómica cooficial. Lo natural es que los hablantes seleccionen una u otra en función de la lengua en la que estén elaborando el discurso. En consecuencia, los hispanohablantes pueden emplear, siempre que exista, la forma española de estos nombres geográficos, y transferir aquellos topónimos que posean una expresión única, catalana, gallega o vasca.
    ¿Cómo hay que interpretar eso? Para mí, le digo a Zalabardo, la cuestión es muy fácil: si, como afirma el texto académico, elaboramos un discurso en castellano, habremos de decir, sin ninguna clase de prejuicio ni complejo, Gerona, Lérida, Tarrasa, Orense, Vitoria o Fuenterrabía (en lugar de Girona, Lleida, Terrassa, Ourense, Gasteiz u Hondarribia) porque son las formas tradicionales en nuestra lengua, mientras que, en cualquier caso, utilizaremos las formas Puigcerdà o Basauri, que son las únicas utilizadas desde siempre.
    Lo anterior es, le digo a Zalabardo, la norma. Pero, como estoy harto de repetir, el uso va a su aire y, como se dice de los del Señor, sus caminos son inescrutables.

lunes, septiembre 19, 2011

                                                                                             Artificio de Juanelo

PALABRAS COMODÍN

    En un tiempo en que parece valorarse más que otra cosa la polivalencia (que algunos, erróneamente, llamarán versatilidad), deberíamos reconocer que tal polivalencia no se aviene demasiado con el lenguaje. Discutíamos hace unos días Zalabardo y yo acerca de si la pobreza léxica es algo de nuestros días o viene arrastrando desde tiempo atrás. La verdad es que, aunque nuestros criterios diferían alguna vez, en el fondo estábamos bastante de acuerdo. En un momento de la charla salió a relucir la expresión palabras comodín y él me preguntó qué quería indicar con ella. Y como yo suelo guardar muchos textos que pueden interesarme en algún momento, rebusqué entre mis recortes y saqué uno que le di a leer.
    Era un fragmento de una carta al director que enviaba a un periódico el excanciller mexicano y profesor de la Universidades de Nueva York y de la Autónoma Nacional de México Jorge Castañeda en donde podía leerse: Jamás le pedí dinero, ni me lo dio; jamás le pedí favores, ni me los hizo; jamás le pedí servicios o negocios, ni me los brindó. No hay duda de que la oración está construida con un absoluto cuidado del estilo. Se construye una correlación pedir-dar en la frase; pero así como en el primer elemento se repite siempre pedir, lo que aporta fuerza, en el segundo se ha escogido cada vez un verbo diferente, lo que aporta calidad, aparte de ser más apropiado: el dinero se da, pero el favor se hace o se concede, así como los servicios se brindan o se ofrecen.
    Si hubiésemos optado por valernos cada vez el verbo dar, no solo estaríamos escribiendo una frase estilísticamente defectuosa sino que estaríamos utilizando una palabra comodín, que es aquella que, de tanto emplearla en lugar de otras más precisas, acaba por vaciarse de significado.
    Y trato de ponerle un ejemplo tan fácil como el siguiente: si a un grupo de personas solicitamos que nos aclare qué es un berbiquí, un bisturí, un microscopio o la maquinaria que ideó Juanelo para subir las aguas del Tajo hasta la ciudad, observaremos que un elevado número de ellas contestará que cada palabra designa ‘algo o una cosa que sirve para…’. De esta manera, tenemos que algo y cosa se han convertido en palabras comodín, ya que cosa, por coger uno de los términos, tiene un significado excesivamente genérico y no define con precisión ninguno de los objetos que solicitamos.
    ¿Y es incorrecto emplear palabras comodín?, me ataja Zalabardo. Ni mucho menos, aunque sí debemos afirmar que se trata de un vicio y de que es síntoma de pobreza léxica y de estilo poco elegante; vicio, por otra parte, muy extendido en nuestros días.
    La pobreza léxica debe ser combatida y desterrada y nadie debería alcanzar los niveles universitarios en sus estudios adoleciendo de ella. Sin embargo, la realidad es que cada vez resulta más acentuada esta carencia de un léxico suficiente, no ya en universitarios, sino en profesionales de toda clase. Quiero recordar que hace años, aún ejercía yo mi función de profesor, era costumbre plantear a los alumnos que terminaban ya sus estudios medios y aspiraban a ser universitarios ejercicios de léxico como el que comento. Se les pedía que emparejasen las palabras utilizadas más arriba, por seguir con el mismo ejemplo, con estas otras: aparato, artificio, herramienta e instrumento. Con ello se les hacía pensar y tener en cuenta que no siempre los aparentes sinónimos son del todo equivalentes. Ignoro si se siguen practicando ejercicios de esta naturaleza.
    Y es que la maquinaria que inventó Juanelo es un artificio porque (cojo todas las definiciones del Diccionario de María Moliner) es ‘un dispositivo o procedimiento ingenioso o hábil para conseguir cierto efecto’; el berbiquí es una herramienta porque es ‘un objeto, generalmente de hierro, que sirve para realizar un trabajo manual’; el bisturí es un instrumento porque es ‘un objeto simple o formado por varias piezas, que se utiliza con las manos para ejecutar trabajos más delicados que los que se ejecutan con los útiles llamados herramientas’ y, por fin, el microscopio es un aparato porque es ‘un utensilio, de menor tamaño que los llamados máquinas, formado por diversas piezas ajustadas unas con otras, con o sin mecanismo’.
    El campo de las palabras comodín es muy vasto, le aclaro a Zalabardo, y se nos muestra cada vez que repetimos verbos excesivamente polisémicos (haber, hacer, tener, ser…) o sustantivos del tipo cosa, cuestión, tema y semejantes.
    La pobreza léxica se corrige, le digo, leyendo y, por supuesto, manejando los diferentes diccionarios de que podemos valernos. También hay otros libros que nos ayudan en la tarea. Uno de ellos es el Manual de español correcto de Leonardo Gómez Torrego. En el volumen segundo, en el capítulo sobre cuestiones de estilo, hallamos algunas páginas con consejos útiles. En ellas podemos ver ejemplos como los que siguen: que mejor que hacer una película es rodarla, que las preguntas se formulan mejor que se hacen, que si bien se puede hacer un daño, es más propio decir que se inflige, o que las faltas se cometen y las estatuas se esculpen en lugar de que hacerse. O que en lugar de decir tener un cargo o tener una actividad queda mejor decir que el cargo se desempeña y la actividad  se desarrolla. O que quien tiene una enfermedad la padece. Y así, quedaría mejor decir que una firma se estampa en lugar de se pone, igual que es mejor decir que corren rumores en lugar de hay rumores. Y, de esta misma forma, cuando asociamos decir a secreto, verdad, juicio, ideas, etc., queda mejor afirmar que los secretos se revelan, las verdades se manifiestan, en los juicios se declara o las ideas se exponen.
    Podría seguir dando ejemplos, pero Zalabardo dice que ya ha entendido bien qué sea una palabra comodín y que si bien lo poco se agradece, lo mucho empacha. Y como entiendo su indirecta, opto por callar, que en boca cerrada no entran moscas.

lunes, septiembre 12, 2011




BOCA A BOCA

    El verano, lo vemos por las temperaturas que padecemos, no ha concluido aún, pero me dice Zalabardo que ya está bien de descanso y que va siendo hora de que esta Agenda retome su ritmo habitual. Iniciamos por tanto, pues ya os he dicho que mis biorritmos funcionan así, el nuevo curso.
    Y puestos a ello, aprovecho que Zalabardo me planteaba hace unos días el hecho de que los hablantes abandonen unos giros o palabras y los sustituyan por otros que, a lo que parece, son menos correctos que los sustituidos sin que nadie haga nada. ¿No es posible —me decía—que la Academia, o quien sea, actúe de oficio y ponga las cosas en su sitio, restituyendo el giro repudiado por el uso? Zalabardo, que por lo común tiene las ideas muy claras, se hace en ocasiones un lío con cuestiones del lenguaje y me exige respuestas y soluciones que, a decir verdad, yo no soy capaz de ofrecerle. Al menos, tan meridianamente como él pretende.
    Trato de explicarle, recurriendo a la frase atribuida al torero Rafael Guerra, Guerrita, que lo que no pué sé no pué sé, y además es imposible. O sea, que el uso de la lengua es como un torrente impetuoso que baja por la ladera del monte y nadie puede alterar su curso por mucho que lo pretenda. ¿Y qué pasa, entonces? Cuando el uso impone una palabra o giro que consideramos “incorrecto” o “inadecuado” en lugar de otros que serían los “correctos”, pueden suceder dos cosas: que el nuevo uso fracase y las aguas vuelvan, solas, a su cauce; o que triunfe y, entonces, el agua abra otro ramal que baje paralelo al primitivo o, incluso, triunfe sobre él; si es así, no nos quede otra cosa que hacer sino aceptar los hechos.
    Procuro aclarárselo con un ejemplo que me parece adecuado: si nos preguntaran, diríamos que “siempre” (y fijaos que entrecomillo el siempre como hice antes con correcto e incorrecto) se ha dicho que divulgar algo de manera oral es una transmisión boca a boca. Sin embargo, nos encontramos con que hoy se está haciendo usual decir boca a oreja. ¿Qué es lo correcto?, se preguntarán muchos. Estuve tentado de preguntárselo a Zalabardo, pero no lo quise poner en el compromiso. Ante la duda, decido investigar un poco. Y lo que encuentro es lo que sigue:
    María Moliner recoge en su diccionario boca a boca con dos valores: ‘forma de respiración artificial’ y ‘transmisión oral de una información’. Manuel Seco, por su parte, la recoge igualmente con esos dos mismos sentidos. ¿Y el DRAE? Pues el DRAE, sencillamante, no la recoge; o, por mejor decir, la recoge con solo el primero de los dos significados aludidos, ‘dicho de la respiración artificial’. ¿Por qué? Pienso yo que, imagino, por la simple razón de que lo que el diccionario académico recoge para la segunda opción es otra expresión, de boca en boca, ‘dicho de propagarse una noticia, un rumor, una alabanza, etc., de unas personas a otras’, giro que Seco no recoge, pero sí Moliner, que aclara que se utiliza con andar, correr, pasar, transmitirse, etc. ¿Son dos expresiones diferentes y, por alguna razón, la primera se ha apropiado del significado de la segunda? ¿Es, por tanto, anterior de boca en boca y posterior boca a boca? No lo sé, ni creo que haga falta saberlo para lo que aquí interesa. Pero debo decir que me viene a la cabeza un fandango de El Cabrero que dice así: No critiques a mi copla / y apréndela tú también. / Que corra de boca en boca / pa que el pueblo sepa bien /quien lo engaña y quien lo explota. Y es preciso decir que, por lo común, el habla popular es más remisa a introducir cambios y, por ello, más respetuosa con los modos tradicionales y primitivos.
    ¿Y qué pasa con boca a oreja? No estoy seguro de lo que digo, pero creo haber leído en algún lugar que es un giro del catalán, que dispone de una forma bocaorella para expresar lo mismo. Estaríamos, pues, en el terreno de los préstamos y ya sabemos que este es un campo muy extenso sobre el que se podrían decir muchas cosas. Se suele decir, y yo lo he dicho varias veces en esta Agenda (le aclaro a Zalabardo), que nunca un préstamo debiera prevalecer si viene a sustituir a una forma clara de la que ya se dispone y se hace uso. Pero esa es la teoría y otra cosa diferente es el comportamiento lingüístico de los hablantes. Ya se sabe, eso del torrente que decía al principio.
    Zalabardo, que es tozudo, insiste: ¿pero qué es lo que debemos decir? Yo, que me veo precisado a tomar partido, le respondo que, por lo que a mí respecta, seguiré utilizando, indistintamente, de boca en boca, que quizá sea el giro primitivo, y boca a boca, pues los dos me parecen más naturales y espontáneos, mientras que boca a oreja me resulta más artificioso y producto de una moda pasajera (que, no obstante, podría triunfar).
    Ah, y respecto a lo que Zalabardo me dice de que nadie hace nada, debo decirle que eso no es verdad. Que la Academia (rae.es) procura llamar la atención sobre los usos inadecuados, al igual que la Fundación de español urgente (fundéu.es). Y, en caso de dudas, siempre nos podemos dirigir a cualquiera de las dos instituciones, que nos responderán con prontitud.