lunes, diciembre 19, 2011


AGUINALDO 

Aguinaldo, aguinaldo, vecina,
Que traigo una trompa mayor que una esquina.

                      (Villancico popular del Albaicín)

    Pasábamos hace unas cuantas mañanas, en nuestro diario paseo, por delante de una panadería cuando Zalabardo, parándose y sujetándome por el brazo, me dijo con una voz adornada de un cierto deje de misterio: ¿No echas nada en falta? Mi reacción inmediata no fue otra que la de palparme por todos los bolsillos tratando de averiguar qué podía haberme dejado atrás. Cuando me di por vencido y le pedí que me aclarara lo que para mí era un misterio, me respondió con un tono que reflejaba añoranza: el olor de los mantecados.
    Y los dos nos sumergimos en recuerdos de la infancia, allá en el pueblo. Cuando llegaban estos días cercanos a la Navidad, nuestras madres  reservaban turnos en las panaderías para, una vez que sus hornos habían cocido el pan del día, proceder a la elaboración de los mantecados. Entonces era costumbre que cada familia manufacturase, porque se hacían a mano, los suyos, ya que eso de comprarlos elaborados industrialmente en Estepa, Rute o Montoro es cosa relativamente moderna. Las calles, como digo, se saturaban de aroma a canela, a ajonjolí y a la manteca y al azúcar con que se hacían los mantecados. O del aroma de los pestiños.
    ¿Y el aguinaldo? ¿Quién pide ahora su aguinaldo como lo pedíamos nosotros? El aguinaldo, como bien leemos en el diccionario, es el pequeño regalo que se da en la Navidad o en la Epifanía. Los niños visitábamos por aquellos días las casas de abuelos, tíos y demás familiares con la esperanza de recibir el obligado aguinaldo. Pero no solo eso, sino que reunidos en grupos, recorríamos el pueblo de casa en casa cantando: Dame el aguinaldo, / dame los pestiños; / si no, no te canto / las coplas del Niño. La recompensa era, casi siempre, algún mantecado, pestiño, caramelo o cualquier otra chuchería. En Andalucía, no sé si hace falta decirlo, aguinaldo, en mi pueblo decíamos aguilando, era también villancico.
    Le comento a Zalabardo que no hay que atribularse por la pérdida de palabras o de costumbres. Que eso va con los tiempos (y ya hablábamos hace pocos días de eso de que cualquier tiempo pasado fue peor) y que es cosa de viejos intentar aferrarse a las cosas viejas. Aunque sintamos añoranza por ellas.
    Pero no siempre las viejas costumbres caen en el olvido y en el desuso. De nuestra niñez, le digo a Zalabardo, también recuerdo los coros de campanilleros. Los campanilleros nacieron, según creo, allá por el siglo XVII y eran grupos que acompañaban con sus cantos al rosario de la aurora, costumbre también ya desaparecida. Sin que yo sepa por qué, los campanilleros fueron adaptándose a la festividad navideña y a cantar villancicos. Eran grupos de 15 o 20 personas que acompañaban sus cánticos con colleras de campanillas (a modo de las que uncían los cuellos de las caballerías), y de ahí su nombre, el triángulo y el cántaro, cuya boca se golpeaba con una suela de alpargata; más tarde se le añadirían la guitarra, el laúd y la bandurria. Hace mucho que no veo un coro de campanilleros, por lo que ignoro si han desaparecido.
    Pero lo que no han desaparecido son las zambombas. La zambomba, aparte de ser un instrumento, una tinaja u orza cerrada por un lado con una piel y que suena frotando su carrizo, designa un tipo de fiesta navideña especial. La zambomba es una fiesta genuina de Jerez de la Frontera que pervive y goza de salud. La zambomba tiene su origen en los patios de vecinos y en los barrios populares, aunque hoy se ha extendido por toda la ciudad. Asociaciones de vecinos, peñas recreativas, restaurantes, establecimientos de todo tipo tienen su propia zambomba. La zambomba es un grupo, por lo general amplio, que se reúne para celebrar la Navidad y que interpreta canciones típicas de la época. En la zambomba no falta, por supuesto, el instrumento que le da nombre, a la que acompañan la pandereta, la sonaja de latillas, el almirez y la botella de aguardiente, que hay que frotar con una cuchara para que suene bien. Veo en Internet que este año, registradas, hay más de un centenar de zambombas. Eso es conservar una tradición.
    La zambomba es fiesta navideña intrínsecamente jerezana y aún se conserva. Los campanilleros es más de Sevilla. Lo que ya no me parece que pegue con la Navidad son las murgas que interpretan canciones carnavalescas, como las que vi actuando la otra noche en la Plaza de la Merced, aquí en Málaga.
    Pero así son las cosas, los tiempos cambian y las costumbres, a lo que parece, también. Y como estos días son para pasar en familia, Zalabardo y yo cerramos la Agenda hasta que pasen las fiestas. Muchas felicidades a todos.

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