lunes, diciembre 05, 2011


NI ELECTO NI IN PÉCTORE


    Ahora que ya parece haberse pasado la resaca de las últimas elecciones generales, llevamos varios días discutiendo, de forma sosegada, eso sí, porque creo que Zalabardo es la persona que menos se altera de cuantas conozco, acerca de la ingrata e injusta perversión del sistema electoral español. La perversión nace, le digo, de la aplicación de dos principios que, se diga lo que se diga, distorsionan todo el sistema: la ley D’Hont y la circunscripción provincial. Tal circunstancia supone un incalculable beneficio para los partidos mayoritarios y para los partidos nacionalistas, sobre todo, que se presentan en muy pocas circunscripciones, y un perjuicio no menos incalculable para el resto de los partidos. Aunque, si hablamos con propiedad, esos beneficios y esos perjuicios son muy fácilmente calculables, como veremos.
    Zalabardo me pide que todo eso se lo diga un poco más en cristiano para que él pueda enterarse. Accedo y planteo la primera cuestión: ¿Alguien cree que en España se cumple escrupulosamente eso de una persona un voto y que todos los votos valen por igual? Pues está equivocado. Segunda cuestión: ¿Qué cuesta cada escaño conseguido por los diferentes partidos en las últimas elecciones? De acuerdo a nuestro sistema, el resultado es el siguiente: al PP, cada escaño le ha costado 58.230 votos; al PSOE, 63.248 (aunque su único escaño por Soria le haya costado solo 16.058); a CiU, 63.253; al PNV, 64.703; a Amaiur, 47.661. Frente a estos datos, es para indignarse que a IU cada escaño le haya costado 152.487 votos y a UPyD la friolera de 230.000, es decir, casi tantos votos como el total obtenido por Amaiur. Si al partido de Rosa Díez se le hubiera aplicado el mismo criterio que a la coalición vasca (que ha obtenido 7 escaños), sus 5 escaños serían en realidad 34; o si al partido encabezado por Cayo Lara no se le hubiese aplicado la ley D’Hont, tendría ahora 25 diputados en lugar de 11.
    ¿Alguien cree que no es necesario modificar nuestra ley electoral? Se entiende, por los datos, que determinados partidos no estén dispuestos, pese a su flagrante injusticia. Me insinúa Zalabardo que, si eso es así, dedique uno de estos apuntes al tema. Le respondo que no me considero nada experto como para ello y que, además, el pasado martes El País incluía un artículo de Gabriela Cañas al respecto: Díez y Duran antes que los banqueros. El enlace es: http://www.elpais.com/articulo/opinion/Duran/banqueros/elpepuopi/20111129elpepiopi_5/Tes .
    Siendo así, continúa él, no entiendo a santo de qué llevas escrito todo lo anterior. Trato de justificarme y le contesto que, aunque no haya resistido la tentación de caer en ese dilatado exordio, mi intención era tratar otro asunto y a él voy sin dilación. Resulta que desde la noche misma del pasado 20 de noviembre he encontrado en varios medios noticias y análisis referentes a los resultados que hablan de Rajoy como presidente electo, las más de las veces, o incluso algún caso como presidente in péctore. Y la cuestión es que, a día de hoy, sin que se haya producido el debate de investidura, Mariano Rajoy no es ni una cosa ni la otra.
    La razón es que electo es un adjetivo que se señala a la ‘persona elegida para una dignidad o empleo, mientras no toma posesión’. Y, en nuestro sistema, lo que hacemos los ciudadanos es elegir a los integrantes del Congreso y del Senado. Luego, el rey entablará conversaciones con los cabezas de las candidaturas y, de ahí, saldrá una propuesta que, una vez constituido el Congreso de los diputados, será votada. Hasta tanto eso suceda, Rajoy no es sino diputado electo y nada más, aunque no nos quepan dudas de que va a ser el próximo presidente.
    De esa seguridad, que nos otorgan los resultados electorales, se deriva que tampoco pueda ser considerado presidente in péctore. In péctore es una locución latina (literalmente significa ‘en el pecho’) nacida en el seno de la Iglesia Católica que se utiliza para referirse a un nombramiento por parte del papa (que este guarda en su pecho) cuando el nombre del elegido no ha sido aún hecho público. Como la explicación que da el Diccionario Panhispánico de Dudas de dicha locución no me resultaba satisfactoria, he elevado la pertinente consulta a la RAE, que me contesta que "esta locución latina siempre implica cierto secreto, por lo que solo se podría emplear si aún no hubiera trascendido la noticia de que él será el elegido para tal cargo", lo que no sucede en este caso, porque todos sabemos que Rajoy será el elegido para tal función.
    Zalabardo se me queda mirando y me suelta con retintín qué mano tengo yo con la RAE para que me atiendan así como así. Le digo que no tengo ninguna. Que, simplemente, sucede que en su página web encontramos un enlace con el Departamento de consultas lingüísticas en el que, con suma rapidez, aclaran las dudas que cualquier persona plantee.

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