lunes, diciembre 12, 2011

TODO A CIEN    

    Hace unos días que he concluido de leer Libertad, la última novela del norteamericano Jonathan Franzen. Hacía tiempo que no leía a ningún autor nuevo de esta nacionalidad y he recordado cuando, siendo muy joven, cayó en mis manos un ejemplar, no sé ahora si de Ediciones G.P. o de Libros Plaza, de La comedia humana, novela de Saroyan; a ella se unirían, no mucho después, La perla, de John Steinbeck y El viejo y el mar, de Hemingway; las tres son novelas que impresionaron mi mente adolescente. Luego vendrían otras lecturas, de las que destaco, por encima de las demás, Las uvas de la ira, de Steinbeck. Son muchos los autores y títulos que conforman la novela norteamericana en los últimos cien años (Melville, Faulkner, Updike, Kerouac y muchos más se unen a los citados). La lectura de Franzen me ha hecho volver a ellos hasta el punto de que estoy releyendo Manhattan Transfer, de Dos Passos, que tanto influyó en La colmena de Cela.
    Leyendo el relato de Dos Passos, en una edición ya antigua, he podido reparar en el mayor cuidado que hoy se pone en las traducciones. Parece que ahora los traductores manejan mejor criterio sobre cuál deba ser su actitud para acercar a los lectores un texto inicialmente escrito en otra lengua. Por citar un ejemplo muy simple, leía, en la novela de Franzen, que la protagonista compraba algo en un todo a cien. No creo que haya nadie que ignore que un todo a cien es una tienda en la que se venden toda clase de artículos, desde productos de limpieza hasta juguetes, a precios reducidos y supongo que tal tipo de bazares existirán en todos los países del mundo; solo que en los Estados Unidos, por eso de la novela que menciono, se les llama tienda de dólar (dollar store).
    Pero, aparte de lo que de anecdótico tenga el detalle, le digo a Zalabardo que la expresión me ha traído a la cabeza otras cuestiones relacionadas con el léxico, concretamente dos. La primera nos remite a lo que la Nueva Gramática de la RAE llama expresiones lexicalizadas y la Ortografía expresiones complejas. Ambas denominaciones señalan grupos de palabras que funcionan como una sola pieza léxica, es decir, como una palabra. Son los casos de sofá cama, cama nido y tantas así. Unas veces, estas expresiones habrán de ser tratadas como sustantivos (caso de pastelillo de gloria), pero otras serán adjetivos (de la piel de Judas), preposiciones (al son de), adverbios (a carta cabal) e incluso verbos (poner el grito en el cielo). Que estas expresiones son una sola palabra lo vemos en el hecho de que muchas de ellas han terminado fundiéndose en una sola forma (camposanto, bajorrelieve, medioambiente, metomentodo, nomeolvides, etc.)
    De estas expresiones llama también la atención la particularidad de que, si bien muchas veces su significado equivale a la suma de los elementos componentes, otras muchas el significado no tiene nada que ver con el de las palabras simples que la forman. Nada que decir, por ejemplo, de sofá cama, de casa cuartel o de hombre rana. Cualquiera sabe a qué nos referimos con ellas. ¿Pero qué pensaría que sean, quien no conozca las expresiones, los guisos que llamamos ropa vieja u olla podrida (sobre la que Covarrubias, hablando del origen del tal nombre, da una curiosa explicación) o el pastel que conocemos como brazo de gitano, por no citar el mueble que lleva por nombre galán de noche o la flor conocida como don diego de noche? Zalabardo me interrumpe para decirme que el brazo de gitano sabe lo que es, y que bien que le gusta, y que también conoce el don diego de noche, pero que lo de la olla podrida no le huele muy bien que digamos. Entonces yo, recordando mi costumbre de cuando era profesor y un alumno me planteaba una pregunta de léxico, le pido que consulte el diccionario, que para eso está.
    La otra cuestión que me ha venido a la cabeza cuando he visto lo de todo a cien apunta a lo que llamamos cambios semánticos, que explican por qué y cómo unas palabras pasan a significar algo diferente de lo que antes eran. Porque hay que saber que el todo a cien se llama así de cuando nuestra moneda era la peseta y el valor de referencia de dichas tiendas era la moneda de cien pesetas. Pero aquel tiempo pasó y un buen día nos encontramos con que nos impusieron a los europeos la moneda única y el euro se convirtió en la divisa. ¿Qué pasó entonces con los establecimientos de precios reducidos? Algunos modificaron sus rótulos y quisieron adaptarse a la modernidad poniendo en ellos: Artículos a 0,60, 1 y 2 €. Pero, para la gente común, que somos la mayoría, eso era demasiado y hemos preferido seguir diciendo lo que habíamos dicho siempre: todo a cien. Aunque la referencia fuese ahora otra.
    El cambio semántico explica que a los automóviles sigamos llamándolos coches, que en el origen no eran sino los carruajes. Sin entrar en profundidades y complejidades, le explico a Zalabardo que los cambios semánticos se producen, básicamente, por una restricción del significado primitivo (así, el latín vota, ‘votos’, pasó a ser bodas, que son unos votos concretos); por una extensión del significado (vándalo pasó a significar, también, destructor); o por un desplazamiento, como pasa en las metáforas (Góngora llama cítara de plumas a un pájaro).
    Y como me parece que me he dejado llevar un poco por datos eruditos, le digo a Zalabardo que quiero terminar con un ejemplo curioso de cambio. En la Edad Media, había en las casas un aposento pequeño que servía de recogimiento personal y para recibir a las visitas íntimas. Su nombre era retrete, proveniente del catalán retret, que significaba ‘retraído’. Cuando alguien decidió destinar un lugar de la casa para la letrina, pensó que este pequeño habitáculo era el más adecuado (por razón de espacio), y así ha sido hasta hoy. Zalabardo se echa a reír al oír esta historia. Es un bendito, pues le pasa igual que a mis antiguos alumnos. Por eso este era un recurso que yo empleaba para qué recordasen qué era eso del cambio semántico.

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