lunes, marzo 19, 2012


OTRO REFRÁN: EL DEL BOTICARIO, SU OJO Y LA PEDRADA

    No hace mucho que dediqué un apunte a un refrán del Quijote con el que no pretendía sino mostrar mis dudas sobre la “clara sabiduría” de los refranes españoles. Decía allí que hay algunos que resultan en verdad oscuros, bien por su dificultad intrínseca, bien por la dificultad para señalar su origen y razón de lo que enuncian. En aquel apunte, además de analizar uno de los muchos que aparecen en la novela cervantina, dejaba para posterior ocasión el análisis de aquel afirma que algo viene como pedrada en ojo de boticario.
    Bastantes años atrás, aún era corta mi experiencia docente, planteé con mis alumnos realizar una especie de experiencia a partes iguales lingüística, etnográfica y folclórica: recopilar en el entorno de sus familias refranes y romances tradicionales. Vaya por delante que el trabajo fue todo un éxito por el abundante y valioso material recogido. Conocedor Zalabardo de su existencia, me pide que se lo muestre y pasamos un buen rato leyéndolos. Y, claro, me encuentro con algunos que avalan esta dificultad que denuncio en muchos de los romances. El paso del tiempo y el desconocimiento de su origen es, probablemente, la causa de los problemas que hoy nos plantean. Tengo algunos que ya utilizó el mismo Marqués de Santillana y que mal que bien, pueden entenderse (Del mal pagador, siquiera en pajas o Yo que me callo, piedras apaño). Hay uno, Agua marzal, hambre y mortandad, que no es más que una variante de otro muy clásico perteneciente al grupo de los que podríamos llamar refranes meteorológicos y que afirma, en su versión más original, que Pascua marzal, hambre, guerra o mortandad, porque da a entender que cuando el Domingo de Ramos cae en el mes de marzo es presagio de mal año. Algo parecido se dice de los febreros bisiestos. Por cierto que encuentro uno que afirma que Seco marzo, lluvioso mayo; falta nos haría que esto fuera verdad y que también fuese lluvioso abril después del seco invierno que venimos soportando. Pero hay uno sobre el que no he encontrado nada pese a haber buscado y que no acierto a interpretar: Que la parta mi hijo y que la queme mi nuera.
    Y vamos con el que da pie a este apunte: Como pedrada en ojo de boticario. El Diccionario de Autoridades de 1726 dice que es una frase vulgar que se usa para expresar que una cosa viene muy a propósito de lo que se está tratando, interpretación que se viene repitiendo desde entonces sin entrar en su porqué. Lo más que encuentro es que en el origen debería ser como pedrada en ojo de vicario, pero que por resultar tal cosa irreverente debió cambiarse vicario por boticario.
    Tal explicación, digo a Zalabardo, no convence, al menos a mí, por el sencillo hecho de que hay una realidad que es el ojo de boticario, como veremos a continuación. Hay, además, otra tesis que mantiene que el refrán actúa por antífrasis pues si una pedrada en el ojo de boticario es algo negativo, ¿por qué lo aplicaríamos a lo que sale de acuerdo con nuestro interés y propósito? La antífrasis, por si alguien no lo sabe, es una figura retórica con la que se sugiere lo contrario de lo que aparentemente se dice.
    Pero vayamos con el ojo de boticario. ¿Qué es tal ojo? El ojo de boticario es, en las farmacias tradicionales, un espacio preferente de las estanterías y bien protegido donde se guardan los remedios más preciados del establecimiento (los cordiales, por lo que a este lugar se le llama también cordialera). En algunos lugares no se trata de un espacio sino de un elemento exento de la estantería, un mueble, como bien se puede ver en el bello ejemplo conservado en la farmacia del Museo del Palacio de la Casa Ducal de Medinaceli. Por supuesto, una pedrada en el ojo de boticario causa un gran perjuicio; pero, ¿por qué eso va a derivar en beneficio para alguien?
    Le digo a Zalabardo que yo tengo una teoría propia. Me surgió cuando pensaba que, frente a lo que comúnmente se repite, el ojo de boticario no es tan solo esa cordialera que se cita en todos los diccionarios, esa estantería o mueble contenedores de los estupefacientes y medicamentos de alto precio. Quien lea el comentario que alguien, siento que no haya dejado su nombre, hizo al apunte sobre el trómpogelas podrá saberlo. Y es que el ojo de boticario es, también, ¿o lo era ya antes?, una especie de damajuana (¿cuánto tiempo llevaba sin oír esta palabra?), una redoma de vidrio llena de agua coloreada de azul, verde o rojo (según se utilizase un colorante u otro). Este recipiente, que funcionaba como una verdadera lente gran angular, se colocaba estratégicamente sobre el mostrador de forma que permitía al boticario vigilar desde la rebotica quién entraba y salía del establecimiento. En este caso, una pedrada que rompiese el ojo entorpecía de verdad la vigilancia, y beneficiaba a quien quisiese entrar o salir sin ser visto. Si fuese así, no necesitaríamos hablar de antífrasis ni nada de eso. La cuestión, si acaso, sería elucidar qué ojo de boticario fue anterior, la cordialera o el recipiente de agua coloreada.
    Observo que Zalabardo permanece pensativo y sin decir nada frente a lo que es su costumbre cuando le expongo una interpretación de este tipo. Está serio, abstraído, ensimismado. Hasta que parece despertar de su letargo y dice con voz misteriosa: Yo tengo otra teoría. Ahora, quien parece no reaccionar soy yo, aunque me repongo y le pido que me la exponga. Has buscado, comienza a hablar, investigando sobre dos de los elementos claves del refrán: ojo y boticario. ¿Y qué me pretendes decir con eso?, pregunto. Y él responde: que has olvidado la tercera de las tres palabras que en la sentencia hay: pedrada. En verdad, no doy crédito a lo que oigo. Zalabardo, que me ve escéptico, se limita a levantarse y coger el segundo volumen del Diccionario de uso de doña María Moliner.
    Me lo da abierto por el artículo pedrada y me pide que lea las acepciones 5 y 6, a lo que obedezco de inmediato: 5. Lazo que se ponían las mujeres en un lado de la cabeza. 6. Adorno de cinta con que se sujetaba levantada el ala del sombrero de los soldados. Además, observo que doña María Moliner sitúa aquí precisamente el refrán: venir una cosa inesperada como pedrada en ojo de boticario. ‘Venir con mucha oportunidad o cuando era muy necesitada’. Cierro el volumen y miro a Zalabardo. Mi buen amigo se limita a decir: Tampoco en este caso tendríamos que recurrir a la antífrasis y no habría que romper nada, lo que ya es ventaja en los tiempos que corren. Sea lo que sea ese ojo de boticario, no cabe duda de que quedaría bien con el añadido de cualquier aderezo. Según eso, lo que a mí me ha acontecido me viene de perlas, como la pedrada en el ojo de boticario.
    No sé cómo responder a Zalabardo. He tratado de encontrar alguna imagen de esta pedrada, pero no la encuentro. De todas formas, ¿por qué su interpretación va a valer menos que la mía? Si alguien tuviera algo que añadir, aquí lo esperamos.

2 comentarios:

Maria Elena Schlesinger dijo...

Sobre ojos de boticario, adjunto mi columna ssabatina, de historia cotidiana, en Guatemala, CA.

Me parecieron muy interesante sus observaciones.
Saludos desde la tierra de los volcanes,Guatemala

Maria Elena Schlesinger


http://www.elperiodico.com.gt/es/20120623/lacolumna/214032/

Juan Andrés Gaitán dijo...

Que la parta mi hijo y la queme mi nuera.
Se refiere a la leña de higuera,mala para cortar y que da un humo desagradable al quemar.