lunes, abril 09, 2012


¿ES POSIBLE DECIR NO?

    Hace unos días, el escritor alemán Günter Grass (1927), premio Nobel de Literatura en 1999 y premio Príncipe de Asturias de las Letras en el mismo año, publicó un poema titulado Lo que hay que decir, en el que critica duramente a Israel y pide a Occidente que presione al Gobierno de Tel Aviv para que deje de lado su amenaza de utilizar la fuerza contra Irán.  Si alguien no lo ha leído, yo le aconsejaría que lo hiciera (www.internacional.elpais.com/internacional/2012/04/03/actualidad/1333466515_731955.html). Una ola de condenas se ha levantado contra él no solo en su propio país sino en muchas partes por ese poema; y, lo que es peor, el primer argumento que se ha esgrimido en su contra ha sido el de su juvenil pertenencia a la Waffen-SS. Nunca él negó dicha pertenencia y en su autobiografía Pelando la cebolla (2006) dejó clara muestra del lastre que ello ha supuesto en su vida: la afirmación de mi ignorancia no podía disimular mi conciencia de haber estado integrado en un sistema que planificó, organizó y llevó a cabo el exterminio de millones de seres humanos. Aunque pudiera convencerme de no haber tenido una culpa activa, siempre quedaba un resto, que hasta hoy no se ha borrado, y que con demasiada frecuencia se llama responsabilidad compartida. Viviré con ella los años que me queden, eso es seguro.
    Zalabardo me pide que repare en cómo los humanos cargamos las tintas sobre los errores de nuestros semejantes tanto como propendemos a minusvalorar las muestras de arrepentimiento que den por ellos. Le pregunto entonces si cree que una persona ha de quedar marcada por siempre con el estigma de sus equivocaciones del pasado; y más si ha dado prueba más que suficiente de su pesar. Me pide, además, que piense eso de quién podrá tirar la primera piedra. Le digo que, a mi juicio, tengo la impresión de que el Günter Grass maduro es una persona de cuyo compromiso con la política, con el arte, con la literatura o con los derechos humanos poco se puede dudar. Aun así, él es bien consciente de la losa que no se le permite descargar de sus espaldas y lo dice en unos versos de su poema: ¿Por qué he callado hasta ahora? / Porque creía que mi origen, / marcado por un estigma imborrable, / me prohibía atribuir ese hecho, como evidente, / al país de Israel, al que estoy unido y quiero seguir estándolo.
    Pero ha podido más en él un sentido de justicia y la necesidad de proclamar la verdad, aunque duela a otros, y ha lanzado su denuncia a los cuatro vientos. Pero un breve repaso a la historia nos muestra que a los poetas (Grass ha enunciado su crítica en forma de poema) siempre se les ha querido forzar a dejar ciertos asuntos molestos y de-dicarse a otras cosas. Claro, que son muchos los poetas que se han rebelado contra esta exigencia de silencio. Y el primero del que me acuerdo ahora, Francisco de Quevedo, fue el autor de estas duras palabras (y hubo de pagar por ello) que arrojó en pleno rostro al hombre más poderoso de su época: No he de callar, por más que con el dedo, / ya tocando la boca, o ya la frente, / silencio avises, o amenaces miedo. / ¿No ha de haber un espíritu valiente? / ¿Siempre se ha de sentir lo que se dice? / ¿Nunca se ha de decir lo que se siente?
    Ya más cerca de nosotros Gabriel Celaya definiría la poesía como arma cargada de futuro y escribió: Maldigo la poesía concebida como un lujo / cultural por los neutrales / que, lavándose las manos, se desentienden y evaden. Un poco más arriba, en el mismo poema, había afirmado: Porque vivimos a golpes, porque apenas si nos dejan / decir que somos quien somos / nuestros cantares no pueden ser sin pecado un adorno.
     Y aunque había poetas, nunca han faltado, que se escondían dentro de una dura concha esteticista y allí permanecían ajenos a lo que acontecía a su alrededor, había otros a los que un ansia de denuncia política de un sistema social hipócrita y opresor, hasta la humillación, del hombre, les impulsaba a gritar lo que muchos callaban. Jaime Gil de Biedma fue uno de ellos y de él pudimos leer: Por lo visto es posible declararse hombre. / Por lo visto es posible decir NO. / De una vez y en la calle, de una vez, por todos / y por todas las veces que no pudimos. Porque, en algunos sitios y en algunos lugares era peligroso decir determinadas cosas.
    Algunos lograron hacer llegar su voz muy lejos. Pablo Neruda, Premio Nobel de Literatura en 1971 y de quien se dijo que ningún poeta del hemisferio occidental de su siglo admitía comparación con él, también sintió esta punzada en el estómago que le impedía estar callado y escribió un poema titulado Que no, que nunca, en el que gritaba: Fuera de aquí la hiena y el escualo! / Que no maten los malos a los buenos, / ni tampoco los buenos a los malos. / Soy un poeta sin ningún precepto / pero digo, sin lástima y sin pena: / no hay asesino bueno en mi concepto. Y aquellos que lo alabaron por escribir versos como, por ejemplo, Puedo escribir los versos más tristes esta noche, o Quítame el pan, si quieres, / quítame el aire, pero / no me quites tu risa, se escandalizaron y dijeron con desprecio que la política no es asunto de poetas.
    De esta opinión, le aclaro a Zalabardo, de la que mantiene que el poeta es un artista que no debe sobrepasar nunca unos límites, ya fue consciente también Bertolt Brecht que, resistiéndose a mantener silencio en determinadas cuestiones, acuñó aquella expresión de Malos tiempos para la lírica, título de un poema que terminaba así: En mí combaten / el entusiasmo por el manzano en flor / y el horror por los discursos del pintor de brocha gorda. / Pero solo esto último / me impulsa a escribir.
    Si esto no fuera así, si se ahogara la voz del poeta, tal vez pudiera suceder que tuviésemos que descubrir horrorizados, como descubrió Neruda en Madrid, que una mañana todo estaba ardiendo / y una mañana las hogueras / salían de la tierra / devorando seres, / y desde entonces fuego, / pólvora desde entonces, / y desde entonces sangre.
    Por todo esto, pido que leáis despacio, y hasta el final, el poema de Grass; después, que cada uno decida por sí mismo qué palabras parecen más razonables, las de quienes ahora lo censuran o las del poeta que defiende que hay que decir / lo que mañana podría ser demasiado tarde.

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