domingo, enero 27, 2013

¿Y A QUIÉN CULPAMOS?

            Zalabardo, que sabe muy bien qué cebo ponerme para que pique en el anzuelo de lo que le interesa, me pregunta, como quien no quiere la cosa, si tengo opinión formada en torno a la llamada Ley Wert y su propósito de acabar con el fracaso escolar.
            Los resultados de las pruebas PIRLS y TIMSS que evalúan el sistema educativo en niveles de primaria (semejantes a las pruebas PISA para secundaria), también nos dejan en mal lugar. Nuestros alumnos de cuarto de primaria obtienen unos resultados no ya por debajo de los de la Unión Europea, sino muy por debajo de toda la OCDE, en lengua, matemáticas y ciencias. Vamos, que nos encontramos en el furgón de cola.
            Mientras los datos fríos son los que son, y ahí están para quien quiera verlos, la realidad nuestra es que andamos enzarzados en si se da la asignatura Ciudadanía o no, en si hay más o menos atención a la materia religiosa en los currículos o en si se les conceden más o menos horas al catalán y a las demás lenguas vernáculas. Y si, como consecuencia de la crisis, se hace preciso meter la tijera, quitamos profesores, suprimimos la paga extraordinaria a los que queden y rebajamos las asignaciones a los centros. Ya sé que la educación no es la única pagana de esta historia de la crisis, pero no olvidemos que es uno de los pilares sobre los que debiera sustentarse la sociedad y por eso tendría que ser intocable. Es difícil salir del pozo, pero con educación y formación se saldrá antes.
            A todo esto, a los políticos que han emprendido obras tan faraónicas como inútiles (aeropuertos sin aviones, carreteras por las que no transitan automóviles, puentes que no conducen a ninguna parte, ciudades de la cultura sin ciudadanos que les den vida, etc., etc.), o simplemente aquellos que por las buenas, sin excusa de tipo alguno, se lucran por la cara gracias a sus cargos, siguen en sus cargos, sin que nadie los toque y sin que se les caiga la cara de vergüenza.
            Con la misma intención que el ministro Wert, otros homólogos suyos, sin encomendarse a Dios ni al diablo, han venido promoviendo, tan solo desde 1985 (es decir, desde hace menos de treinta años) reformas legislativas que, dijeron en su momento, significarían la panacea de nuestro sistema educativo y acabarían para siempre con el fracaso escolar. El resultado lo tenemos a la vista. Y es que desde la fecha que digo, 1985, han sido cinco las reformas educativas impulsadas, que ya está bien: en 1985 fue la LODE; en 1990, la LOGSE; en 2002, la LOCE; en 2006, la LOE; y ahora, a caballo entre 2012 y 2013, la LOMCE.  Una reforma cada cinco años. Para volverse loco. Pregunto a Zalabardo si se acuerda de la Ley Moyano, aquella que, elaborada en 1885 fue fundamento del sistema educativo español durante más de cien años, hasta la Ley General de Educación de 1970. Le aclaro que no planteo si aquella fue mejor o peor que las que siguieron; lo que quiero decir es que una reforma educativa requiere un tiempo para consolidarse y demostrar si fue o no acertada.
            ¿Y cómo debería ser esa reforma para que funcionase?, me pregunta mi amigo y ahí sí que me pilla. Es posible que yo no sepa cuál debiera ser esa reforma, aunque tengo atisbos de cómo no debiera ser. Por ejemplo, se debería iniciar su diseño abandonando cualquier actitud partidista y adoptando solo el interés nacional. Piénsese que se trata de formar buenas personas y buenos profesionales, no prosélitos. Un sistema educativo debe estar siempre muy por encima del partido en el poder. Un sistema educativo debería buscar, en sus primeros niveles, que los alumnos aprendan bien los instrumentos básicos para el aprendizaje posterior: que sepan leer con soltura y que comprendan lo que leen; que escriban con adecuado estilo; que se inicien en el dominio de otros idiomas; que dispongan de una base aritmética suficiente y que se les proporcione un adecuado conocimiento del mundo en que viven. Un sistema educativo debe, en fin, disponer de los recursos económicos necesarios. Si no, todo quedará en aguas de borrajas.
            ¿Y a quién culpamos de que todo esté como está?, insiste Zalabardo. Y le recuerdo una carta que hace poco dirigía a la prensa David Rabadà, del ASPEPC, un sindicato catalán de profesores de enseñanza secundaria. Como me parece que lo que decía era interesante, reproduzco parte de la misma:
            ¿Qué por qué actualmente nuestros estudiantes suspenden más? Pues simplemente porque estudian menos. ¿Cómo resolver entonces el fracaso escolar vigente? Primero hay que evitar los pedagogos y teóricos que alejados de las aulas redactaron una LOGSE, una LOCE, una LOE y ahora una LOMCE que hacen imposible el correcto desarrollo de la actividad docente.
            Es muy importante el ambiente de orden, silencio y concentración para facilitar la memorización y la comprensión de conceptos; las rutinas en clase y en casa de trabajo, estudio y descanso; los maestros con excelentes conocimientos en su especialidad y con un dominio rico, elegante y preciso de los idiomas oficiales; y, por último, mucho esfuerzo aprendido, enseñado y adquirido ya desde primaria.
            Sugiero a Zalabardo que, como punto de partida, no me parece nada mal. Si a eso le sumamos paciencia para que el sistema cuaje, tampoco me quejaría. Y mientras, que los partidos hagan proselitismo e impartan ideología en sus sedes y en los foros adecuados y que la Iglesia catequice en sus templos. Lo demás, se nos dará por añadidura.

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