miércoles, agosto 14, 2013

EL CAMINO PORTUGUÉS 2013.Y 4: MISCELÁNEA



            Antonio. En el Camino portugués no se encuentra uno con mucha gente. En eso no es comparable al francés. Aun así, no faltan ocasiones para conocer personas e intercambiar vivencias. Como Luis y Carmela, el matrimonio de Fuengirola, que hace el Camino cada año desde que hace cinco se les murió un hijo. O como las chicas de Valencia a las que hallamos en un bar de Orbenlle (dos de ellas) preocupadas porque una tercera compañera se había perdido. Al final resultó que las estaba esperando en un área de descanso cincuenta metros más adelante. O como Giulia (¿o era Gina?), la italiana a la que, en Redondela, ayudamos a buscas una farmacia para atender sus llagados pies. O como Antonio, el portugués que conocimos en Padrón y que contaba, al borde del agotamiento, que peregrinaba desde Roma siguiendo la costa, primero la mediterránea y luego la atlántica. Mostraba, orgulloso, todas sus credenciales selladas y un pequeño cuaderno con fechas, saludos de ánimo, direcciones y nombres. Caía ya el día, pero decía que necesitaba llegar a Santiago aquella misma noche. A la mañana siguiente, a la altura de A Escravitude, vimos como alguien, desde lejos, en una fuente, nos llamaba con gestos vivos. Era Antonio. Empleé el zoom de la cámara. La foto salió movida, pero os la muestro. Nos acercamos extrañados de verlo aún por allí. El cansancio y el calor, nos confesó, lo habían rendido y durmió en un lavadero de la parroquia de Tarrío, sobre una manta que le dejó  una buena mujer para evitar la dureza del suelo. Desayunamos juntos y hablamos. Llevaba tres meses andando a una media de cuarenta kilómetros. Un cálculo rápido nos permitió deducir que había recorrido más de 3500.

            Cela y Rosalía. A Padrón entramos rodeándola, siguiendo el curso del Sar, Viendo sus aguas, pensé antes en Rosalía que en Cela. Los dos parecen disputarse la representación de su pueblo, pero casi todo muestra la diferencia de sus caracteres. Aunque ambos, cada uno en un extremo, presiden con sendas estatuas el Paseo del Espolón, la de ella es de granito, como su tierra; la de él, de bronce. A Rosalía se le dedica una pequeña calle en el casco antiguo; Cela se apropia de un largo tramo, con el nombre pomposo de avenida, de la carretera de Santiago. La casa-museo de Rosalía está en las afueras, apartada del bullicio; la Fundación Cela se levanta, imponente, frente a la antigua Colegiata de Iria Flavia, paso obligado y en cuyo cementerio reposa. Después de ducharnos y descansar salimos a comer. Gente del lugar nos aconsejó, “si queríamos comer bien, barato y comida casera”, ir a O Paraíso, cerca de la Plaza de Macías. Allí fuimos: pimientos de Padrón, tortilla de patatas, zorza y raxo. El pequeño local estaba vacío y pasamos la comida hablando con el dueño de todo lo divino y humano. En un momento, como el impertinente que pregunta a un niño si quiere más a papá o a mamá, solté si en el pueblo se apreciaba más a Cela o a Rosalía. No titubeó: “A Rosalía se la ama; dio nombre a Padrón. Cela, en cambio, fue un cabrón. ¿Alguien lo oyó alguna vez decir algo bueno de su pueblo? Y su Fundación no es sino una máquina de robar”. Cambié de tema y hablamos de lampreas. Por la tarde, cuando visitamos la iglesia de Santiago y cruzamos el puente sobre el Sar, recordé los versos de Rosalía:
¿Qué es soledad? Para llenar el mundo
basta a veces un solo pensamiento.
Por eso, hoy, hartos de belleza, encuentras
el puente, el río y el pinar desiertos.

            La bandera de Galicia. Una vez, le digo a Zalabardo, oí a Juan Ángel decir que la bandera de Galicia era un “error de diseño”, porque su banda azul representaba al río Miño y dicho río discurre de noreste a suroeste y no al revés como sucede en la enseña. Tenía curiosidad por conocer la opinión de los gallegos. Las respuestas fueron múltiples, aunque a todos extrañaba lo del Miño y casi nadie daba razón sobre los colores blanco y azul. En un bar, una camarera me dijo: “Mire usted, yo soy de pueblo y de esas cosas no entiendo”. Una encargada de una oficina de turismo contestó ingenuamente: “Eso lo estudié en la escuela, pero ahora no me acuerdo”. Un señor me dijo con aires de suficiencia: “El azul es la pureza”. En el ayuntamiento de Porriño reconocieron: “La verdad es que no lo sabemos, pero si nos deja su dirección, haremos la consulta y le contestaremos”. Recibí la respuesta. Me remitían a una página de Internet en que se habla de que la bandera de Galicia la diseñaron gallegos emigrados a Cuba y que el poeta Castelao fue quien primero relacionó la banda azul con el Miño; pero de la historia y significado de los colores no se dice nada.

            Gastronomía. Toda caminata pide, después, una buena comida. José María Bocanegra nos había recomendado la marisquería Romasa, de Arcade. Las nécoras, las navajas, las gambas y las cigalas, exquisitas. Sin embargo, con las ostras no nos atrevimos. Como tampoco nos atrevimos en otros lugares con las lampreas. En Pontevedra, el pulpo que preparan (en plena calle) en Ruzo está de muerte. Si se va a Finisterre, se debe visitar, en la playa de Langosteira, Tira do Cordel. Algo más caro, pero un día es un día. En Rua de Francos, en pleno camino y en lugar tan pequeño, sorprende un local como O Carboeiro. En Santiago es conocida A Taberna do Bispo, pero esta vez optamos por O gato negro, que también tiene fama, en la rúa da Raíña. Su aspecto (yo diría que es una tasca) engaña, pero la calidad y el precio son inmejorables y explican su éxito. No hay más que ver mi cara a la salida. En Galicia se come bien.

           A chave. No quisiera terminar sin mencionar un juego que conocimos en El Espolón, de Padrón. Se llama a chave. Se parece, es un decir, a nuestra rana, aunque en vez de rana, es una especie de veleta (en otros sitios una lengua de hierro) a la que hay que acertar con unos discos o pellos, también de hierro. Los que jugaban, hay competiciones, se quejaban de que se está perdiendo. Como tantas otras cosas.
            Y por este año se acabó. Volvimos cansados, pero felices. Pero ya hemos descansado. 


 

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