domingo, abril 06, 2014

GR-249. CAMINOS



¿Adónde el camino irá? (Antonio Machado)
Desea que tu camino sea largo (Constantinos Kavafis)

            Joseph Townsend abre su Viaje por España en la época de Carlos iii, publicado en 1791, con una serie de consejos para viajar por España. Entresaco algunos: …Debe poseer una buena constitución física y llevar consigo dos buenos criados, cartas de crédito y una buena recomendación para las mejores familias […]. Uno de los criados debe ser español y el otro suizo […] y alguno de los dos tiene que estar familiarizado con la cocina […], un perfecto conocimiento del territorio […], capacidad para obtener una provisión de vino, pan y carne […]. Para su propio transporte, el de sus criados y el del equipaje deberá procurarse tres mulas […]. Su equipaje deberá incluir sábanas, un colchón, una manta, un edredón, un mantel, cuchillos, tenedores, cucharas y un recipiente de cobre donde pueda cocer la comida
            Zalabardo, tras mantener durante unos instantes un gesto de estupefacción, me dice que, de todo ello, lo que no acaba de entender es que un criado tenga que ser suizo. Le contesto que tampoco lo entiendo yo.
            El libro de Townsend, como los de tantos viajeros de entonces, son documentos valiosísimos para conocer cómo era nuestro país, y cómo nos veían aquellos forasteros que se atrevían a transitar por nuestros abruptos caminos allá por los siglos xviii y xix.  Pier Edmond Boissier, Wilhelm von Humboldt, William Jacob, Francis Carter, Théophile Gautier o James Meyrick han sido fuentes inestimables en las que documentarme para determinados episodios de mi novela Goede Hoop. La última travesía del Buena Esperanza. Concretamente, el viaje del protagonista desde Marbella a Málaga, atravesando Sierra Blanca por el Puerto de Ojén, el camino común en la época, sigue bastante fielmente el que realizó Carter.
            Hoy se viaja de otra manera. Por supuesto, menos romántica y cargados con menos impedimenta que la descrita por Townsend. Aparte, está el senderismo, forma de combinar ejercicio, (hasta el límite que uno quiera imponerse), aventura (no tanta) y disfrute de la naturaleza y el paisaje obviando la incoherente urgencia de la carretera y la velocidad de los automóviles. ¿Cómo puede presumir de haber visto la hoz de Beteta quien no ha hecho otra cosa que circular por la carretera que une Beteta con Puente Vadillos, pongo por caso? ¿Cuánto mejor es hacerlo con un buen calzado y una mochila no excesivamente cargada? El Paseo Botánico que se inicia en la Fuente de los Tilos, la Represa de los Tilos, las Cuevas de Armentero y de la Ramera, el Sumidero de Mata Asnos… Nada de eso es posible verlo desde el cómodo asiento de un automóvil.

           No voy a decir, le aclaro a Zalabardo, que yo sea un andarín que no tenga límites. La edad los va poniendo, aparte de que nunca he sido otra cosa que un amante de la naturaleza libre y sin contaminar. Alguna vez he soñado (¿qué senderista no?) patearme el GR-7, no ya en su tramo español, sino la totalidad que forma con el E-4. Este gran recorrido, unos 10000 kilómetros, va desde Tarifa hasta la isla de Creta. Pero, lo confieso sin rubor, soy más de PR (pequeños recorridos) y SL (senderos locales).



           Recientemente, la Diputación de Málaga ha habilitado y señalizado el GR-249, Gran Senda de Málaga. Es un recorrido que circunda la provincia, sobre 700 kilómetros, dividido en unas 30 etapas. Algunas son muy cómodas, aptas para cualquier persona, aunque no esté acostumbrada a andar. Otras son más duras (verdaderamente duras). A veces comento con Zalabardo que los malagueños no somos demasiado conscientes del áspero relieve de nuestra provincia. No tiene mucho que envidiar a otras que tienen fama suelo escarpado. Este GR-249 está, salvo en algunos lugares concretos, bastante bien balizado para evitar extravíos. Utiliza antiguas cañadas, caminos reales y viejas veredas que se iban perdiendo. Solo le pongo a esta Gran Senda una pega. Creo que la Diputación, que ha gastado tanto empeño en ella, ha descuidado la información a las autoridades locales: la Policía Local de Cómpeta o de Nerja, la Guardia Civil de Torrox (cito solo estos ejemplos) desconocen la existencia de esta Senda. Otra “peguilla”: alguna baliza creo que no está convenientemente colocada y cuesta verla.
            De  esta Gran Senda, poco a poco voy recorriendo algunas etapas. Por lo pronto, me he recorrido toda la costa desde Benalmádena a Nerja, la Senda del Guadalhorce, los tramos Málaga-Alhaurín de la Torre, Fuentepiedra-Campillos, Alcaucín-Canillas de Aceituno y otros que ahora no recuerdo.

           Pero son muchos más los caminos que he pateado. Aquí y en otros lugares. Que recuerde con especial cariño y emoción, el Camino de Santiago (parte del Francés y  parte del Portugués); la Garganta del Cares, el Cañón de Río Lobos, el Desfiladero de las Xanas, desde Santu Adrianu a Pedroveya (allí, recuerdo, anduvimos medio perdidos, en medio de una fuerte lluvia y embarrados hasta casi las rodillas, aunque nos repusimos disfrutando de una buena fabada en Casa Genoveva, bajo un hórreo); la subida al Veleta y al Trevenque, a la Boca de la Pescá (bajando la cual nos sorprendió la niebla y una fuerte granizada); los Parques de Cazorla, Ordesa o Monfragüe; la subida a Bulnes desde Poncebos; las rutas de los nacimientos de los ríos Cuervo, Guadalquivir, Mundo o Alhorí; la subida a las Fuentes del Duero desde la Laguna Negra. En la Reserva de Muniellos, cuando bajábamos del Picu Cabrón (¿por qué será ese nombre?), en un caluroso día de julio, un guía que llevaba un grupo de turistas de edad ya avanzada, casi como ahora la mía, que iban ya echando los bofes, nos rogó que no les aclarásemos lo que aún quedaba. Decía: “que se me van a volver y perderé mi ganancia de hoy”.
            ¿Por qué hablo de estos lugares ahora y los amontono de manera tan dispar? Tal vez sea, le confieso a Zalabardo, porque me asalta la nostalgia de aquellos días en que, con la mochila al hombro, un buen bastón con el que ayudarse en las cuestas, unos bocadillos y unas latas de cerveza, más los recomendables frutos secos que ayudan a reponer energías, parecía que uno se iba a comer el mundo. Un sorbo de agua cristalina en un arroyo o la contemplación de un atardecer, ayudaban a olvidar el cansancio.
            Los años, ya, no permiten las caminatas y esfuerzos de antes. Pero el consuelo es que, sea cual sea la edad, siempre hay un camino por el que uno puede avanzar. Hasta que el cuerpo aguante.


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