domingo, junio 01, 2014

QUÉ BIEN ME SUENA TU NOMBRE



            Conscientes los dos de la importancia que tienen los nombres, debatía con Zalabardo si titular así este apunte, por el verso de Francisco Moreno Galván en las bamberas que canta Menese o llamarlo El cansado de su nombre, recordando una de las firmas empleadas por Juan Ramón Jiménez en una de aquellas crisis que lo asaltaban y que le hacían sentirse hastiado hasta de su propio nombre.
            Nuestra charla surgió de la lectura una noticia curiosa: los habitantes de un pueblo burgalés, Castrillo de Matajudíos, han decidido mediante referendo modificar su denominación por la de Castrillo de Mota de Judíos. Entiendo que estuviesen hartos de cargar con fama de antisemitismo pese a insistir una vez y otra en que el nombre ahora proscrito no respondía a una realidad sino al error de un descuidado escribano. El argumento tiene toda la lógica del mundo. Yo mismo he conocido una experiencia parecida. Mientras escribía mi novela Goede Hoop. La última travesía del Buena Esperanza, basada en un acontecimiento real, el naufragio en 1823 de un buque holandés en Marbella, tuve auténticos problemas para hallar datos sobre el protagonista. El expediente manuscrito que me inspiraba, iniciado por un escribano de Marbella y rematado por otro de Málaga, llama al capitán del barco, cada vez que lo cita, Juan Jacobo (así, en español) Wygens. El consulado holandés me aclaró que Juan Jacobo debería responder a una forma Johan (o Johannes) Jacobus. Pero no había forma de hallar noticia de dicha persona. La casualidad vino a demostrar que el nombre de ese marino (así lo he comprobado luego en varios archivos) era en realidad Jan Jacobs Wijchers. O sea, que los escribanos lo rebautizaron, sin que pueda tener constancia del motivo.
            En la historia del pueblo burgalés sucedió algo semejante. Parece, el hecho es confuso y lejano, que del cercano Castrojeriz fueron expulsados, allá por el siglo xi, un grupo de judíos que se asentaron en una colina próxima y llamaron al lugar Castrillo de Mota de Judíos. Perfectamente creíble, pues mota significa, precisamente, ‘eminencia de poca altura en un llano’. El descuido del despistado escribano, ya a principios del xvii, convirtió un nombre normal en otro deshonroso, Matajudíos. Y ahí nació la mala fama del pueblo. Hace años, trataron de modificar el nombre por el de Castrillo de Cabezón (cabezo es palabra que designa lo mismo que mota). Ignoro qué lo impidió, pero este nuevo intento ha sido el exitoso.
            Que los nombres son importantes nadie lo duda. Hay pueblos que aguantan carros y carretas a causa de su topónimo (Malcocinado, Villapene, Venta de Pantalones, Cotillas, Rodrigatos de la Obispalía, Salsipuedes…). Algunos, en algún momento, han optado por cambiar de nombre para huir de las bromas de los pueblos colindantes. Así, que Zalabardo y yo sepamos, en la provincia de Salamanca Pocilgas se ha convertido en Buenavista, Arroyopuerco en San Miguel de Robledo, Barba del Puerco en Puerto Seguro o Villar del Puerco en Villar de Argañón.
            Con las personas pasa otro tanto. Detrás de muchos nombres, o de sus significados, hay historias de todo tipo. De María, uno de los más comunes, leemos en algunos lugares que significa ‘la elegida’, ‘la amada por Dios’, debido a que así se llamaba la madre de Jesucristo. Sin embargo, es un nombre misterioso para el que se sostienen cientos de etimologías. Una de las más creíbles es la que le atribuye un origen egipcio (la primera María conocida es hermana de Moisés) y relaciona su significado con el mar: ‘mirra del mar’, ‘señora del mar’, etc. Covarrubias, en su Tesoro de la Lengua Castellana o Española, parece sumarse a esta interpretación. José, otro nombre bien frecuente, significa ‘Dios añada’ y su origen queda bien explicado en la historia de Raquel, esposa de Jacob, que lo concibió a edad muy avanzada. Se deriva del verbo hebreo iasaf, ‘añadir’. En el Génesis leemos al respecto que cuando supo de su embarazo exclamó: “Dios ha quitado mi afrenta”. Y lo llamó José, pues dijo: “que me añada Yavé otro hijo”.
            Javier, por su parte, es nombre vasco, y procede de etxe berri, ‘casa nueva’. Mi propio nombre es griego y significa ‘resucitado’. En España, durante mucho tiempo, prevaleció la costumbre de tomar como referencia el santoral y poner a los niños el nombre del santo del día en que nacían, lo que dejaba en manos del azar una cuestión importante. Ello provocó que haya multitud de nombres sorprendentes: Prepedigna, Afrodisia, Burgundófora, Edesia, Walfrido, Espiridión, Hierónides, Batuilda, LeysCela, escritor con especial humor para buscar nombres a personajes de sus novelas hace aparecer en La colmena individuos llamados Cojoncio, Tesifonte, Exuperio, Consorcio, Obdulio o Leoncio. Algunos reniegan de su nombre. Pero hay un pueblo burgalés, Huerta del Rey, en el que alguna que otra vez se han celebrado reuniones de personas con nombres curiosos. Eso es tomarse las cosas, o el nombre, con humor.
            Lo que me parece extravagante, si no ridícula, es la moda más actual de endilgar a los pobres infantes nombres como Dayana (que no es sino Diana), Neymar (parece que ya hay unos 40 en nuestro país), Kevin Costner o Shakira (que portan, en nuestro país, más de seiscientas niñas). Por fortuna, parece que los nombres más comunes en nuestro tiempo son los de Alejandro, Daniel, Lucía, Pablo o Paula.
            Cuestión aparte es la de los hipocorísticos, forma abreviada, familiar o eufemística de los nombres. Pero  como eso nos ocuparía más espacio, dejo aquí solo dos curiosidades. ¿Por qué a José se le llama Pepe? Una tradición piadosa, que muchos niegan, defiende que es porque en los textos religiosos, al aludir a San José, se añadía P.P., es decir ‘padre putativo’ de Cristo. No menos piadosa es la teoría que mantiene que a Francisco se le llama Paco porque a San Francisco de Asís se le consideraba, en la orden que fundó, Pater Comunitas, de donde se obtuvo el acrónimo Paco. Más enrevesada es la versión que sostiene que, siendo un acrónimo, procede de Poverello d’Assisi, Casto e Obbediente. Parecen rebuscadas las explicaciones. ¿Pero por qué también se les llama Curro o Pancho a los Francisco? Ya digo, los hipocorísticos son un mundo especial. A lo mejor otro día les metemos mano.
                Sin que tenga que ver con esto, quiero aclarar algo que quedó en el aire en el apunte anterior. Me sugiere uno de mis hermanos, latinista fiable, que, ajustándose a la costumbre de bastantes estelas funerarias romanas de indicar quién la sufragaba mediante la fórmula [nombre] P(ecunia) S(ua) P(osuit), 'Fulano puso (esta estela) con su dinero', y dado que res significa también 'fortuna, propiedades', L.R.P. podría significar L(ucius) R(e) P(osuit), 'Lucio la puso con su dinero'. Tiene su lógica, ¿no creéis? Gracias por la ayuda.

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