domingo, noviembre 09, 2014

HISTORIAS DE PALABRAS: RODILLA E HINOJO



            Haciendo honor a nuestra edad, Zalabardo y yo hablamos bastantes veces más del pasado que del futuro. El pasado es la nostalgia de lo que fuimos; el presente es un continuo agradecer lo que aún se nos da, casi de prestado; el futuro, en cambio, ya no es la esperanza que alimentábamos en otros tiempos, sino más bien la certeza de que la Parca, caprichosa, cortará en cualquier momento el fino hilo que aún nos mantiene unidos a la vida.
            En fin, que ocupamos parte de nuestros paseos en contarnos “batallitas”: de la niñez, de los guateques de nuestra juventud, de la mili, de nuestros primeros trabajos… Evocamos los libros que leíamos, las películas que veíamos, los discos que escuchábamos. Y nos alegró coincidir en nuestra afición hacia la música italiana de los años 60 y 70. Zalabardo citó un nombre, Gianni Morandi; yo añadí una canción, In ginocchio da te, De rodillas ante ti. Como tantas veces, mi deformación profesional, mi afición por la filología, me forzó a lanzarle una de esas preguntas que él considera pedantes: “Oye”, le dije, “¿tú sabes por qué decimos rodilla y no hinojo?”
            Zalabardo me contestó un tanto desabrido: “¡Y yo qué carajo sé!” Me extrañó su actitud, pues Zalabardo suele ser muy comedido en sus palabras. Pero fingí no haberlo oído y, aunque él no quisiera, decidí explicárselo con todo lujo de detalles. Puede que alguien se plantee qué diantres me lleva a formularle a mi amigo tal pregunta. Aun así, persisto en mi empeño. Resulta que, en latín, rodilla se dice genu. Esta palabra, o su diminutivo genŭcŭlu, son las que aún perduran por todo el dominio románico (fr. genou; it. ginocchio; port. joelho; cat. genoll; rum. genunchi; gall. xeonllo). Menos en castellano, que, como si fuésemos la oveja negra del romanismo, decimos rodilla.

            Sin embargo, en un principio, el castellano siguió igual comportamiento que sus lenguas hermanas y decía hinojo. Hay ejemplos de sobra: En la edición de 1260 que Alfonso x preparó del Evangelio de San Lucas leemos: e quando vio a Ihesu Christo finco los inoios antel erogol… (cuando vio a Jesucristo se puso de rodillas ante él y le rogó…); en el capítulo xxv del libro vi de la General Estoria, del mismo Alfonso x, se lee: et Yo, pues que fue en las riberas daquel rio, baxosse e finco los ynoios en la ribera… (e Ío, cuando estuvo en las orillas de aquel río, se bajó e hincó las rodillas en la orilla…). Y si nos vamos al Cantar de Mío Cid, nos encontramos: llegó a Santa María,  luego descabalga / fincó los inojos, de corazón rogaba (vv. 32-33); o en el verso 2034: Hinojos fitos, las manos le besó (Hincado de rodillas, le besó las manos). No creo que hagan falta más ejemplos. Las variantes hinojo, ynoio, inojo, etc., se explican por la inseguridad fonética y la ausencia de regularidad ortográfica propia de la época.
            ¿Pero por qué se abandonó hinojo y se optó por rodilla? Vamos despacio. En el indoeuropeo primitivo se disponía de una raíz, dhē(i)-, ‘chupar, amamantar’, que dejó una larga serie de derivados, según se uniese con unos u otros sufijos. Repasemos solo algunos términos latinos con sus correspondientes españoles: fēmina, ‘que amamanta’, de donde salen femenino y hembra; fētus, ‘parto, cría’, origen de nuestro feto; fēcundus, ‘fértil’, base de fecundo; posiblemente haya que incluir filius, que deriva hacia nuestros hijo, hidalgo y feligrés; y, lo que nos interesa, fēnum, ‘que alimenta’, y su diminutivo fenŭcŭlum, de donde proceden heno e hinojo (que en las lenguas antes citadas es: fr., fenouil; it., finocchio; port., erva-doce; cat., fonoll; rum., chimen dulce y gall., herba-doce).

            Y ya la tenemos liada, pues tanto el diminutivo fenŭcŭlum, de fēnum, como  genŭcŭlum, de genu, vinieron a evolucionar, en castellano, hasta hinojo, que significaba tanto la ‘planta umbelífera’ como la ‘unión entre el muslo y la pierna’. Un caso de homonimia como tantos otros. Solo que esta vez, sin que se sepa cómo, o sin que lo sepa yo, según le aclaro a Zalabardo, para evitarla, para lo segundo se comenzó a emplear rotella, diminutivo de rota, ‘rueda’ en lugar de genŭcŭlum; de ahí viene rodilla, que, curiosamente, en principio designaba solo la rótula, el hueso de la parte anterior de la articulación entre tibia y fémur, lo que tuvo como consecuencia, a su vez, que para este hueso se tuviera que echar mano del cultismo rotŭla.
            ¿Y qué pasó con hinojo, ‘rodilla’? Pues que tuvo mala suerte y se perdió casi del todo. Y digo casi del todo porque, aunque mucha gente no conozca de hinojo más que el significado que remite a la planta, son muchos también los que siguen empleando la locución de hinojos (así, en plural, nunca en singular), ‘de rodillas’, que más comúnmente aparece en la expresión postrarse de hinojos. Ya menos, pero muchísimos menos, son los que usan la locución hinojos fitos, ‘puesto de rodillas’, que es uno de los ejemplos recogidos del Cantar de Mío Cid que daba antes y a la que, sin que tampoco en este caso sepa por qué, el Diccionario de la Real Academia sigue acogiendo en sus páginas.

            Y para acabar, ofrezcamos una curiosidad. Del genu latino nos quedan como recuerdos genuflexión, ‘acción y efecto de doblar la rodilla’ y genuino, ‘auténtico, legítimo’, que, según leo, tal vez proceda del rito romano que levantar a un niño y colocarlo sobre las rodillas como muestra de que se lo reconocía como propio.
            Zalabardo me dice que ya, con tanta palabrería, le van doliendo las rodillas y hasta la cabeza. Y me propone que nos sentemos en alguna terraza a tomarnos una cerveza fresquita mientras recordamos a Gianni Morandi y su canción.


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