domingo, mayo 17, 2015

SOBRE MITOS Y TÓPICOS



            Hace unos días, asistimos a uno de Los lunes del Pimpi, tertulia con sabores y olores añejos muy diferente a las hoy más frecuentes. Ni a Zalabardo ni a mí nos gustan estas, por el enfado que nos provoca la tendencia a que el presentador se afane en usurpar el protagonismo que solo es debido al artista invitado.
            Se habló aquella tarde-noche de literatura clásica grecolatina, de poesía, de mitos y de tópicos. Entre otros muchos nombres, sonó el de Catulo, poeta latino cuyo conocimiento debo a las clases de Agustín García Calvo en la Universidad de Sevilla hace ya la friolera de cincuenta y un años.
            A la salida, Zalabardo, que en cuestión de estudios (inteligencia y conocimiento son otra cosa) no anda sobrado, me expuso sus dificultades para diferenciar mito y tópico. Le confieso que también a mí me entran dudas a veces porque entre uno y otro hay, siendo evidentes las diferencias, es posible encontrar algunos puntos de contacto. El mito, en principio, es un relato que trata de acercarnos y hacernos comprensible algo que la razón no acaba de aclararnos. Así, la creación, el diluvio universal, la historia de Moisés, son grandes mitos. El mito nace mezclado con un alto componente religioso que luego pierde. Cada cultura dice tener los suyos propios y como tales los valora. Pero un análisis desapasionado nos permite ver que determinados mitos son comunes a culturas bien diversas.
            El diluvio universal, por ejemplo, tendemos a situarlo en la tradición bíblica. Pero olvidamos que la Biblia se compuso en torno al año 1000 a.C. y que casi dos mil años antes había sido escrito el Poema de Gilgamesh, que recoge también la historia del diluvio y de Utnapishtim, el único hombre que se libró de él. Como también figura entre los mitos griegos. La historia de Moisés también es antigua. En una tablilla de arcilla, fechada dos mil años antes que el Éxodo, se cuenta que Sargón I de Akad fue concebido por una sacerdotisa que lo abandonó en un río, metido en una cesta de mimbre.
            Lo que ocurre es que entre mito y leyenda el límite es delgado y que el mito acaba contagiándose de literatura y deja de ser lo que fue. Pensemos en Amadís, fruto de los amores ilícitos entre Perión de Gaula y Elisenda de Bretaña, que fue abandonado en el mar y recogido por el caballero Gandales. Y en la historia de Jonás, arrojado al mar y devuelto a la tierra por una ballena. Y, aunque el ejemplo sea más rebuscado, le digo a Zalabardo que piense en el comienzo de Moby Dick, la novela de Melville: Llamadme Ismael, personaje recogido de un naufragio, recuperado de las aguas, que nos contará la historia. Según se ve, ya estamos mezclando mito y tópico.
            El tópico, en cambio, es otra cosa. Carece de esa raíz religiosa y se incardina de lleno en la literatura. En la novela que ahora me tiene ocupado, el protagonista lo define como metáfora casual, expresión feliz que, a fuerza de ser repetida, deviene en lugar al que todos acuden. El tópico nunca intentará explicar un misterio. El mito, sí.
            Digo haber recordado a Catulo y aquel poema que se inicia: Passer, deliciae meae puellae, es decir, Gorrioncillo, razón de la felicidad de mi amada (las traducciones que doy son bastante libres), al que sigue otro poema sobre la muerte del mismo pájaro: tua nunc opera meae puellae flendo turgiduli rubent ocelli, que quiere decir, Ahora, por tu causa, los ojitos de mi amada enrojecen hinchados por el llanto.
            ¿Fue Catulo el primero en utilizar el tema del pájaro que alegra a la dama y, luego, causa su pena al morir? La verdad es que no lo sé, pero poemas dedicados al regalo de un pájaro a la amada y llanto por la muerte del ave los encontramos en Ovidio, Estacio y Marcial, que yo sepa. Pero, para no ocupar mucho espacio, hagamos una elipsis y saltemos en el tiempo: ¿qué se cuenta en el bellísimo Romance del prisionero (Que por mayo era por mayo…) sino el dolor de un recluso cuya única alegría era el canto de una avecilla que, un mal día, abatió un cazador? El llanto por la muerte de un pájaro que antes nos alegró es, ni más ni menos, un tópico.
            ¿Habrá un tópico más repetido que el de la vida como camino? Gilgamesh, el primer libro del que tenemos noticia, escrito en tablillas de arcilla, cuenta el largo viaje del rey de Uruk para buscar el secreto de la inmortalidad y salvar a su amigo Enkidu. ¿No es también la Odisea la historia de un larguísimo caminar (o navegar, que viene a ser lo mismo)? En mi novela, el protagonista parte de la idea de que, en ese caminar que es la vida, no puede haber vuelta atrás. Que nadie puede pretender que lo que dejamos a nuestras espaldas sea recuperado tal como lo dejamos. Por eso fue inútil el viaje de Gilgamesh; por eso, Ulises no debería haber regresado. ¿Cómo osamos esperar que la impedimenta, las personas, el hogar que abandonamos un día, nos espere como si nada hubiese pasado?

           El camino, la vida como camino, es un tópico que encontramos en la literatura con mil matices distintos. Lo trató Berceo para exponernos una verdad simple (somos romeros que un camino andamos). Dante situó su magna obra en el centro mismo de su existencia (In mezzo del cammin di nostra vita). Manrique busca el consuelo tras la muerte de su padre (este mundo es el camino para el otro). Lope de Vega, teatral, crea la intriga al desear evitarlo (sombras le avisaron que no saliese, y le aconsejaron que no se fuese). Machado se conturba ante lo desconocido (¿Adónde el camino irá?). Kavafis pide retardar el final (desea que tu camino sea largo). Lorca, fatalista, augura el trágico final (aunque sepa los caminos, yo nunca llegaré a Córdoba). Incluso en la tradición no grecolatina tenemos una relativamente reciente novela cuya lectura nos acongoja: La carretera, de Cormac McCarthy.
            ¿Quién crea, entonces, los tópicos?, me pregunta Zalabardo. Me arriesgo a contestarle aquello de Manuel Machado acerca de la copla: Hasta que el pueblo las canta / las coplas coplas no son. / Y cuando las canta el pueblo, / ya nadie sabe su autor. Eso es lo que pasa con el tópico. Indudablemente, alguien fue el primero en utilizar esa feliz metáfora, pero el tiempo ha ido convirtiéndola en bien común, en moneda corriente (Con pan y vino se anda el camino, Arrieritos somos y en el camino nos encontraremos…). El mito es más complicado.


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