sábado, junio 27, 2015

SUBSAHARIANOS Y HONESTOS


Subsahariano. Foto de El País

            Vaya por delante, me pide Zalabardo que lo recuerde, que este será el último apunte de la Agenda durante el verano, como viene siendo costumbre. Así que, antes de entrar en faena, deseamos a todos unas agradables vacaciones.
            Y vamos al turrón. Ya en 1991, o sea, hace casi un cuarto de siglo, don Fernando Lázaro Carreter escribía: Los idiomas no se enriquecen solo incorporando palabras para nombrar conceptos nuevos, sino también, y muy especialmente, afinando en la nitidez inequívoca de su léxico, trabajándolo para que permita diferenciar lo que siendo próximo, no es idéntico.
            La frase, le digo a Zalabardo, debería estar enmarcada y colgada en lugar bien visible en todas las redacciones de los periódicos y televisiones de nuestro país y en todos y cada uno de los despachos de tantos y tantos capitostes de ministerios, delegaciones oficiales, centros educativos, etc., etc., de los que no dejan de salir escritos merecedores, por lo menos, de pasar por el purgatorio antes de que se hagan públicos.
            Sufrimos una plaga de nuevos términos, no siempre merecedores de ser acogidos. Pero no es cosa que importe tanto. Don Quijote decía a Sancho en el cap. xliii de la segunda parte: el uso los irá introduciendo con el tiempo, que con facilidad se entiendan; y esto es enriquecer la lengua, sobre quien tiene poder el vulgo y el uso. Pero eso no impide que debamos ser respetuosos con nuestra lengua y, por desgracia, no siempre lo somos.
            Ahí es donde voy y la razón del título del apunte. La segunda parte del texto de Lázaro Carreter deja más al descubierto nuestras vergüenzas. Porque al tiempo que abrazamos con efusividad términos nuevos, despreciamos y descuidamos los que hay hasta niveles que provocan sonrojo.
Tyden Burrell a los 5 años. Foto de Martin Schoeller (NG). Afroamericano. Su documentación dice birracial.
            Por ejemplo, ¿qué es eso de subsaharianos y honestos? Con ello quiero dejar claro que no cumplimos ese consejo de Lázaro Carreter que nos pide afinar la nitidez inequívoca del léxico y diferenciar lo que, siendo próximo, no es idéntico. ¿Debería preocuparnos la raza de las personas hasta el punto de volcar esta preocupación sobre la lengua? Creo que no, pero… La dichosa norma de la corrección política en el hablar nos deja con frecuencia descolocados, hasta el punto de que acabamos por no saber ni lo que decimos. En los Estados Unidos, un día, dieron en pensar que usar el adjetivo negro referido a personas era ofensivo. Y surgió afroamericano, término del que habría mucho que hablar. Porque un americano hijo de surafricano blanco y americana rubia de Dakota (o al revés) podría reclamar para sí dicho adjetivo con todo derecho, ya que no todos los africanos son negros. Pero lo cierto es que si decimos afroamericano pensamos de inmediato en un negro americano descendiente de los antiguos esclavos traídos de África.
            Decir negro nos provoca un repelús que no existe cuando decimos blanco. ¿Pudiera alguien sentirse ofendido si se le llamara blanco? Habría que analizar el contexto. ¿Debemos, entonces, decir caucásicos? La cuestión es que, al final, tanto afroamericano como negro o como blanco, podrían convertirse en términos ofensivos.
Helen Zille, Gob. de la Prov. Occid. del Cabo. Subsahariana
            ¿Y qué pasa con subsahariano? Que levante la mano quien, al oír palabra no piensa en un negro que procede de África y que pretende entrar en Europa de matute. Luego decir subsahariano equivale a decir negro. No obstante, si lo pensamos un poco, concluiremos en que subsahariano es todo africano nacido al sur del Sáhara, por lo que, vuelvo a lo de antes, a un surafricano o un rodesiano descendientes de los antiguos colonizadores también les cuadra el adjetivo, aunque no se lo apliquemos.
            Ya que disponemos de norteamericano, centroamericano y suramericano (o sudamericano) para catalogar a los habitantes del continente americano, ¿no podríamos usar norteafricano, centroafricano y surafricano (o sudafricano) para hacer lo mismo con los africanos?
            Porque, le digo a Zalabardo, ser negro, o blanco, o amarillo, o cobrizo son meras casualidades que no deberían importarnos al mirar a una persona.
            Y vamos con la segunda parte. Los adjetivos honesto y honrado pueden, en determinados contextos, ser equivalentes. Pero, vuelvo a Lázaro Carreter, ¿por qué no afinamos la nitidez inequívoca del léxico? Si acudimos a nuestros diccionarios más clásicos, vemos que el Diccionario de Autoridades, de 1734, dice de honesto: Lo que es en sí bueno, decente, permitido y honroso. Modesto y virtuoso: y, generalmente, casto. Razonable y justo; dícese particularmente cuando se trata del precio de una cosa. En cambio, de honrado dice: Lo que está ejecutado con lustre y honor. Que obra conforme a sus obligaciones y cumple con su palabra.
 
Percy Montgomery. Nacido en Namibia. Jugador de rugby. Subsahariano
          
Hay significados y contextos que los hacen, a ambos, muy parecidos. Pero, en nuestra lengua, honesto remite básicamente a lo púdico y decente, a la castidad, mientras que honrado remite a la probidad e integridad.
            Y, sin embargo, hemos hecho un batiburrillo con los dos, pues casi hemos eliminado el empleo de honrado y lo que pedimos a un político, a un responsable de una empresa, etc., es que sea honesto. Todo, por contagio del inglés, donde honest equivale a nuestro clásico honrado. ¿No sería mejor, pregunto a Zalabardo, pedir a nuestros políticos que sean honrados y que dejemos su vida sexual a un lado? Porque, ¿de qué me vale que un gobernante sea casto, púdico y virtuoso, que eso es honesto, si luego no cumple con la probidad e integridad que el puesto le exige, que eso es la honradez?
            Así pues, vuelvo al título, si un subsahariano (sea cual sea el color de su piel) nos llega buscando una vida mejor, no les cerremos las puertas. Pidámosle, si queremos pedir algo, que sea honrado, pero dejemos a un lado su honestidad.
           

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