domingo, noviembre 01, 2015

NO ES UNA SERPIENTE, ES KING KONG



Portada del libro de A. de Torquemada

            Estamos, ahora parece que sí, en otoño; se acabó, pues el verano. En otros tiempos, durante el periodo estival, la prensa tenía poco que contar, parecía que todo tomaba un descanso. Como tenían que salir cada día, y con el número de páginas precisas, los diarios publicaban informaciones inverosímiles, muchas de ellas inventadas. Noticias sin relevancia, de escaso interés, pero que entretenían al personal. Se les llamaba serpientes de verano. Ignoro dónde surgió la expresión, pero he en varios lugares que procede de la fabulosa serpiente del lago Ness (Nessie), a la que se recurría casi de manera invariable. También daban juego los avistamientos de ovnis o los descubrimientos más estrambóticos imaginable.
            Se diría que esa costumbre va decayendo. Ahora, por desgracia, hasta los veranos están llenos de noticias, de mayor o menor impacto, pero, lamentablemente, reales. Los últimos meses no nos han proporcionado las habituales serpientes, aunque hubiese sido preferible. En su lugar, el corazón se nos encogía con el problema de Grecia y la duda de si saldría o no de la UE y del euro; con la dolorosa situación de los refugiados que buscan asilo en Europa y a los que cuesta dar acogida; con el órdago antidemocrático del dudosamente honorable Mas, que pretende tapar sus corruptas vergüenzas con la convocatoria de unas elecciones que nadie sabía si eran autonómicas, plebiscitarias sobre la independencia o qué y que nos tiene metidos en un preocupante litigio.
            Pero, en estos, surgió un tema que tenía todas las trazas que caracterizan a una serpiente de verano. No sé quién ni dónde salió pregonando que los orígenes de King Kong hay que buscarlos en España. King Kong, película de 1933 que admiro y me gusta ver con frecuencia, no es sino una versión de La bella y la bestia, cuento o leyenda repetido en mil versiones, que esconde sus raíces en el folclore tradicional europeo y que, según algunos, se remonta hasta la historia de Cupido y Psique.
            Pero he aquí que lo que la prensa divulgó este verano sobre el origen de Kong es que la historia del gran simio que se enamoraba de una bella joven ya aparecía relatada en las páginas de Jardín de flores curiosas, del español Antonio de Torquemada, publicado en 1570. He estado buscando el libro y he hallado una edición de 1575. Internet nos concede hoy unas posibilidades que en mi juventud no hubiese imaginado. Le digo a Zalabardo que prefiero no comentar nada sobre el asunto y limitarme a reproducir una copia, en un lenguaje actualizado, de la historia recogida por Torquemada en su libro:

Página en que se lee la historia.

            Una mujer cometió un delito por el que se la condenó a destierro en la llamada Isla de los Lagartos. La embarcaron en una nao que se dirigía a las Indias y, al pasar por sus cercanías, la dejaron en la orilla. La isla estaba ocupada en casi su totalidad por un monte cubierto de espesa vegetación. La pobre mujer, viéndose sola y desamparada, temerosa de que perdería la vida, dio grandes voces y pidió a Dios y a Nuestra Señora que la socorriesen en aquel trance. Atraídos por sus gritos, de la espesura del bosque salieron una gran cantidad de simios que le infundieron gran pavor.
            Entre estos simios venía uno mayor que los demás, tanto que, poniéndose de pie era tan grande como un hombre. Viéndola llorar y entendiendo el gran miedo que tenía y que no esperaba sino la muerte, se acercó a ella, la acarició y empezó a darle frutos y raíces con que pudiera alimentarse. Ella comprendió que era la forma de que ningún otro le haría daño. Por eso, se fue con ellos hacia la espesura del monte y allí se acogió en una cueva junto con el simio mayor. Todos los demás le traían continuamente productos con que alimentarse y agua con que calma su sed.
            Pasado un tiempo, el simio dio muestras de desearla. Ella, temiendo la muerte si oponía resistencia lo dejó hacer a su capricho. De esta manera, por dos veces llegó a quedar preñada y parió dos hijos que, según contó más tarde, hablaban y tenían uso de razón como personas normales.
            Al cabo de tres o cuatro años, una embarcación que volvía de las Indias, teniendo necesidad de agua, decidió acercarse a la isla para abastecerse. Un esquife llegó hasta la orilla con varios hombres. Los simios, se ocultaron; pero ella, al verlos, se les aproximó gritando y pidiendo que la socorriesen. Ellos la acogieron y la condujeron hasta la nave. Entonces, los simios salieron de sus escondites y el mayor de ellos, viendo que se la llevaban, se metió en el agua aunque no consiguió llegar hasta el barco y estuvo a punto de ahogarse.
            Pensando en la burla que de él habían hecho, regresó a la playa, cogió a uno de los hijos, se metió en el agua hasta donde pudo hacer pie y, después de sostener en alto al niño, lo arrojó a las aguas, donde lo dejó que se ahogara; luego hizo lo mismo con el segundo niño.
            Al llegar la nave a Portugal, los marineros entregaron a la mujer a las autoridades que, tras analizar el caso, condenaron a morir en la hoguera a la mujer por haber roto su destierro y haber tenido trato carnal con el simio. Pero enterado el Nuncio Apostólico del caso, después de considerar que cuanto había hecho era por defender su vida, hizo que la perdonasen y el castigo se redujese a vivir el resto de sus días en un monasterio, haciendo penitencia para merecer el perdón de sus pecados.
            ¿Conocerían Ruth Rose y James Ashomore Creelman, guionistas de la bella película de 1933, este relato? Zalabardo se limita a encogerse de hombros.

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