domingo, marzo 13, 2016

ELOGIO DE MIS LECTURAS (SIN OLVIDAR A LOS AMIGOS)



            Quien escribe correctamente muestra que ha disfrutado de una escolarización adecuada, que ha leído libros y que tiene ejercitada la mente. Gracias a esa gimnasia podemos acceder a estadios de razonamiento y cultura más elevados (Álex Grijelmo)


           En un tiempo en el que vivimos tan pendientes de las imágenes y en el que todo sucede con una celeridad que tanto a lo bueno como a lo malo se concede valor efímero, le digo a Zalabardo que desearía hoy hacer un elogio de la letra impresa, de los libros, que siempre están ahí esperándonos. En especial, deseo rendir homenaje a aquellos que han ido conformando mi manera de ser y mi manera de pensar.
            Creo que no sobra acompañar ese homenaje de una breve reflexión sobre unos hechos concretos que han tenido lugar entre octubre y hoy. He publicado una novela, No tendrías que haber vuelto, y he estado inmerso en actos de promoción de la misma. Concluida esa fase, procede realizar siquiera un somero análisis. Decía Antonio Machado que si un libro nuestro fuera una sombra de nosotros mismos, sería bastante; porque francamente es mucho menos: la ceniza de un fuego que se ha apagado y que tal vez no ha de encenderse más. No estoy del todo de acuerdo. Prefiero acogerme a un dicho muy popular: donde hubo fuego, rescoldo queda.

            Respecto a mi libro, lo primero que me obliga es la gratitud debida a cuantos de una forma u otra han estado a mi lado: José Francisco Martín Caparrós, Javier López y Pepe Guerrero me hicieron valiosas sugerencias durante la fase de corrección; Jesús Otaola y Librería Prometeo, publicaron la novela; José Francisco, además, me arropó en la presentación; Francisco Ruiz Noguera, poeta y profesor de la Universidad de Málaga, y Elena Picón García hicieron un exhaustivo y elogioso análisis en el acto que se le dedicó en el Centro Andaluz de las Letras. No repito sus generosas palabras por no parecer vanidoso. Solo quiero decir que lo que esta novela sea lo es también gracias a ellos. Hay más gente detrás en la que también pienso, pero no quiero hacer una lista que no se acabe.

            Le digo a Zalabardo que, siendo esto importante, hay algo que lo es tanto o más. Estoy agradecido de mis lecturas. A ellas debo cuanto escribo. Ser lector me ha hecho como soy. Me gustaría en este apunte acertar a reflejar con exactitud el poso que en mí han ido dejando. Claro está, en este reconocimiento hay que incluir a quienes me abrieron o me ayudaron en el camino: don Eduardo (me duele no recordar su apellido), mi maestro en primaria y el primero que me acercó al Quijote; don Bernardo Martín, que me preparó para el examen de ingreso; don Aniceto Gómez, mi profesor de literatura en el bachillerato. Y siguen más: don Manuel Alvar, de quien aprendí que si no podemos mejorar la lengua que hemos recibido, debemos procurar al menos no degradarla; o don Agustín García Calvo, de quien procede mi amor por los clásicos. 
            Con mi novela, he pretendido rendir homenaje a la tradición literaria, esa fuente a la que todos acudimos y de la que todos bebemos. Ella es la depositaria de nuestra cultura, que, según Vargas Llosa, puede ser experimento y reflexión, pensamiento y sueño, pasión y poesía y revisión crítica constante y profunda de todas nuestras certidumbres, convicciones, teorías y creencias. Pero que no puede apartarse de la vida real, de la vida verdadera.
             Cerrada, pues, una etapa, no queda sino abrir otras, continuar andando y no quedarse quieto; se lo advertía Auristela a Periandro en Los trabajos de Persiles y Segismunda: el camino que nos hemos puesto es largo, pero no hay ninguno que no se acabe, como no se le oponga la pereza y la ociosidad. Por eso ya estoy embarcado en otro proyecto, en otro viaje, en otro camino, para que no me venzan ni la pereza ni el ocio.
            Al escribir, al reconocer esta deuda con mis lecturas, que de eso se trata, no me planteo solo componer una historia que pueda atraer al lector; también quiero honrar la lengua en la que me expreso y ser respetuoso con ella. Don Juan Manuel, como introducción a los cuentos del Conde Lucanor, decía que había que componer un  libro de manera que a los que lo lean, si se deleitan con sus enseñanzas, será de provecho, y a los que, por el contrario, no las comprendan, al leerlo, atraídos por la dulzura de su estilo, no puedan tampoco dejar de leer lo provechoso que con ella se mezcla.

            Parece que el mundo de hoy pone todo su afán en la ciencia y la tecnología. Pero, sin despreciarlas, Vargas Llosa opina que las ciencias progresan aniquilando cuanto consideran viejo, anticuado y obsoleto; para ellas, el pasado es un cementerio. En cambio, continúa, las letras y las artes se renuevan, pero no aniquilan el pasado, sino que construyen sobre él, se alimentan de él y a la vez lo alimentan.
              Por eso hago mías las palabras de aquel socarrón fraile riojano, el primer escritor español que nos dejó su nombre: no soy tan loco como para inventarme lo que digo; lo que escribo lo podemos ver en  libros anteriores, esos que, a lo largo de los años, me han servido de alimento. A ellos me remito y os invito.



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