domingo, abril 10, 2016

ESO NO SE DICE… (II)



Oye la serenata,
que va a ser de mistó,
porque de la cabeza
me la he sacado yo.
(El barquillero, zarzuela de López Silva, Jackson Veyán y R. Chapí)

            Regreso de unos días de descanso en las Alpujarras (almeriense y granadina) y me encuentro con un apunte pendiente que no quiero dejar. Hablo con Zalabardo y trato de explicarle que hay que aceptar con toda naturalidad lo que conocemos como registros del habla, es decir, esas utilizaciones que cada hablante hace de los niveles de lengua, según la situación, la conveniencia o el conocimiento que de ella se tenga (culto, popular, técnico, vulgar…) Lo adecuado es que el hablante adapte su registro al propio del ambiente en que se halla. No se habla igual cuando se está entre amigos en un bar, cuando se imparte una conferencia, cuando se redacta una carta comercial, etc. Por eso, no considero desdoro que una dama distinguida, como dice Valera, haga uso de giros populares, e incluso vulgares, cuando el ambiente lo permite.
            Y vamos con las expresiones que Valera consideraba tabernarias e inapropiadas en personas de rango. El escritor egabrense debió extraerlas de ese teatro que él calificaba de menor: el sainete y la zarzuela. Al menos, la mayor parte. Imagino que tener la mar de infundios debe ser sin duda un vulgarismo provocado por el mismo sainetero al hacer que su personaje confunda infundio, ‘mentira, patraña generalmente tendenciosa’ con ínfulas, ‘cintas que en la antigüedad ceñían la frente de sacerdotes y personas principales’ y que pasó, en la expresión tener o darse muchas ínfulas a significar ‘darse una importancia que uno no tiene, ser vanidoso en exceso’.
            Hay dos referidas a pelo: tomar el pelo y estar al pelo. Siendo parecidas en la forma son diferentes en el sentido. La primera, bien conocida, significa ‘burlarse de alguien’. ¿Por qué? Aunque hay más de una versión, me decanto por la que me parece más plausible. De antiguo, en las cárceles y cuarteles se rapaba el pelo a los recién ingresados, más que nada por razones higiénicas. Así, los novatos, a los que les habían tomado el pelo, eran bien reconocibles y objeto de las burlas de los demás.

            La segunda presenta algo más de complicación. En la revista El Folk-lore andaluz (1882-1883), F. de la Sierra y Fabra defiende que proviene del lenguaje armamentístico, ya que hay unas escopetas montadas al pelo, que permiten disparar ejerciendo menos presión sobre el gatillo. Esto las hace más fáciles de usar. Y también más peligrosas. Pero el ejemplo dado en el apunte anterior del uso que hace Cervantes nos inclina a pensar que no es ese su sentido. Hoy tomamos venir a pelo para indicar que algo es apropiado. Y ya Covarrubias recogía los giros a pelo y a contrapelo para indicar que algo sigue o no el sentido normal del pelo de un animal.
            Dar la lata y tener poca lacha no creo que presenten problemas. La primera es ‘molestar’ y proviene de la costumbre de, en determinadas festividades y ritos, arrastrar latas vacías que producían enorme ruido. Y la segunda significa, simplemente, ‘tener poca vergüenza’. También pitorrearse es suficientemente conocida, ‘hacer burla de alguien’. El origen que encuentro es, al menos, curioso. A finales del siglo xix había en México una revista satírica, El Pito Real. Por eso, cuando se hacía crítica o mofa de alguien, se decía que se pitorreaba de él.
            Y nos quedan dos. Ambas las encuentro empleadas en libretos de zarzuelas. En La Verbena de la Paloma, de Ricardo de la Vega y música de Tomás Bretón, don Hilarión canta eso de: una morena y una rubia, / hijas del pueblo de Madrid, / me dan el opio con tal gracia / que no me puedo resistir. De ahí se deduce que dar el opio es ‘embelesar’, por comparación del efecto que causa el opio en quien se administra.

I. Eory, M. Ligero y C. Velasco en La verbena de la Paloma
            Más trabajo me ha dado ser de mistó, pues no me aparecía el término por ninguna parte. Hasta que encontré que en la zarzuela El barquillero, con letra de José López Silva y J. Jackson Veyán y música de Ruperto Chapí, un personaje canta: Oye la serenata, / que va a ser de mistó, / porque de la cabeza / me la he sacado yo. Realmente, lo que se quiere decir es misto, con pronunciación llana, pero la rima con yo exige que la palabra se pronuncie aguda, mistó. ¿Y qué significa ser de mistó? ‘Que es importante, que tiene calidad’. Casualmente también, encontré que en un texto de derecho del siglo xix (Instituciones prácticas, 1842) se habla de fuero misto (por mixto). En dicho texto se afirma que son de fuero misto las cuestiones en que deben intervenir tanto el juez civil como el eclesiástico. Es decir, que debería tratarse de asuntos importantes. Y ahí me pareció haber encontrado la explicación.
            Le digo a Zalabardo que la conclusión que saco de estos dos últimos apuntes es algo que estoy harto de repetir: que la lengua no está sujeta a ataduras rígidas, que giros y palabras aparecen y desaparecen de forma natural, como las personas y que si algo hay que criticar es, también lo he dicho, la falta de claridad y de propiedad, porque, por otra parte, todas las palabras son de buena cuna y hay que menospreciar ninguna.

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