sábado, diciembre 16, 2017

DE LOS REYES MAGOS A PAPÁ NOEL PASANDO POR SAN NICOLÁS



            Es triste ver que la visita de los Reyes Magos, que ocupaba un lugar tan importante en la vida de un niño español, Mateo la despacha en unos pocos párrafos y Marcos, Lucas y Juan ni siquiera la mencionan. Sin embargo, la tradición y la leyenda se encargan de ampliar y ennoblecer un hallazgo literario absurdamente desaprovechado.
                    (Eduardo Mendoza: Las barbas del profeta)

Los Reyes Magos. Mosaico de San Apolinar de Rávena (s.VI)
            Cada año, por estas fechas, sin excepción, surge la misma controversia: ¿Reyes Magos o Papá Noel?, ¿Belén o árbol de Navidad? Le comento a Zalabardo que llegan a cansarme estas polémicas, absurdas porque, si se rastrea un poco, se concluye, primero, en que todo depende de tradiciones y leyendas que acaban por unirse en un tronco pasado común y, segundo, en que, como todas las tradiciones, son muestras culturales diferentes que hay que respetar puesto que nada demuestra la preeminencia de las unas sobre las otras.
            No obstante, Zalabardo, conocedor de mi tendencia a no rehuir ninguna polémica y de que tardo poco en picar cualquier anzuelo (con lo que él disfruta mucho), me pregunta de qué lado estoy yo. Y claro, lo primero que procuro es hacerle ver que no faltan tradiciones consideradas “de toda la vida” (¿cuánto tiempo será eso?) que son realmente de anteayer y que algunas que denunciamos por invasoras son, bien miradas, la raíz de que se nutren otras que nos empeñamos en mantener como la verdad indiscutible.

 
Diosa con niño. Sello sumerio
          
¿Repasamos la historia de los Reyes Magos? No creo que, a estas alturas, haya alguien que niegue, atendiendo a los datos de que se dispone, que dicha historia no pasa de ser un mito o, si se quiere, una tradición piadosa. Reflexionemos sobre el texto de Mendoza arriba citado: el evangelio de san Mateo habla de unos magos que, guiados por una estrella, buscan dónde ha nacido el rey de los judíos para ir a adorarlo. Nada más. A partir de ahí, todo son leyendas y empieza a crearse la tradición. Algunos dicen que esos magos —¿dos, tres, cuatro, seis, diez?— eran astrólogos o sacerdotes del culto de Mitra. Tertuliano, Padre de la Iglesia que vivió en el siglo iii, fue el primero que los consideró reyes y en quien otros se basaron para establecer su número en tres, aunque carecemos de fuentes históricas. Uno de los evangelios llamados apócrifos, el Evangelio Armenio de la Infancia, del siglo iv, que se dice escrito por Santiago, “hermano del Señor” y prohibido por la Iglesia que veía en él prácticas de ocultismo, es el primero en recoger los nombres de los padres de María, de los Reyes Magos y de Longinos, entre otros. Según ese libro los Reyes fueron Melkon, persa, que regaló a Jesús mirra, áloe, muselina, púrpura, cintas de lino y libros; Gaspar, indio, que regaló nardo, cinamomo, canela e incienso; y Baltasar, árabe, que regaló oro, plata, piedras preciosas, perlas y zafiros. Con esos nombres aparecieron ya en un mosaico del siglo vi. Y el papa León i, del siglo v, de quien se dice que detuvo a Atila antes de que entrase a Roma y, a la vez, el primero que se proclamó pontifex maximus (sumo pontífice, título que empleaban los emperadores romanos) dejó establecido para la cristiandad que eran tres y que sus edades eran de 20, 40 y 60 años respectivamente. Ya en el siglo xv, se afirma que Baltasar es negro, y se los convierte en símbolos de las razas y pueblos conocidos en la Edad Media: Melchor, europeo; Gaspar, asiático y Baltasar, africano.
            Lo más curioso de esta historia, le digo a Zalabardo es que, en España, tendría que llegar el siglo xix para que, a imitación de otras culturas y otros países en los que san Nicolás traía en Navidad regalos para los niños, se instituyera que en la madrugada de la fiesta de la Epifanía, los Reyes traerían regalos a los niños. La primera cabalgata documentada en España tuvo lugar en Alcoy, en 1866.

San Nicolás
            Zalabardo, que me ha escuchado muy atentamente, me dice, con bastante mala intención, que, si estos magos o lo que fuesen hicieron según san Mateo regalos a Cristo niño, qué pinta en toda esta historia san Nicolás. Y tengo que echar mano del sincretismo que se observa entre culturas y religiones diferentes; es decir, que hay ritos y costumbres de una cultura, o de una religión, que otras asumen y adaptan para su propia esencia. En Roma, coincidiendo con el solsticio de invierno, que ya celebraban otras culturas, tenían lugar las saturnales, en honor del dios Saturno. En tales días, era costumbre que los mayores hicieran regalos diversos a los niños. El cristianismo sincretizó tal costumbre, aunque con la diferencia de que los regalos los traería san Nicolás. Le digo a mi amigo que todo tiene su porqué y que no se trata de ningún capricho. San Nicolás (270-345) fue un obispo nacido en tierras de lo que hoy es Turquía, muerto en Myra, trasladado después a Bari y considerado patrón de los niños. De él se cuentan muchas anécdotas y milagros.

Sinterklaas
            Una nos explica lo que nos interesa. Hubo un individuo tan malvado que, careciendo de fortuna con la que dotar a sus tres hijas para que consiguieran un buen matrimonio quiso inducirlas a la prostitución. El obispo Nicolás, compadecido de ellas, puso remedio, aunque procurando mantener el secreto. Durante la madrugada, echó por la chimenea suficiente cantidad de monedas que sirvieran de dote para las doncellas; y aquí la leyenda adquiere variantes: que las echó metidas en unos zapatos; que eran unas ollas llenas; o que las echó sueltas y cayeron dentro de una media que tenía puesta a secar una de las hermanas. De aquí procede la tradición de colocar un calcetín.
            Esta leyenda del piadoso milagro se extendió por la cristiandad. A este santo, los holandeses lo llamaron Sinterklaas y cuando colonos de esta nacionalidad fundaron Nueva York difundieron su historia por Estados Unidos. Allí, un escritor bastante conocido entre nosotros, Washington Irving, en una Historia de Nueva York escrita por él, recogió la leyenda y transformó el nombre del obispo en Santa Claus. Convertida ya en costumbre y festividad, saltó a Inglaterra y de allí a Francia, donde lo llamaron Père Noël, origen de nuestro Papá Noel. Si queremos hallar diferencias, no hay más que san Nicolás, Santa Claus o Papá Noel hacen sus regalos entre el 24 y 25 de diciembre, mientras que nuestros Reyes Magos los hacen entre el 5 y el 6 de enero. Además, le digo a Zalabardo por si le pudiera servir de algo que, en el siglo xvi, en plena corte de Felipe ii, se celebraba la conocida Fiesta del zapato. ¿En qué fecha? El 6 de diciembre, festividad de san Nicolás.

Papá Noel
            Ya en fechas recientes nació eso de que Papá Noel vive en el Polo Norte, tiene una corte de duendes que trabajan para él y un rebaño de renos de los que se vale para arrastrar su trineo cargado de juguetes. Y acabo confesando a Zalabardo que me parece absurda la actitud de ciertos círculos cristianos que critican a Santa Claus o a Papá Noel porque los consideran producto de intereses comerciales laicos que rompen el sentido religioso de la Navidad. Con todos mis respetos, creo que esas críticas proceden de grupos que desconocen la historia, puesto que, como hemos visto, todo viene a ser lo mismo. Y si miramos la vertiente consumista y comercial, no niego que la hay, pero me parece idéntica tanto en quienes defienden a los Reyes Magos como en quienes prefieren a Papá Noel.
            Y, como llegan las fiestas, Zalabardo y yo descansaremos y disfrutaremos con la familia como todo el mundo. Así que esta Agenda regresará ya en 2018. Muchas felicidades a todo el mundo.

sábado, diciembre 09, 2017

DEQUEÍSMO, QUEÍSMO Y QUESUISMO



            ¿Y reaccionó bien? Bueno, no reaccionó bien. ¿Cómo reaccionó? Reaccionó como lo típico de cualquier marido que su mujer le dice que está enamorada de otro hombre.
                       [Tertulia en Telemadrid, 1996]

          Hay algunos vicios lingüísticos a los que ya me he referido aquí con anterioridad; pero, dado que tales vicios no se corrigen (no porque no me hagan caso a mí, sino porque, lamentablemente, no se hace caso a las más elementales normas de la gramática de nuestra lengua), creo que no está de más insistir sobre ellos.
          Le digo a Zalabardo que, pese a la Academia dedica en su Gramática un elevado número de páginas a comentarlos de modo que cualquiera pueda entenderlos, me referiré a ellos de forma breve porque, por muy necesario que sea su conocimiento, las cuestiones gramaticales no son divertidas.
           El dequeísmo es añadir de forma innecesaria la preposición de ante la conjunción que cuando tal añadido no viene exigido ni por el verbo ni por ninguna otra razón (no creo de que llegue tarde, temía de que no me hubieras escuchado, he oído de que no vendrán, etc.). El queísmo es, justamente, lo contrario: suprimir la preposición de (a veces es otra) delante de la conjunción que en frases en las que tal presencia está exigida por el verbo o por la propia construcción (tomé conciencia que debía regresar, tengo la impresión que te he arruinado la fiesta, etc.). En los casos anteriores, lo correcto es: que llegue, que no me hubieras, que no vendrán, de que debía, de que te he arruinado, etc.
          Las razones por las que cometemos queísmo o dequeísmo son diferentes y las gramáticas hablan de ellas. Lo importante es saber si, para el hablante común, hay alguna regla que lo ayude a evitar el error. Y sí la hay. Basta con convertir la frase en interrogativa o añadir tras el verbo eso; el uso correcto será aquel en que veamos que la preposición de se hace o no necesaria: ¿qué creo? / creo eso; ¿qué temía? / temía eso; ¿de qué tomé conciencia? / tomé conciencia de eso; ¿de qué tengo impresión? / tengo impresión de eso, etc. 

         Sin embargo, hay algunos casos que pueden resultar confusos para el hablante. Por ejemplo, cuando el verbo advertir significa ‘percibir’ se construirá sin de: advirtió el peligro de la situación; pero, cuando significa ‘informar’ o ‘anunciar’, es obligada la preposición: advirtió de los riesgos de aquella conducta. Algo especial sucede con avisar, que, en principio admite la doble construcción: avisar algo o avisar de algo. No obstante, si predomina el sentido de, simplemente, ‘comunicar o poner en conocimiento’ parece preferible la construcción sin preposición: nos avisaron la llegada del médico; pero si el aviso encierra un matiz de amenaza, se prefiere el empleo de la preposición: nos avisaron del peligro que suponía seguir aquel camino.

          Comento a Zalabardo que algo parecido está sucediendo en los últimos años con un relativo, cuyo, a consecuencia de que, sobre todo en la lengua oral, está tendiendo a desaparecer. Cuyo procede del genitivo latino cuius, ‘del cual’. Por este motivo, si alguna vez cambiamos cuyo por otra forma de relativo, será necesario que utilicemos del cual. El error de cambiar cuyo por que su es lo que se llama quesuismo. De esta forma, es incorrecta la frase tengo un amigo que su padre le gusta cazar. Lo correcto sería decir tengo un amigo a cuyo padre le gusta cazar; o, en su defecto, tengo un amigo, al padre del cual le gusta cazar.
          Zalabardo, que es persona curiosa y se esfuerza siempre en hacer bien las cosas, me pregunta si de verdad creo que a la gente común y corriente se le puede pedir que esté al tanto de las publicaciones académicas o que sepa latín. Le contesto que su pregunta nos mete de lleno en el problema de siempre. El hablante común, que no tiene por qué ser experto en gramática ni conocer la historia de la lengua, comete muchas veces incorrecciones que, en no pocos casos, acaban convirtiéndose en normas. Por eso decimos altozano y no antuzano, sin saber que viene de ante y no de alto; álgido como ‘culminante o crítico’ cuando la realidad es que significa ‘muy frío’; estar en pelotas por estar en pelota, por creer que viene de pelotas, ‘testículos’, cuando viene de pelo. Y así daríamos muchos ejemplos.  Esa es la esencia de la lengua y así va evolucionando. Lo malo es que quien cometa el error sea alguien a quien se supone obligado a conocer la norma y, sin embargo, la incumple. Porque el hablante común confía en esa persona, cree que cuanto habla o escribe es lo correcto y lo imita. Por eso no me cansaré de criticar a todos aquellos profesionales que, por su ignorancia, inducen a error al hablante común. A esa gente es a la que hay que decirle que, o aprende la lengua en que habla y escribe, o mejor será que se dedique a otra profesión.

domingo, diciembre 03, 2017

NULLA DIES SINE LINEA




            Que la linea sinifique el trabajo, consta del dicho de Apelles, que aconsejando que ningún día se nos pase sin trabajar, dice: nullus tibi dies sine linea. Y Oracio llama a la muerte el vltimo trabajo del ombre.
                                    [Bartolomé Jiménez Patón (1569-1640)]

Plinio el Viejo
            No pocas veces nos encontramos con que a unas palabras, a unas sentencias, se les acaban dando, con el tiempo, un sentido que no coincide con el original. Nulla dies sine linea es una sentencia latina atribuida a Plinio el Viejo, que vivió en el siglo i y fue autor de una Historia Natural. Se cuenta que, al acuñar este dicho, Ni un día sin línea, alababa el valor de la constancia en cualquier labor. Lo decía, suele admitirse, pensando en Apeles, pintor griego que había vivido unos cuatro siglos antes que él y de quien no se conserva ninguna obra. Sin embargo, de este artista circulan numerosas anécdotas. Una, que no dejaba ni un solo día del año sin trabajar en su obra, aunque fuese solo para modificar o añadir un leve trazo. Otra también acabó convirtiéndose en proverbio. Se cuenta que un zapatero le llamó la atención sobre un defecto en la forma en que había dibujado un zapato. Apeles aceptó la crítica y corrigió su fallo. El zapatero, sigue contando la historia, se envalentonó hasta hacer nuevas sugerencias al pintor sobre otros aspectos de sus pinturas. Apeles, dicen, le contestó: De los zapatos hacia arriba, mejor es que calles. Los años han convertido su respuesta en el refrán zapatero, a tus zapatos.

            Pero no nos desviemos de la línea. Si consultamos un diccionario de latín, veremos que linea significa ‘cordel, hilo’ utilizado para ordenar un conjunto de cosas. De ahí pasó a tomar el sentido de ‘trazo’ (línea recta), ‘sucesión de elementos’ (poner en línea), ‘conducta’ (seguir buena o mala línea) o ‘renglón’, por la línea que se trazaba como pauta para la escritura (escrito de pocas líneas). Del mismo término latino nos viene alinear, delineante e, incluso, linaje. Más curioso resulta ver que de la forma castellana anticuada liña proceden aliñar, ‘disponer, arreglar’ y también desaliño o desaliñado.
            Me pregunta Zalabardo por qué y desde cuándo se aplica a la labor literaria y debo confesarle que no sé ninguna de las dos cosas. Pero lo cierto es que hace mucho que el aforismo se entiende más referido a la constancia del escritor que a la del pintor. Así se explica que la propia Editorial Sopena escogiera como lema la frase de Plinio. También otros se la han apropiado para aplicarla en un sentido que no es el original. José María Escrivá, fundador del Opus Dei, escribió en una de sus obras Nulla dies sine Cruce, ni un solo día sin cruz.

 
Persistencia de la memoria, de Dalí
          
Sin embargo, trato de aclararle a mi amigo, quizá Plinio no quisiera tampoco usar el aforismo en ese sentido literal sino en el de estar dispuesto siempre a atender nuestro trabajo, cualquiera que sea, para que el resultado sea el adecuado. No en vano a él se atribuye también otra sentencia que parece apuntar en la misma dirección: Difficile est tenere quae acceperis nisi exerceas, o sea, ‘Es difícil retener lo aprendido si no lo practicamos’. Este es un consejo que nos advierte sobre la necesidad de no estar ocioso nunca, o de ocupar siempre nuestro ocio en labores productivas. Tal vez por eso escribió santa Teresa: procuremos siempre ir adelante, y si esto no hay, andemos con gran temor, porque sin duda algún salto nos quiere hacer el demonio; pues no es posible que, habiendo llegado a tanto, deje ir creciendo, que el amor jamás está ocioso, y así será harto mala señal. Y Voltaire, más brevemente, dijo: El hombre ocioso sólo se ocupa en matar el tiempo, sin ver que el tiempo es quien nos mata. Y le digo que, tal vez, Machado, más cercano que todos los citados, pensara en ese valor de la perseverancia, la aplicación, cuando en el prólogo a Soledades escribía: reparad que no me jacto de éxitos, sino de propósitos. Porque lo que vale es la persistencia, la aplicación sin descuido.

           Por esa razón busco, pensando en santa Teresa, que el diablo no interfiera en mi vida; obedeciendo a Voltaire, no limitarme a matar el tiempo; adoptando la humildad de Machado, que me importen más los propósitos que los éxitos; en fin, respetando a Plinio, que no haya en mi vida ni un día sin línea. Eso me impulsa a seguir practicando senderismo, como ayer, que anduvimos por el Bosque del cobre, en Pujerra; a leer, a comunicarme con personas inquietas y amigos en las redes sociales, a mantener esta Agenda. Y a seguir escribiendo. Publicada ya Como médanos, ocupado con ir completando El extraño, inquietante, inverosímil y misterioso caso Zalabardo, que no será sino una especie de divertimento, un pequeño descanso tras el esfuerzo que han supuesto mis dos novelas primeras, voy esbozando los primeros trazos de otra, aún sin título, que formará con ellas una Trilogía del recuerdo y la memoria.