sábado, febrero 04, 2017

COPIAR Y PEGAR (SOBRE EL PLAGIO)



            No quería componer otro Quijote —lo cual es fácil— sino el Quijote. Inútil agregar que no encaró nunca una transcripción mecánica del original; no se proponía copiarlo. Su admirable ambición era producir unas páginas que coincidieran —palabra por palabra, línea por línea— con las de Miguel de Cervantes (Jorge Luis Borges)

 
Imagen de El Mundo, con una prueba del plagio
          
La noticia viene circulando ampliamente desde finales del año pasado, pero le digo a Zalabardo que quería esperar a ver en qué concluía todo y de qué manera reaccionaban las instituciones. El hecho era bien simple: un periódico, creo que fue El Mundo quien hizo saltar la liebre, dio a conocer que Fernando Suárez,  rector de una Universidad pública, la Universidad Rey Juan Carlos, había incurrido en múltiples casos de plagio. No sé, como docente que he sido, si me provoca mayor vergüenza que alguien llegue a tan alto cargo con técnicas tan rastreras o que ninguna autoridad, ni académica ni administrativa, haya tomado medida alguna.
            Porque ni el Consejo de rectores, ni el Ministerio de Educación (hablamos de un centro público) enviaron de inmediato a tal persona a su casita. Esta mañana, en El País, venía un editorial, La Universidad, en entredicho, sobre el asunto. Pero es que al sujeto de todo esto no se le ha pasado por la cabeza plantearse la dimisión. Se ha limitado a escurrir el bulto expresando su malestar con la prensa y con quienes lo critican y no presentándose a la reelección.
            Hay que tener cara. Porque una cosa es la sospecha y otra muy diferente los hechos comprobados. Y es que no parece haber duda de que este hombre ha plagiado a troche y a moche. Víctimas suyas han sido desde una alumna de doctorado hasta el propio presidente de la Real Academia de la Historia. En un libro, plagia el 68% del contenido de la obra de otro catedrático; en otro, 43 de las 45 páginas de un capítulo son plagio de otra obra. Y este mismo viernes ha salido a relucir que, según el análisis de una perito, en una obra que le publicó el Ministerio de Justicia en 1995, 111 páginas de las 180 del libro son un manifiesto plagio de un escrito de un catedrático de Barcelona.
            En mis últimos años como profesor ya denuncié que, por desgracia, en nuestros centros educativos se abusaba demasiado del copiar y pegar, cuando no del plagio infame; lo grave es que el vicio no afecta solo a los alumnos. Los hechos nos prueban que también los profesores recurren a ello. Y no pasa nada. Una breve revisión de las hemerotecas nos darán numerosas pruebas de ministros (en Alemania, en Hungría, en Suecia…), de periodistas y de profesores que han dimitido o que, antes incluso de que les diera tiempo a hacerlo, han sido destituidos por apropiarse de la propiedad intelectual ajena. Aquí, en cambio, ni se dimite ni se destituye a nadie por ese motivo.
            Zalabardo me plantea una cuestión importante: ¿pero es que es posible ser absolutamente original?; ¿no podremos nunca servirnos de los conocimientos de otras personas? Le respondo que está claro que sí, que podemos servirnos y utilizar lo que otros han dicho o escrito, pues nadie nace sabiéndolo todo. Lo que no podemos, de ninguna manera, es apropiarnos de ello ocultando el nombre de quien nos ha servido de fuente.

            Remito entonces a mi amigo a un documento de la Biblioteca de la Universidad de Alcalá, que encuentro en Internet, Uso ético de la información, en el que, partiendo de la definición de plagiar, ‘usar el trabajo, las ideas o las palabras de otra persona como si fueran propias, sin acreditar de dónde proviene la información’, nos dice que el plagio requiere dos condiciones: ser copia total o parcial no autorizada de una obra ajena y presentarse la copia como original propia, suplantando a su autor. El texto es más extenso e interesante. Recomiendo su lectura.
            Hablando de plagios, conviene prestar atención a otros términos con los que no debe confundirse: copiar, imitar y emular, entre otros. He cogido el Diccionario de sinónimos de la lengua castellana, de Pedro María de Olive, cuya segunda edición, la que consulto, es de 1852, y ahí leo que copiar es proponerse un original y traducir exactamente sus bellezas y defectos; que imitar es proponerse un modelo y tratar de traducir el objeto principal, pero presentándolo con mejores formas que el original. Imitar, afirma, es operación de juicio y gusto; copiar es operación servil. Pero es que Olive nos habla también de la emulación y dice que es ‘concurrencia, rivalidad, competencia, choque’; añade luego que la emulación nos impele a hacer los mayores esfuerzos para imitar, igualar y aun sobrepujar las acciones de otros.
            En resumen, que podemos simplemente copiar, si no somos capaces de más; que podemos imitar, si intentamos —lograrlo o no es otra cosa— mejorar lo que copiamos; y que podemos emular, es decir, seguir un mismo camino que otros, aunque esforzándonos en no quedar en meros imitadores, sino luchando por ofrecer una mejor versión de aquello de lo que partimos.
            Lo que queda claro, le digo a Zalabardo, es que copiemos, imitemos o emulemos, lo que de ninguna manera podemos hacer es coger el trabajo de otro y ofrecerlo como nuestro. Eso es delito de plagio.

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