sábado, febrero 25, 2017

HABER MÁS DÍAS QUE OLLAS



            Se podía ver la playa como playa y no como un vasto negocio con arena; el marco natural había sobrevivido, ya que las viviendas, aun las decorosamente suntuosas, no agraviaban el paisaje. De mañana temprano era bárbaro caminar y caminar junto a la orilla, recibiendo en los pies esas olitas suaves que te daban ganas de seguir viviendo. Creo que eso nos gustaba también. (Mario Benedetti)

           Bárbaro es un término griego que se deriva, probablemente, de una palabra onomatopéyica sánscrita, baba, que designa el crujido provocado por el fuego o cualquier sonido rudo e ininteligible. Los griegos llamaron bárbaros a todos los extranjeros; casi con seguridad, por alusión a la rudeza de sus lenguas. Más tarde, por ser estos pueblos no helenos menos civilizados, bárbaro pasó a significar también salvaje. No obstante, de un tiempo a esta parte, bárbaro también se utiliza para designar a la persona que destaca por su valor y esfuerzo o para valorar algo que consideramos muy bueno. Véase, si no, el texto introductorio.
            No se trata de ningún  fenómeno que debiera extrañarnos, le digo a Zalabardo. La lengua, que está en permanente ebullición y es un río cuyas aguas se renuevan sin cesar, aunque no nos lo parezca, está llena de casos semejantes. Palabras que significan una cosa pero que, a la vez, significan otra, muy frecuentemente la contraria. Las razones de ello son muy diferentes y no es cuestión de exponerlas ahora. Válganos pensar que alquiler vale tanto para ‘ceder algo a cambio de un precio’ como para ‘tomar algo a cambio de un precio’; que animal es tanto una ‘persona ignorante’ como una ‘persona que destaca por sus conocimientos o esfuerzos’; que enervar es tanto ‘debilitar, quitar las fuerzas’, como ‘poner nervioso’. Y así podríamos seguir. Hay un nombre para designar este significar una cosa y su contraria una palabra: enantiosemia, palabreja que viene del griego.
            Ese proceso u otros similares, repito, son frecuentes y afectan no solo a las palabras consideradas de manera aislada, sino que puede darse en frases (sentencias, refranes, etc.). Por ejemplo el refrán con el que titulo esta entrada, hay más días que ollas. Así estoy acostumbrado a oírlo yo, pero digamos que su forma original es diferente, hay más días que longanizas. O que en México se ha optado por la forma hay más tiempo que vida. Es decir, que según la región se dice de una manera u otra. 

            Es un refrán muy antiguo. Tanto que, en el siglo xv, el Marqués de Santillana ya lo recogía en sus Refranes que dicen las viejas tras el fuego (Mas ay días que longanizas), glosándolo de esta manera: En la prouision deue auer tassa por que no falte al mejor tiempo. Y Sebastián de Covarrubias lo explica así: dícese de los que se comen lo que tienen con mucha priesa, sin mirar que hay mañana. Pero resulta que, actualmente, su significado casi se ha invertido, pues se tiende a usar para indicar que lo que sobra son días y que no conviene, por tanto, angustiarse con las prisas.
            Se suele lanzar como contestación a quien nos aprieta para que hagamos algo, como dándole a entender que no hay que apresurarse porque lo que sobran son días y, por tanto, siempre tendremos tiempo para hacer lo que sea. Pero, si se analiza detenidamente, lo que pretende el refrán primitivo es prevenirnos, aconsejarnos el ahorro, no comer sin medida porque pudiera ser que, dado que el tiempo es largo, nos quedásemos sin provisiones antes de lo deseable.
            Y, claro, hemos llegado a ese doble sentido. Si en su origen el refrán pedía moderación y ahorro porque nos podríamos ver en un apuro, ahora lo que nos inclinamos a entender es que no hay que agobiarse porque siempre dispondremos de tiempo.


            Fíjate, le digo a Zalabardo, que, aunque la comparación venga cogida por los pelos, podríamos llegar a pensar que estas actitudes son las de la cigarra y la hormiga: la hormiga siempre pensará en que debe cuidar que la despensa esté llena, porque el invierno es largo, mientras que la cigarra se despreocupará pensando que hay muchos días para solucionar los problemas. Ambas, hormiga y cigarra, coinciden en que son más los días que las ollas o longanizas. Pero así como la hormiga dice que por ser tantos los días hay que cuidar las longanizas, la cigarra cree que por ser muchos los días, siempre hallará solución a sus inquietudes. Está claro que no dicen lo mismo, aunque empleen las mismas palabras.

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